La
desaparición (Pororoca)
Dirección
y guión: Constantin Popescu
Rumania-Francia/2017
Josefina
Sartora
El
cine rumano sigue dando pruebas de su proceso de crecimiento y madurez, con el
retrato de una sociedad en vías de transformación, sobre todo de su clase
media. Una nueva película rumana se estrena destinada a ser una de las mejores
películas del año, tras su paso por el Bafici. Un cuadro de situación que
excede las particularidades, porque aborda un drama humano esencial: la pérdida
del hijo. Peor aún: su desaparición, tragedia que los argentinos conocemos
bien.
Como
es habitual, el inicio de La desaparición presenta la familia
tipo feliz en su bienestar cotidiano, hasta que, en el segundo episodio, un
vástago desaparece. Ya en estas primeras escenas Constantin Popescu demuestra
su inteligente uso de la cámara, su poder para atrapar la atención mediante
ingeniosos planos secuencia que meten al público dentro del punto de vista de
Tudor, el protagonista, y no lo abandonará jamás. Tras la desaparición –filmada
en un solo, extraordinario plano-, todo ese mundo previo, construido y logrado
por los padres, se desmorona, para dar lugar al dolor, la culpa, la
desintegración familiar y personal. El fuera de campo pasa entonces a ocupar la
atención, por lo que no se muestra, por lo que se piensa pero no se dice: el
destino de esa niña de pocos años, desaparecida sin dejar rastros, la
acusación, la culpa.
Pero
la cámara decide no abandonar a ese padre desesperado en su búsqueda de la niña
y después, de un posible culpable. Bogdan Dumitrache realiza un verdadero tour de force, siempre en cámara, en
este descenso a los infiernos que altera su vida, su familia y también su
personalidad. Trabajo que le valió el premio a mejor actor en el último
Festival de San Sebastián. Actor frecuente en el cine rumano, lo vimos en La
muerte del señor Lazarescu, Cae la noche en Bucarest y
recientemente en Sieranevada. Durante 152 minutos, acompañamos su investigación
que parece transitar en círculos sin salida, reiterando gestos, acciones sin
resultados que revelan su impotencia, sin atenuantes. Cuando la investigación
decae en una meseta sin pistas todo se detiene y el film también parece
paralizarse, en esos tiempos estancados en que el protagonista manifiesta en su
mirada y en propio cuerpo la dimensión de su mutación, su deterioro progresivo,
su abismarse en una desintegración psicológica y física.
Ante la falta de una respuesta
en algún sentido, antes de perder la esperanza Tudor decide cruzar un umbral, tomar
el destino en sus manos como un samurai, cueste lo que cueste, en una asombrosa
secuencia final que iguala en perfección a la del principio. Baste decir que Pororoca,
el título original metafórico y lamentablemente no respetado aquí, significa en
guaraní gran estruendo, producido por
el choque de mareas.
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