3 de agosto de 2010

El estado policial

Policía, adjetivo. Dirección y guión: Corneliu Porumboiu. Rumania/2009.

Dos escenas se destacan -y resultan clave- en Policía, adjetivo: en una de ellas, el policía, Cristi, debe confrontar con el poder de las palabras frente a su esposa, una profesora de lengua que le explica la carga simbólica de las mismas. Comentando una canción, a él le parece absurdo el significado literal de sus versos, y ella le hace ver cómo las palabras sugieren imágenes, y de allí, devienen símbolos. Esta explicación está muy lejana de la sensibilidad de Cristi. El está atado a la literalidad de la lengua y se atiene a los hechos. Durante las últimas semanas ha estado destinado a vigilar a un adolescente que consume marihuana todos los días en el patio trasero de su escuela, junto a unos amigos. Convencido de que el chico es sólo un consumidor y no un traficante, que no representa un peligro para la sociedad y que la ley que castiga el consumo con prisión pronto será abolida, como en el resto de Europa, Cristi enfrenta un conflicto de conciencia y demora el caso, para disgusto de sus superiores.

En la otra escena, climática del film, Cristi vuelve a lidiar con las palabras. Esta vez, frente a su capitán, quien se vale del diccionario para convencerlo de que su deber como policía es hacer cumplir la ley como está establecida. Frente a su resistencia para detener al muchacho, el capitán hace un recorrido por el diccionario, que va desde la definición de conciencia, pasando por la de moral y la de policía, encuentra en cada una la acepción funcional a su intención de encarrilar a Cristi en la obediencia debida al sistema. Cristi deberá elegir entre la libertad de su conciencia y la prisión de las palabras.
Ambas escenas están filmadas cada una en un largo plano secuencia. La primera dura casi diez minutos y la cámara sigue a Cristi desde su llegada al hogar, su cena en solitario en la cocina, la charla con su mujer en el living, y culmina mientras se lava los dientes en el cuarto de baño. La segunda se extiende durante casi veinte minutos, con los tres personajes sentados en una composición simétrica, rota tan sólo por unos minutos. El cine rumano constituye un cine de tiempo, más que de espacio. En Policía, adjetivo, el espacio es uno, mientras el tiempo transcurre.
Cristi no es hombre de verbo. Lo suyo es la acción, propia del policía, o mejor, la inacción a que lo tiene sometido la investigación que le han asignado. El hombre pasa las tardes apostado en alguna esquina esperando por sus vigilados en sus aburridas rutinas, en escenas carentes de todo dramatismo, desarrolladas en largos planos que si bien no están filmados en tiempo real, por su duración y quietud transmiten el sentido de la espera, de los tiempos muertos. Como es habitual en el cine rumano, los largos planos requieren al espectador ponerse en el timing del film, no perder la paciencia, no adelantarse buscando la escena estallante, porque nunca vendrá. Muy gráfico resulta Porumboiu cuando dice que éste es un antipolicial. Nada más opuesto al modelo del género que Hollywood diseñó si mellas. La investigación reemplaza los hechos de violencia habituales por el retrato moroso de las banalidades propias de una investigación intrascendente, que el oficial pormenoriza cada día en su reporte. No hay aquí misterios que resolver sino que en todo caso se trata de desenmascarar un estado policial que se resiste a dejar su autoritarismo y a entrar en la modernidad y en el respeto a las libertades individuales. La ironía del director toca un extremo cuando reemplaza la acción por la “dialéctica”, y el diccionario es el arma que utiliza el burócrata sentado ante su escritorio.
Filmado en planos generales, con una cámara neutra, casi tan objetiva como una cámara de vigilancia, el film resulta un cuadro casi monocromático en grises y el azules policiales; no es azaroso que los toques de rojo aparezcan en los niños jugando en primer plano, ante a los jóvenes que fuman, ajenos a la mirada vigilante.
Con sólo dos largometrajes, Porumboiu es hoy uno de los más destacados directores del nuevo cine rumano, que si bien cuenta con unos cuantos nombres, lo tiene en su mejor lugar junto a Cristian Mungiu y Cristi Puiu. También en Bucarest 12:08 Porumboiu le sacaba la careta al sistema, pero mientras en aquella apelaba a la sátira, aquí se vale de una ironía más sorda y cargada de significado bajo una aparente simplicidad.
Dragos Bucur, quien encarna a Cristi, es uno de los actores más frecuentes en el nuevo cine rumano: protagonista de Boogie, lo vimos también en El papel debe ser azul y en La muerte del señor Lazarescu, en Tuesday After Christmas, la última creación de Radu Muntean vista recientemente en el Festival de Transilvania, film donde vuelve a encarnar a Cristi, y hasta en Juventud sin juventud, de Coppola, en lo que fue su entrada al cine norteamericano. Frente a él, Vlad Ivanov, el siniestro abortista de 4 meses, 3 semanas y 2 días vuelve a ocupar el lugar de villano del Sistema.
Josefina Sartora

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