25 de agosto de 2010

Barenboim enseña Boulez

La serie de conciertos que Daniel Barenboim está brindando en Buenos Aires con la orquesta West-Eastern Divan tiene un éxito pocas veces visto, tratándose de música clásica. Pero ya es obvio que Barenboim ha pasado a ser hijo dilecto de la ciudad. Y la orquesta merece todo el aplauso no sólo por su excepcional calidad interpretativa, sino por encarnar en la práctica las ideas de Barenboim y Edward Said: es posible la integración entre judíos y palestinos. El hombre es especialista en Beethoven; en su visita anterior ejecutó a sala llena todas las sonatas para piano del músico alemán, y en ésta, todas sus sinfonías. Repertorio magnífico, y de asegurada buena recepción en nuestro medio, que suele ser tan conservador en música.



Por eso generó mucha expectativa el Concierto del Mediodía del Mozarteum, como siempre, gratuito, que colmó el teatro Gan Rex ayer martes 24 de agosto, y que habíamos recomendado en Claroscuros. Estaba anunciada la obra Dérive 2 de Pierre Boulez. El francés fue un gran director de orquesta de música del siglo XX –atesoro los vinilos de sus versiones de toda la obra para orquesta de Debussy- y fue grande mi asombro cuando en 2008 fui al festival de cine de Viena y descubrí que todavía dirigía en vivo. Tenía entonces 83 años, y ese mismo año compuso la obra de marras, que tuvo ayer su primera audición en Latinoamérica.


 Fuera de programa, seis solistas de la orquesta interpretaron su Dérive 1, una obra corta de 1984, sutil y delicada, que anuncia ésta, más dinámica y de mucho más vuelo. Es tal la complejidad de Dérive 2, que Barenboim juzgó prudente explicarla previamente. El director es un excelente pedagogo, como lo podemos apreciar en las clases magistrales que transmite el canal Film & Arts. “No voy a decir qué significa la música, porque eso lo interpretará cada uno a su modo”, dijo al empezar, sino que explicó cuál es su personal visión de la pieza. Se refirió a su estructura clásica en tres movimientos, y luego ejemplificó cada momento importante de la obra, destacando los 8 “interludios” que componen el primer movimiento, haciendo observar “la abundante información” que tiene la obra: la variedad de los timbres y ritmos, la simultaneidad de distintas tonalidades, la reiteración de algunas notas, el lirismo del último movimiento. Llegó incluso a hacer tocar un solo y luego su versión con el acompañamiento del conjunto.

Después sí, la ejecución de la obra completa, de casi una hora de duración. Obra para once instrumentos: violín (interpretado por el hijo de Barenboim y la pianista Elena Bashkirova), viola y violoncelo, corno, corno inglés, clarinete y fagot, piano, arpa, vibráfono y marimba, todos dialogando entre ellos, cada instrumento tiene su particular composición, y los jóvenes músicos lograron una maravillosa interpretación suelta y fluida que allanó las posibles dificultades para acceder a la obra.

Es admirable la jugada arriesgada de Barenboim al elegir esta pieza contemporánea nada complaciente ni concesiva para un concierto gratuito. Se trata de una comprometida decisión estética y política como las que suele tomar este notable director.

Josefina Sartora

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