La cordillera
Dirección: Santiago Mitre
Guión: Santiago Mitre y Mariano
Llinás
Argentina-España-Francia/2016
Josefina Sartora
La cordillera puede ser tomada como símbolo
del desafío que debe atravesar el presidente de la Argentina, Hernán Blanco, en
su primera reunión internacional de presidentes latinoamericanos, en Chile, en
un paraje de belleza asombrosa donde sin embargo acecha el peligro. Blanco ha
llegado allí en una carrera política ambiciosa pero sin entridencias, tras
ejercer una intendencia y la gobernación de una provincia de segunda
importancia como La Pampa. Su slogan es “un hombre común” con el cual el
ciudadano se ha identificado y así ha llegado a la presidencia. Las primeras
escenas, rodadas en la misma Casa Rosada, presentan un cuadro de situación y de
su entorno sobre el que se desarrollará el film: una asistente todoterreno –a
cargo de la siempre eficaz Erica Rivas-, un jefe de gabinete astuto y fiel
–excelente, Gerardo Romano- y un equipo del recién llegado al poder fácilmente
manejable, con el ubicuo Esteban Bigliardi a la cabeza.
Apenas asumido el poder, le estalla
un escándalo por una denuncia de corrupción –que resulta veraz- hecha pública
por su ex yerno. Así, la vida privada de Blanco se verá intrínsecamente ligada
a su función pública. El conflicto familiar se agudiza cuando su hija –otro
acierto de elenco: Dolores Fonzi-, quien lo acompaña en ese encuentro en la cordillera,
atraviese una crisis psicótica y altere su programa oficial.
No es habitual que un director joven
argentino aborde el tema político, o que alguna rama de la política atraviese
un film nacional reciente. En ese sentido, Santiago Mitre constituye una rara avis, desde su opera prima, El
estudiante, en la que incursionaba en la política universitaria, luego
en La
patota, tangencialmente a través de una circunstancia privada como lo
es una violación, y ahora abiertamente, en el terreno de la alta polícia internacional.
La
cordillera es la mejor película argentina del año, difícilente
superable. Para esta superproducción con España y Francia, Mitre y sus
productores convocaron a un elenco extraordinario donde se lucen quienes
encarnan a los respectivos presidentes que asisten a esa reunión cumbre: la
chilena Paulina García (Gloria) como la anfitriona, Daniel
Giménez Cacho como el mexicano y Leonardo Franco como el “emperador” brasileño.
Todos se reúnen en las altas ccumbres para debatir el futuro del continente en
materia energética.
Desde la primera noche en la
cordillera, nos damos cuenta de que nada es lo que parece, que Blanco no es la
figura ingenua –o blanca- que parecía al principio, sino que está cargado de
secretos. “El mal existe. Y no se llega a presidente si uno no lo ha visto”,
declara a una periodista (Elena Anaya, de La piel que habito). Casi un
arquetipo del presidente argentino, no tiene sentido tratar de identificarlo
con algún mandatario real de nuestro pasado histórico: el personaje posee
características de cada uno, más algo propio, pero es una creación artística,
no histórica. Esta faceta oscura, secreta, se irá develando a medida que avance
el conflicto de la hija, quien accede a una sesión terapéutica que da un giro a
la peripecia. Algunos comentarios y críticas han hablado del elemento
fantástico que introduce el film. Sin embargo, de ninguna manera irrumpe lo
fantástico: el psiquiatra que envía la presidente chilena para atender esa
urgencia –un impecable Alfredo Castro (El club)- practica la hipnosis,
técnica que ayuda a que afloren elementos negados, hundidos en el inconsciente.
A partir de entonces el thriller se acentúa, con un suspenso bien conducido. La
sombra de Hitchcock sobrevuela, es obvio.
También resulta clave la escena con
un funcionario menor del gobierno de Estados Unidos -Christian Slater (Mr
Robot)-, quien pone en claro de qué manera han de manejarse las
decisiones que decidirán el futuro de la región.
Es interesante la dialéctica que se
sostiene entre el paisaje majestuoso, abierto e inmenso, las cumbres nevadas,
de una luminosidad esplendorosa (filmada en Chile, pero también en Neuquén), y las bajezas, las miserias y oscuridades que
atraviesa la política.
Lo que más hay que agradecerle a
Santiago Mitre es su respeto hacia el espectador. Nunca cae en el vicio de la
sobre explicación, ni la aclaración obvia. Si algunos podrán objetarle que deja
cabos sueltos, situaciones sin esclarecer, nosotros se lo agradecemos. Una
sugerencia, en cine, vale más que mil explicaciones. Y La cordillera abunda en sugerencias.
Por eso podemos disculparle ciertos cortes forzados, ciertas imprecisiones que
no desmerecen este excelente film.
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