12 de marzo de 2011

Pantalla Pinamar 2011

Primera vez que Pantalla Pinamar me invita unos días a este evento que el INCAA y la ciudad organizan cada año en marzo, con la dirección de Carlos Morelli. Un encuentro amable –no competitivo- con preestrenos del cine argentino y europeo reciente.


Lo que he visto hasta ahora es una serie de películas dignas, sin ninguna revelación, podría decirse que encuadradas dentro de un cine tradicional, sin pretensiones de modernidad y que no asumen riesgos.

Protector, del director checo Marek Najbrt y candidata al Oscar por su país, es un film más sobre la ocupación nazi en los países vecinos. Evoca un hecho histórico que ya Fritz Lang recreara en Los verdugos también mueren (1943): el atentado contra el representante de Hitler en el Protectorado de Bohemia y Moravia. Con un trabajo elaborado del color, entre el blanco y negro, los sepias y el color pleno, el film habla –un tanto convencionalmente- sobre una situación sin salida, tanto para quienes huyen, como para quienes se ocultan, para quienes combaten en la oposición, cuanto para quienes colaboran.



Del Foco de cine suizo, vi la coproducción con Alemania Colores en la oscuridad, interesante opera prima de Sophie Heldman, melodrama sobre los problemas de una pareja adulta. El hombre tiene un cáncer y se niega a pasar el resto de su vida como paciente; ella reacciona mal al deseo de independencia de su marido, y juntos atraviesan la crisis más profunda de su matrimonio. Dos grandes actores –Senta Berger y Bruno Ganz, juntos por primera vez- sostienen con excelencia este film austero y seco, realizado más con gestos y miradas que con los pocos diálogos, y que logra crear una atmósfera de encierro y angustia. Muy en la línea del nuevo cine alemán.

Decepcionante resultó la holandesa Anochecer, de Hanro Smitsman. Basada en hechos reales, encara el retrato de un grupo de adolescentes que lleva la perversión de su edad hasta el crimen. Sin embargo, el director traslada un crimen colectivo, que se llevó a cabo en una comunidad musulmana, a la sociedad originalmente holandesa. Al dejar de lado el contenido cultural, el crimen resulta gratuito e incomprensible. Por otro lado, se utiliza el recurso de los distintos punto de vista de los personajes para el relato de los hechos, con lo cual la atención decae tras las reiteraciones narrativas.


El punto más alto de la Pantalla Pinamar hasta ahora reside en la última película de Mike Leigh, Un año más, presentada en Cannes en 2010. Otro film que aborda el tema de la tercera edad: sus protagonistas son una pareja felizmente casada y sus relaciones, amigos y parientes, atraviesan problemas típicos de esa época entre la madurez y la vejez. Jim Broadbent y Ruth Sheen, ambos estupendos, conforman una pareja con todo a su favor: Tom y Gerri (sic) se aman, comparten intereses, cada uno vive satisfecho en su profesión, tienen un hijo que los ama, todo fluye en su vida. Ellos tienen lugar para los amigos perdedores: Mary, una mujer que ahoga en alcohol su angustia por la soledad y el envejecimiento, Ken, un querible pero imposible gordo que acumula kilos y frustraciones, y el hermano de Tom, casi catatónico, quien no sabe qué hacer con su vida cuando muere su mujer sorpresivamente. Muy teatral, armada en base a diálogos y en interiores, el film atraviesa las cuatro estaciones del año presentando las distintas situaciones de todos ellos, y su evolución en ese año. No estamos frente al mejor Leigh, pero: si bien los personajes resultan muy esquemáticos –la pareja es perfecta, nunca hay un desacuerdo entre ellos, la mujer, terapeuta, siempre tiene un consejo y un abrazo para los demás-, se trata de un real cuadro de situación de toda una generación, con sus variantes. Es muy básica la relación de la pareja con su hijo ejemplar y la del hermano con su hijo pródigo y rebelde. También la metáfora del auto que compra Mary, símbolo de su libertad, que rápidamente demuestra ser una estafa, es bastante torpe. Pero todas las actuaciones son magníficas, y eso es básico en un film tan conversado: Broadbent con 20 kilos menos luce mejor que nunca, Lesley Manville ejecuta un tour de force extraordinario como la amiga alcohólica que se niega a envejecer, salvando su personaje de caer en la caricatura; y hay escenas maravillosas, como la del final, cuando la joven pareja asume que debe lidiar ese domingo con la amiga indeseable, y Karina Fernández se come la película.

En cuanto al cine argentino, en medio de algunas realizaciones muy pobres, como la coproducción con España La última mirada, de Víctor Jorge Ruiz, un film bochornoso que atrasa treinta años, sobre las víctimas de la dictadura militar –tema que últimamente está siendo mal usado y manoseado hasta el cansancio por los unos y los otros- y Rehén de ilusiones, la última película de Eliseo Subiela –director que ya no me cuenta entre sus espectadores-, fue bienvenida la presencia de De caravana, opera prima de Rosendo Ruiz que ya se presentara en el Festival de Mar del Plata y en la Semana de Preestrenos Fipresci. Film cordobés realizado por cordobeses, como en el cine de José Campusano, pero con otro estilo y otra estética, De caravana busca barrer con prejuicios, borrar fronteras entre clases sociales, y reivindicar grupos marginales. Incluso el guión es literal: un fotógrafo muy fashion se niega a cubrir un recital de la Mona Giménez, porque rechaza el mundo de los cuarteteros. Combinación de comedia negra y film noir, narra las vicisitudes que atraviesa el protagonista entre esa gente que de una y otra manera termina atrayéndolo e incorporándolo a sus filas: una mujer seductora, una travesti cómplice y un traficante de marihuana simpático lo arrastran a submundos desconocidos. No faltan algunos estereotipos exagerados, como el amigo snob del protagonista, pero se le perdona. Una película chiquita, fresca y divertida, con buenas intenciones y además bien filmada.

La organización de Pantalla Pinamar no tiene fallas. La atención a la prensa, que coordinan Martín Eichelbaum y Eloísa Ibarrola, es impecable: el tradicional hotel Playas donde nos alojan a los muchos colegas, construido en 1942 y totalmente actualizado, es muy cómodo; hay recepciones de las delegaciones extranjeras -la india, que me perdí antes de llegar, la suiza y la alemana-, conferencias de prensa por la mañana, funciones por la tarde y noche, en horarios que se respetan al minuto. El trabajo transcurre placenteramente, con muchas comodidades que ponen en evidencia la carencia de ellas en el Festival de Mar del Plata, también organizado por el INCAA. Una no deja de preguntarse cómo esta Pantalla tiene un presupuesto tan dispendioso, frente a las austeridades que sufrimos en Mar del Plata. Seguramente la respuesta ha de ser política, a juzgar por la presencia de funcionarios, sindicalistas y diplomáticos en las distintas recepciones, pero sigue escapándoseme.

Durante los primeros cuatro días, coincidentes con el carnaval, se vendieron 17.000 entradas, lo que significa un incremento del más del 50 % con relación al año pasado. Todavía no hay cifras de esta segunda mitad, pero la afluencia de público –mayoritariamente de la tercera edad- es intensa. Algo asombroso, en una ciudad-jardín que parece desierta: casas cerradas, parques vacíos –excepto por los jardineros, que los mantienen impecables-, la gente aparece en la playa, los restoranes y los cines.


Aunque este es un encuentro de cine argentino-europeo, este año incluye también un foco de cine de la India. Vi Una mujer casada, dirigida por Pradeep Sarkar. Un típico producto de Bollywood, la meca de la industria que en Mumbay produce cientos de películas al año. Resultó algo difícil seguir los subtítulos, ya que la traducción parecía operada por una computadora. El film tiene todos los ingredientes preferidos por el público indio: un melodrama familiar, que incluye dos casas vecinas con familias cruzadas, un tío bueno pobre y un tío malo rico, una sobrina que crece junto a la familia y claro está, ella y su vecino se enamoran con un amor prohibido y casi incestuoso, un actor protagonista con dotes musicales y un buen físico, que luce casi todo el film en musculosa, muchos números musicales, ceremonias vistosas con mucho sabor local, todo en el ambiente de clase burguesa en franco ascenso ya en 1962, cuando está ambientada la historia, amble, pero armada en base a clichés. De la realidad social del resto de India, ni una palabra.

Josefina Sartora

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