Delfín
Dirección y guión: Gaspar Scheuer
Argentina/2019
Josefina Sartora
Con pocas películas, el cine iraní supo cimentar un género: las películas de chicos protagonistas con una misión, que refieren a situaciones de búsquedas universales y de toda edad. El cine argentino no posee una rica tradición en el género, pero cuenta con algunos ejemplos notables: Delfín es uno de ellos. Su protagonista, un chico de once años, vive muy precariamente con su padre joven en una casilla ajena, derruida, en los suburbios de un pueblo provinciano. La película muestra el transcurrir de unos pocos días con su rutina diaria: levantarse muy temprano para desayunar en la panadería del pueblo y salir a hacer el reparto matutino en bicicleta. Después el colegio, donde Delfín suele quedarse dormido; y a la salida, seguir a una maestra joven que le despierta una irresistible atracción. Los momentos de felicidad los vive cuando toca el corno francés, una antigüedad que le confía su maestro, y para el cual tiene un oído absoluto. El objetivo de Delfín es participar de una prueba de audición en la ciudad cercana, y enfrentará con determinación todos los obstáculos que se le presenten.
Con nombre de pez, que evoca el mar y la
navegación, y los viajes, las condiciones de vida de Delfín no le corresponden.
El nombre se lo ha dado una madre cuya ausencia se hace sentir, y un padre que
no comprende la responsabilidad de criar ese hijo que está haciéndose mayor. Si el nombre es una marca,
Delfín no existe para vivir constreñido de esa manera.
Con esa anécdota simple pero universal,
Gaspar Scheuer (El desierto negro, Samurai) construye un film sensible,
sin subrayados, y sin caer en soluciones mágicas, siempre deteniéndose al borde
de estetizar la pobreza. Y el debutante Valentino Catania imprime veracidad a
cada uno de sus planos. Pero el Octeto de Schubert suena muy ajeno a esta
películas de formación y crecimiento en un paraje pampeano. Aunque tenga un
corno entre sus instrumentos.
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