3 de mayo de 2018

De mutaciones


La desaparición (Pororoca)
Dirección y guión: Constantin Popescu
Rumania-Francia/2017

Josefina Sartora


El cine rumano sigue dando pruebas de su proceso de crecimiento y madurez, con el retrato de una sociedad en vías de transformación, sobre todo de su clase media. Una nueva película rumana se estrena destinada a ser una de las mejores películas del año, tras su paso por el Bafici. Un cuadro de situación que excede las particularidades, porque aborda un drama humano esencial: la pérdida del hijo. Peor aún: su desaparición, tragedia que los argentinos conocemos bien.

Como es habitual, el inicio de La desaparición presenta la familia tipo feliz en su bienestar cotidiano, hasta que, en el segundo episodio, un vástago desaparece. Ya en estas primeras escenas Constantin Popescu demuestra su inteligente uso de la cámara, su poder para atrapar la atención mediante ingeniosos planos secuencia que meten al público dentro del punto de vista de Tudor, el protagonista, y no lo abandonará jamás. Tras la desaparición –filmada en un solo, extraordinario plano-, todo ese mundo previo, construido y logrado por los padres, se desmorona, para dar lugar al dolor, la culpa, la desintegración familiar y personal. El fuera de campo pasa entonces a ocupar la atención, por lo que no se muestra, por lo que se piensa pero no se dice: el destino de esa niña de pocos años, desaparecida sin dejar rastros, la acusación, la culpa.


Pero la cámara decide no abandonar a ese padre desesperado en su búsqueda de la niña y después, de un posible culpable. Bogdan Dumitrache realiza un verdadero tour de force, siempre en cámara, en este descenso a los infiernos que altera su vida, su familia y también su personalidad. Trabajo que le valió el premio a mejor actor en el último Festival de San Sebastián. Actor frecuente en el cine rumano, lo vimos en La muerte del señor Lazarescu, Cae la noche en Bucarest y recientemente en Sieranevada. Durante 152 minutos, acompañamos su investigación que parece transitar en círculos sin salida, reiterando gestos, acciones sin resultados que revelan su impotencia, sin atenuantes. Cuando la investigación decae en una meseta sin pistas todo se detiene y el film también parece paralizarse, en esos tiempos estancados en que el protagonista manifiesta en su mirada y en propio cuerpo la dimensión de su mutación, su deterioro progresivo, su abismarse en una desintegración psicológica y física. 

Ante la falta de una respuesta en algún sentido, antes de perder la esperanza Tudor decide cruzar un umbral, tomar el destino en sus manos como un samurai, cueste lo que cueste, en una asombrosa secuencia final que iguala en perfección a la del principio. Baste decir que Pororoca, el título original metafórico y lamentablemente no respetado aquí, significa en guaraní gran estruendo, producido por el choque de mareas.


No hay comentarios:

Publicar un comentario