8 de diciembre de 2010

Cámara Macbeth

                                                             ¡Salve, Macbeth, que en el futuro serás rey!

                                                                                          Las tres brujas, Macbeth


Por uno de esos cruces del destino, llegaron a mis manos casi simultáneamente dos excelentes copias en dvd de sendas versiones cinematográficas de Macbeth. Después de haber disfrutado de Cámara Hamlet, el maravilloso ciclo que organizó Hugo Salas durante el Festival de Teatro de 2009 sobre distintas versiones de Hamlet, decidí replicar en privado el festín shakesperiano, esta vez alrededor de Macbeth.



Empecé por la versión de Roman Polanski, La tragedia de Macbeth (1971) cuyo texto es el más cercano a la obra original, si bien no me parece la mejor de las tres. Volvió a gustarme como hace 30 años esta versión sucia y oscura de Polanski, en color, ambientada en una Edad Media desacralizada, con castillos en cuyos patios corren las gallinas, en medio de la mugre y el barro. Polanski se ajusta con bastante fidelidad al texto de Shakespeare, algo modernizado, pero hasta recuerda la rima. Se trata de una puesta de extrema violencia, con Jon Finch como el protagonista, quien pasa de ser un joven algo fresco e inocente al principio, un valiente soldado al servicio de su rey, a transformarse más tarde en la encarnación del mal.

Como arquetipo, Macbeth encarna la ambición sin límites unida a la traición; la profecía que le profieren las brujas anunciándole que será rey despierta en él su peor faceta: él transgrede la barrera del mal pero después de su magnicidio no está a la altura de sus actos, no puede asumir su maldad hasta sus últimas consecuencias, y es perseguido por la culpa y un destino inexorable. Tampoco la insidiosa lady Macbeth se mantiene a la altura de su perversión, y sólo encuentra salida en la locura y el suicidio.

Esta versión de Polanski abunda en violencia explícita: contrariamente a la tradición del teatro clásico inglés, el rey es asesinado en escena y corren ríos de sangre, la muerte de mujer e hijo del caballero Macduff y la de su amigo Banquo también son de extrema crueldad, y está mostrada la decapitación final de Macbeth, todos hechos que en la obra son relatados por los personajes y no puestos en escena. Numerosos críticos atribuyeron tal violencia y el pesimismo en el tratamiento del tema a la entonces reciente muerte de Sharon Tate, esposa de Polanski, a manos del clan Manson.

Polanski eligió realizar una versión realista, algo que sostiene incluso en las escena en que Shakespeare recurre una vez más a lo sobrenatural: las brujas son mujeres fatídicas, pero muy reales, de carne y hueso. En el segundo encuentro, durante un aquelarre, dan a Macbeth un brebaje que le produce un estado alucinatorio durante el cual tienen lugar las predicciones sobre su derrota. Incluso las visiones del protagonista –la daga con la que ha de matar al rey Duncan, la aparición del espectro de su camarada Banquo- no parecen sobrenaturales: están tratadas de manera que puedan interpretarse como proyecciones o alucinaciones del mismo Macbeth.

Hay en la obra elementos propios del cine de Polanski: el protagonista sufre la paranoia habitual de los personajes de sus films, que lo lleva a cometer sucesivos crímenes, y es la que origina una marea de sangre que arrastrará a la perdición al propio monarca y a su esposa. Por otro lado el encierro, tema recurrente en el director polaco, tiene lugar en la situación sin salida –en un castillo aislado en la cima de la colina de Dunsinane- que él mismo ha creado. Y por fin, el tema de la locura, tantas veces vista en los personajes femeninos de Polanski, así como en los de Shakespeare.


Orson Welles realizó varias adaptaciones de las obras de Shakespeare. Lo que más impacta de su versión de Macbeth (1948) es la originalidad de su puesta en escena. Así como Polanski tira por la borda una concepción romántica e idealizada de la Edad Media, la visión de Welles es casi surreal, fantasmagórica, ubicando el castillo de Macbeth en una escenografía teatral de montañas de cartón piedra, lúgubres y sombrías. Los personajes parecen seres primitivos, porque visten pieles y cuernos, y si bien no hay elementos del decorado que certifiquen la época en que transcurre la acción, las vestimentas sugieren un estadio arcaico.


Mientras la versión de Polanski es completa, con ciertas alteraciones en el orden de los hechos, Welles acortó la obra y también alteró el orden de algunos momentos, con lo cual el desarrollo quedaba simplificado. A diferencia de Polanski, quien lleva la acción a diversos puntos de Escocia –playas, bosques, páramos y distintos castillos-, Welles se ajusta a la unidad de tiempo y lugar teatral. Filmada con un presupuesto muy exiguo y en unos pocos días, en esa escenografía de rocas y montaña donde el elemento más decorativo es una suerte de reja, la vestimenta y las coronas vistosas del rey, el Macbeth de Welles es como su intérprete, soberbio y majestuoso desde la primera escena. Es muy fascinante lo que Welles, amante del exceso, logra aquí con tal economía de recursos, haciendo del defecto virtud, en una estilización expresionista. El ambiente es extraño, casi claustrofóbico, como si estuvieran presos y encerados en esa montaña oscura.


En esta tragedia de Shakespeare también encontramos elementos afines a la obra de Welles: le da al director la oportunidad de desarrollar otra reflexión sobre el poder, uno de sus temas favoritos. Para graficarlo, Welles insiste en el uso del picado y contrapicado que era frecuente en El ciudadano, con ángulos de cámara muy altos o bajos, recurso que también adoptará Polanski más tarde, para señalar el lugar que va ocupando cada personaje en la escala de poder, según la sucesión de hechos. Welles luce magnífico en su rol del poderoso, y a diferencia de Finch, lo expresa desde el principio: su ambición es el poder total, y lo interpreta siempre al borde de la desmesura.

El otro elemento característico del film es el uso del claroscuro muy contrastado en blanco y negro, tan propio de los films de Welles, aquí llevado al extremo. La acción tiene lugar en gran parte durante la noche, con siniestra y efectista fotografía de luz y sombra, apropiadas para la aparición de brujas y fantasmas, siendo el peor de todos, el de la culpa.

Ambos films son cinematográficos, pueden separarse de su origen teatral. Welles crea un cambio para el tratamiento de la subjetividad de los personajes: mientras que Shakespeare utiliza el aparte, recurso teatral para los soliloquios en los que el público conocía los pensamientos de los personajes, Welles transforma el aparte en un monólogo interior, un fluir de la conciencia con la voz en off, recurso que Polanski retoma en su versión, aprovechando ambos así las posibilidades del cine, a la vez que evitan caer en la teatralidad.



Resulta interesante confrontar estas dos versiones con una tercera, mi preferida. Akira Kurosawa demostró en su versión que la obra de Shakespeare era eterna y universal en su adaptación, El trono de sangre (1957), la que más lejos se atreve a apartarse de las fuentes. Ambientada en un Japón feudal cuyos protagonistas son samuráis al servicio del señor, tiene lugar en una escenografía despojada, acorde con la estética del teatro Noh, tradición que signa todo el film de Kurosawa, quien evoca así el carácter teatral de la obra. En realidad, Kurosawa atraviesa toda la obra con la cultura japonesa, con la exposición de sus valores morales, sus simbolismo y su iconografía.

Pocas veces se lo a visto a Toshiro Mifune tan rabioso, tan vibrante como en su rol de Washizu, el Macbeth nipón. Su rostro casi enajenado recuerda las máscaras usadas en el teatro Noh, al igual que el de Asahi, la versión japonesa de lady Macbeth. Esas expresiones poco realistas producen un extrañamiento, un alejamiento del espectador, característico del teatro japonés. Asahi es el personaje que más se diferencia del original, no sólo porque queda embarazada justo cuando su esposo anuncia que nombrará un heredero, sino porque su insidia y frialdad son más feroces que las de la propia lady Macbeth, influyendo en el espíritu de su marido con pensamientos retorcidos. Su ambición no tiene límite. Y, si bien está atormentada por la sangre de sus manos, no lleva su desesperación hasta el suicidio, como sus similares. Hay una oposición entre él y ella, animus y anima, como un personaje desdoblado en el masculino impulsivo y el especulativo femenino.


Es admirable la composición de Kurosawa, sobre todo en los interiores donde tiene lugar el debatirse íntimo del protagonista, luchando entre sus principios de honor y su ambición, y las palabras de su mujer. El vacío de los grandes ambientes como es habitual en el teatro Noh, la decoración de las paredes, todo está puesto al servicio de destacar la figura humana.

Resulta una comparación interesante la del tratamiento que las tres películas hacen de las brujas que anuncian a Macbeth su futuro reinado. Mientras en Polanski se trata de tres mujeres no muy diferentes del resto de los personajes, evidentemente con conocimientos de brujería, de la preparación de pociones alucinógenas, etc, en Welles son tres espectros, figuras en la niebla cuyo rostro permanece oculto, manos que fabrican amuletos, voces que parecen graznidos en la oscuridad. En Kurosawa este elemento está muy transformado: las tres brujas aparecen concentradas en una vieja hilandera que encarna el Espíritu del Bosque, figura de la tradición literaria japonesa y particularmente del teatro Noh. Este personaje confiere un carácter feérico a toda predicción, semejando casi una ilusión.

Kurosawa elije otro recurso, presente durante todo el film: desde el principio, una niebla se eleva desde el suelo, sugiriendo el carácter casi onírico de la historia. Y esa niebla conduce al bosque laberíntico donde se pierden los personajes, que han perdido su camino y su alma.


Tal vez la adaptación de Kurosawa sea la más brutal de las tres versiones, la más violenta y dramática. Es Macbeth una de las obras más sangrientas de Shakespeare. Si bien fue Polanski quien sacó partido del valor pictórico de la sangre, al filmar en colores, en la versión en blanco y negro de Kurosawa la sangre parece hasta olerse. Al eliminar a Macduff entre otros personajes, Washizu no muere a manos de hombre no nacido de mujer, sino que es acribillado por una lluvia de flechas lanzadas por sus propios hombres, en una escena para la antología de la violencia en el cine japonés, tan tremenda, tan maravillosa. Es notable la belleza visual de ese final.

Josefina Sartora



Nota: Claro que no son éstas las únicas transposiciones cinematográficas de la tragedia. Andrej Wajda realizó una versión muy libre en Lady Macbeth en Siberia (1961), y están incluso entre otras las películas Joe McBeth (Cautivos del terror, 1955) de Ken Hughes y la de William Reilly Hombres de respeto (1990), que trasladan la historia clásica a la mafia norteamericana. Pero no llegan a la altura de los tres films elegidos.

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