18 de agosto de 2010

Teatro: Esa extraña forma de pasión

Una vez más, el campo cultural es el lugar de resistencia siempre creativo, siempre innovador, que en medio de conflicto y rencillas varias, nunca se entrega a la desesperanza. La cultura del país, y particularmente la de la ciudad de Buenos Aires –en medio del caos de gestión municipal- presenta un panorama de actividad intensa en todos los órdenes.

Es en este marco que se inscribe la actividad teatral, con productos de verdadero interés como Esa extraña forma de pasión, la última obra de la escritora Susana Torres Molina, que sube a escena en El Camarín de las Musas los sábados a las 22 y domingos a las 19. Después de haber abordado el tema de las relaciones de pareja y cuestiones de géneros en varias obras literarias, esta última pieza teatral pone en escena –con la dirección de la misma autora- el tema de la militancia política y la represión durante la década de 1970.

Torres Molina ha creado una obra inquietante, por su concepción escénica: tres situaciones se desarrollan simultáneamente –aunque de a una escena por vez- en el ancho escenario, estableciéndose un complejo cruce entre ellas. Tres situaciones arquetípicas que resumen esa etapa de la historia argentina en una síntesis estilizada. En una de ellas, dos militantes esperan en el aguantadero en que se ha convertido la habitación de un hotel alojamiento. Él, convencido y luchador, ella, abrumada por la duda, los miedos y el conflicto personal, que la hacen vacilar en la acción. Ambos discuten justamente el nivel de compromiso de cada uno en la lucha –que se presenta casi suicida- y cuestiones de clase. En el centro de la escena, una oficina donde dos represores clasifican libros –ni más ni menos- con la asistencia de una detenida, de quien uno de ellos se ha enamorado, permitiéndole ciertas libertades, y exigiéndole incluso acompañarlo a salir con él a comer y a bailar. El síndrome de Estocolmo queda instalado entre el represor más sensible y la mujer, que se debate entre sus ideas y la conveniente colaboración. A su lado, el segundo hombre constituye un represor sin fisuras.


En la tercera situación, que transcurre en la actualidad, se produce un diálogo entre dos generaciones. Ella es una escritora y ex combatiente que ha vivido el exilio, él un muchacho que la entrevista, hijo de un desaparecido. En realidad, la entrevista es una excusa para hablar de su propia identidad, y de averiguar algo sobre su padre. En su diálogo se plantea la orfandad de todo un grupo generacional y la crítica de los jóvenes a la generación anterior, que priorizó la lucha por sobre los afectos familiares, al tiempo que surge la sospecha frente a la sobreviviente, que podría serlo gracias a su colaboración con sus captores. El diálogo se transforma por momentos en un enfrentamiento violento, un cuestionamiento que la escritora quiere eludir, evitando la autocrítica ante el más joven, aunque reconociendo la derrota.

La obra es sumamente discursiva, los diálogos se desarrollan con cruces entre las situaciones, unos haciendo eco en los otros, con resonancias mutuas. Una posible lectura está en entender que la mujer podría ser la misma persona en las tres situaciones, pero no es este aspecto lo fundamental, sino el modo en que la obra habla con cuidadoso respeto de temas capitales: de la lucha armada, de los modos de dominación, de las paradojas que ocurrían en los centros de detención, de la búsqueda que emprenden los hijos de desaparecidos para llenar su enorme vacío, de las vacilaciones y contradicciones de cada personaje excepto en dos: el militante comprometido y su contraparte, el represor inclaudicable. Las historias se entrecruzan, las voces también, y resuenan en el espectador con apelaciones a la propia memoria, generando distintas capas de sentido. En ningún momento se intenta demonizar alguna de las situaciones, sino plantear la complejidad de los problemas, sus consecuencias en etapas posteriores y la vigencia actual de los mismos, como lo indica la permanente mirada de la escritora hacia el pasado, hacia las situaciones que están teniendo lugar a su lado y resuenan en su memoria.

Torres Molina logra con ajustada precisión poner en escena un tema por demás delicado. En pocas ocasiones el teatro ha abordado la revisión de la época de los ´70, la dictadura y la militancia. A ese tema dedica su obra teatral Tato Pavlovsky –con quien Torres Molina compartió el exilio en España-, desde la histórica El señor Galíndez de 1973 hasta Potestad, hoy en escena en el Centro Cultural de la Cooperación. También en la obra de Griselda Gambaro esta temática ocupa un espacio importante. En un tono algo menor, ya es tradicional el ciclo de Teatro por la identidad desde la perspectiva de los hijos, pero el interés no se repite en el teatro más comercial. En cambio, como ocurre en la literatura, el cine sí ha reexaminado esos tiempos en numerosas oportunidades, y según distintos abordajes: desde la ficción se destaca lo más actual, el tan mentado El secreto de sus ojos de Juan José Campanella, ganadora de un Oscar y ya vista por más de dos millones de espectadores. Rafael Filippelli –quien ya había tratado el tema de la represión en Hay unos tipos abajo y El ausente-, preestrenó en el último Bafici su nueva película, Secuestro y muerte, sobre la ejecución de Aramburu, y ya ha suscitado una fuerte polémica por su concepción de los Montoneros y de la figura del militar. Por otro lado, el género documental presenta una larga filmografía sobre el tema , destacándose la obra de Carlos Echeverría Juan, como si nada hubiese sucedido, hasta las historias de militantes y sus trayectorias, que pueden verse en Gaviotas blindadas del Grupo Mascaró, en Papá Iván de María Inés Roqué, Paco Urondo, la palabra justa de Daniel Desaloms, Trelew de Mariana Arruti, Los rubios de Albertina Carri, y otros más.

Josefina Sartora

(Reelaboración de la nota publicada en Le Monde Diplomatique en mayo de 2010.)

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