24 de mayo de 2011

Una tragedia contemporánea

Incendies
Dirección: Denis Villeneuve
Canadá-Francia/2010


El film canadiense Incendies ha generado una respuesta de considerable importancia, con críticas elogiosas en todo el mundo y la candidatura al pasado Oscar. Basada en la obra teatral del nativo libanés Wajdi Mouawad, emigrado a Canadá, es el tercer film del quebequés Denis Villeneuve, el primero en estrenarse en Argentina.

Se trata de un visceral melodrama familiar con trasfondo bélico: al morir su madre, Nawal, emigrante en Canadá proveniente de un país nunca nombrado de Oriente Medio, los gemelos Simón y Jeanne Marwan reciben del escribano amigo de la familia dos sobres que su madre les ha legado para que se los entreguen a su padre, que creían muerto en la guerra, y a su hermano, de cuya existencia ellos nunca habían tenido noticias. Jeanne, que es matemática, acababa de recibir un consejo de su maestro: no comenzar un problema a partir de datos desconocidos. No obstante, la hija parte inmediatamente en busca de lo que no conoce, a investigar el paradero de su padre, en una suerte de viaje al pasado, ya que en la tierra natal de su madre conocerá su durísima historia, que ella nunca les había revelado. Por su parte, Simón no accede fácilmente al pedido póstumo, resentido con una madre que siempre ha actuado extrañamente. Pero cuando Jeanne toma conocimiento de hechos reveladores que los involucran directamente, él se le une en ese viaje iniciático hacia los propios orígenes. Villeneuve -y el autor de la obra, Moawad- tratan Incendies como un thriller de investigación, a la manera del Edipo Rey de Sófocles, para llegar a la revelación de la propia identidad.

Estructurada en varios capítulos que se desarrollan en distintos tiempos, a medida que los hijos avanzan desde el presente hacia el pasado de su madre, se despliega la historia de Nawal en flashbacks paralelos. Villeneuve adhiere así a la tendencia actual de narrar una (muy larga) historia en diversas líneas narrativas, evitando la dirección única. Embarazada por amor siendo muy jovencita, su familia le arrancó a Nawal el niño por haber quedado deshonrados, y ella debió ir a la ciudad a educarse. Allí se compromete políticamente y años después, estallada la guerra civil, parte tras ese hijo que ha quedado en zona de guerra, a quien busca por años. Nawal pasa años en prisión, donde es sometida a todo tipo de vejaciones, a pesar de lo cual ejerce su resistencia cantando en su celda, por lo que se la conoce como La Mujer Que Canta. La actriz Lubna Azabal encarna a esta mujer en tres momentos muy diferentes de su vida, y pasa de la pureza inicial a la fuerza combativa, y de allí al desasosiego del fin de su vida, cuando la verdad se le muestre tan tremenda que sólo el amor podrá sobrellevarla, rompiendo el hilo de la cólera.

Se dice en un momento no se puede desafiar lo inevitable. Incendies puede ser leída como el desarrollo de un mito moderno sobre los lazos de sangre, inspirado en los griegos, aunque por momentos derrapa peligrosamente hacia el culebrón. La omisión el nombre del país donde transcurre la tragedia apunta a hacer de la historia un conflicto universal. Por supuesto puede tratarse de el Líbano, que sufrió una guerra civil desde los ´70 a los ´90, pero también se ve escrito en un vidrio el nombre de Palestina, y varias veces vemos la bandera de ese país, los nombres de las ciudades mencionadas pertenecen a distintos países árabes, pero en realidad las amplias y bellas panorámicas fueron filmadas en Jordania, donde existe realmente el campo de refugiados que se ve en el film. Hasta las coincidencias, que podrían resultar poco realistas, poseen un valor mítico. Por otro lado, son muchos los países asolados por guerras de religión, con sociedades paralizadas por el horror. Las devastadoras consecuencias de la guerra –civil, para colmo- superan lo que el ser humano estaría dispuesto a tolerar. El film carece de sutilezas: masacres, violaciones, torturas, todo parece haber atravesado el cuerpo de Nawal, a quien sus hijos conocen íntimamente por primera vez después de su muerte. Por sobre todo, estamos frente a una elocuente película sobre la desolación de la guerra, que mueve a la reflexión.
Josefina Sartora

23 de mayo de 2011

Obama, Osama y Las Meninas

Tras el vandálico atentado perpetrado por el gobierno de Estados Unidos –dirigido por un Premio Nobel de la Paz- y sus Fuerzas Armadas, que culminó con el asesinato de Osama Bin Laden –ex agente de la CIA-, haciendo desaparecer su cuerpo en el mar según el triste modelo impuesto por la Marina argentina, nos parece muy acertado el análisis de John Brown publicado en su blog www.iohannesmaurus.blogspot.com. Aquí, su transcripción.

Las Meninas en la Casa Blanca

"si dipinge non colle mani, ma col cervello"

("no se pinta con las manos, sino con el cerebro")

Miguel Ángel

 1. Hay situaciones que se sintetizan en una imagen que le sirve de emblema. La operación de comando que culminó en el asesinato de Osama Bin Laden es un acontecimiento del que no tenemos imágenes directas; no podemos ver el objeto a través de su reproducción por otro individuo. No es que este tipo de imágenes no exista, pues se han filmado en directo hasta los últimos pormenores de la sangrienta operación, es que el poder norteamericano ha prohibido su divulgación. Los motivos oficiales son de dos órdenes: se trata en primer lugar de no herir la sensibilidad del espectador mediante la exhibición de imágenes sanguinariamente obscenas; en segundo lugar se trata de proteger el carácter secreto de la propia operación, incluso tras su realización. Este último motivo parece verosímil a su vez, pues las versiones oficiales del asesinato de Bin Laden han ido variando considerablemente conforme pasaba el tiempo y, según parece, a tenor de la última, el ya anciano y enfermo dirigente de Al Qaida se encontraba desarmado cuando irrumpió el comando y su gesto de "resistencia" consistió en el naturalísimo gesto de intentar ponerse a resguardo de las balas que le iban dirigidas. Es difícil para las autoridades norteamericanas explicar por qué no ordenaron detener a Bin Laden cuando ello era perfectamente factible. Quizá la "desaparición" programada de su cadáver en el mar sea coherente con el hecho de que su cuerpo vivo fuera sustraido a la justicia e incluso a la investigación policial.


2. No veremos, pues esta imágenes y tendremos que contentarnos con otra representación de este acontecimiento. Una doble representación en dos momentos: 1) el cuadro de corte de la plana mayor antiterrorista y militar reunida en la Casa Blanca mientras contempla en directo el asesinato de Bin Laden; 2) los vídeos domésticos en que se asiste a momentos de la vida cotidiana de Bin Laden como en un episodio de Gran Hermano. Ambos momentos circunscriben un hecho que eluden y cuya representación se nos deniega por exhibir con demasiada crudeza lo real de la muerte o lo real del poder. Lo que podemos ver en ambos márgenes de la representación prohibida es a otras personas que ven: a los dirigentes norteamericanos contemplando la muerte de Bin Laden al tiempo en que probablemente dan la orden de la ejecución -ventajas del directo-, y a Bin Laden mismo en acto de contemplarse a sí mismo en un viejo televisor y manejando un mando a distancia. Unos contemplan la imagen prohibida, otro contempla su propia imagen. Nos centraremos en la imagen de quienes contemplan la imagen que se nos hurta a la mirada, pues es la que desde el punto de vista político resulta más significativa. La segunda imagen en que Bin Laden se contempla a sí mismo muestra el vacío narcisista y la impotencia de Al Qaida en un momento en que el mundo árabe y musulmán se encuentra en ebullición y da la espalda tanto a los déspotas neocoloniales como a los islamistas armados.


3. Vale la pena detenerse en el "cuadro de corte" que representa a la plana mayor del antiterrorismo norteamericano. Al contemplarlo, no puede evitarse una sensación de familiaridad, de "déjà vu". La foto pretende captar de manera "natural" y "en directo" el gran momento de la "ejecución" del Enemigo y, sin embargo, presenta de manera voluntaria o involuntaria toda una serie de coincidencias formales con esa modélica representación de lo irrepresentable del poder que son las Meninas de Velázquez.. En primer lugar, el presunto titular del poder, el presidente Obama, ocupa un segundo o tercer lugar y cede su sitio, incluso su asiento, a un militar que ostenta sus condecoraciones como Diego Velázquez su cruz de Calatrava. El militar está escribiendo algo en un ordenador posado sobre la mesa, probablemente algo que tiene que ver con la dirección de la operación. Como Velázquez, él también está "pintando" el cuadro que no vemos. El presidente, como un actor que descansa durante un rodaje, vestido de manaera desenfadada con una camisa y una chaqueta deportiva, sin corbata, detrás del personaje voluminoso que ocupa el centro de perspectiva. Las demás personas que asisten a la escena reaccionan de manera distinta cuando la cámara las sorprende: unos manifiestan cierta expectación, otros serenidad, otros preocupación, otros aún estupor e incluso, en el caso de Hillary Clinton, horror ante lo que ven, por mucho que la Secretaria de Estado afirmara posteriormente que estaba tapándose la boca ante un ataque de tos. No vemos lo que ellos ven, como tampoco vemos el lienzo de Velázquez, ni vemos a la pareja real que se refleja borrosamente en el espejo del fondo. Vemos en la foto oficial de la Casa Blanca una imagen borrosa, pixelizada, de un documento "top secret", un atributo del poder real cuyo contenido se nos oculta. En ambas representaciones el poder es aludido y eludido, es directamente invisible y, si acaso, objeto de una imagen borrosa y apenas reconocible. Decadencia de los Austrias españoles, fin sin gloria de la democracia americana.

4. Las Meninas de Obama son una representación melancólica de la soberanía, en eso también paralela a la de Velázquez. En ambas composiciones se procura dar figura a un poder que a la vez necesita ser representado para existir como tal y escapa permanentemente a la representación, como esa pareja real que sólo figura en el cuadro de Velázquez difuminada y casi invisible en el azogue de un lejano espejo. También en la foto de la Casa Blanca, el lugar del poder es difícil de localizar: no lo ocupa sin duda el actor que hace de presidente y que vemos descansando y atendiendo a un espectáculo sobre el que no tiene mucho que decir. Parece más bien encarnar el poder el general que dirige técnicamente la operación desde su ordenador y, sin embargo, tampoco parece que él sea su verdaera encarnación: es un mero ejecutor, en todos los sentidos de la palabra. Tal vez el cuadro de Velázquez nos dé una pista sobre ese lugar del poder que se nos escapa. Del mismo modo que, al fondo de la composición velazqueña nos encontramos con un espejo que reproduce de manera casi irreconocible la imagen de los monarcas, al fondo del cuadro de corte norteamericano, precisamente en su punto de fuga, figura un personaje difuminado, casi invisible, Audrey Tomason, la directora del antiterrorismo que había dirigido el conjunto de la operación.

En este sentido, las Meninas de Obama, son toda una alegoría de la decadencia del poder soberano que, cuando pretende ser soberano es impotente como lo es el presidente Obama desplazado por militares y espías y sólo se manifiesta como poder cuando, abandonado el espacio de la soberanía, se resume a mera técnica policial. La ejecución de Osama Bin Laden que contemplaban las personas reunidas en la Casa Blanca pretendía ser una exaltación de la soberanía cuya máxima expresión es el derecho a matar, es, sin embargo, la pintura de la decadencia irreparable del poder soberano superado por los aparatos de gobernanza del capital. Cuando el poder soberano mata lo hace, en virtud de su voluntad expresada en la ley: el asesinato entre mafioso y paramilitar que contemplaba la plana mayor del gobierno norteamericano se realizaba al margen de toda legalidad, de toda voluntad soberana, como mero automatismo de los aparatos militares y de inteligencia. Las Meninas de Obama son la foto de un golpe de Estado.
John Brown

19 de mayo de 2011

Los ciclos de la tierra


Le quattro volte


Dirección: Michelangelo Frammartino

Italia-Alemania-Suiza/2010.




Saludamos el estreno de toda cinematografía que proponga una otra mirada, otra actitud del espectador. Es el caso de Le quattro volte, film del italiano Michelangelo Frammartino, que se niega a ubicarse en cualquier categoría, sea documental o ficción. O que participa de ambas, siendo un documental de observación, contemplativo, con una rigurosa construcción y puesta en escena.

La distribuidora Z Films –valiente empresa independiente que trae las películas que siempre figuran en las listas de las mejores del año, y la única que se anima a estrenar en simultáneo con Piratas del Caribe- eligió mantener el título original. Cuatro veces es su traducción literal, con el emblemático número cuatro que alude a la perfección, a los reinos de la naturaleza, a los elementos, las estaciones, los puntos cardinales, los ciclos cerrados, etc.

Frammartino deja de lado la palabra para observar y mostrar el mundo de la naturaleza en Carlonia, un pueblo de Calabria, casi atemporal, colgado de un cerro. A manera de prólogo, en la primera escena un inmenso montículo de carbón de leña humea como un volcán después de una erupción. Después, la cámara se posa en la cotidianeidad de un viejo pastor de cabras, quien cada día las lleva de pastoreo a los campos a pesar de su mala salud. Perro y cabras protagonizan un largo plano lleno de humor en la calle del pueblo, obligado tránsito para los pobladores en sus rutinas diarias y rituales anuales. Por allí peregrinan rememorando la Pasión, por allí circula el camión del carbonero. Del pastor, se pasa en el segundo capítulo a las cabras, que han cambiado de dueño, y entre ellas la cámara elige un cabrito, que pierde su rebaño y se guarece bajo un árbol. Claro que a continuación será el reino vegetal el protagonista, y el árbol emblemático sirve tanto para oficiar un rito pagano en el centro del pueblo, como para luego ser cortado y en la cuarta sección devenir montículo de carbón de leña, que termina humeando…



La imagen del pueblo en la cima de la colina, inalterable, se repite como un ritornello, un pulso que imprime un ritmo recurrente. Premiada en Cannes, encuentro la película muy bella aunque sin fanatismos. Humo, polvo, leche, carne, madera: además de una observación sobre los prcesos naturales, Le quattro volte es un buen estudio de la pura materialidad.

Josefina Sartora

13 de mayo de 2011

Una verdadera farsa

Mujeres al poder (Potiche)

Dirección: François Ozon
Francia/2010

Vi Potiche en el Festival de Viena, en noviembre de 2010. A continuación transcribo lo que publiqué en Claroscuros ese momento.



La nueva broma de François Ozon comienza con Catherine Deneuve haciendo jogging en el bosque ¡y con ruleros!, con algunas interrupciones en que se detiene a escribir alguna línea de un poema o a hablar con los animales. Temblé, lo confieso. Después de los últimos fiascos, Ozon prometía lo peor. La mujer de un industrial poderoso, que la engaña y ni la considera como persona, Suzanne se ha convertido en un potiche, objeto decorativo e inútil. Estamos en 1977, los obreros de su fábrica de paraguas se rebelan contra las precarias condiciones de trabajo, él sufre un ataque al corazón y ella debe asumir el mando, con un espíritu moderno y conciliador que no tenía su marido, y deviene una empresaria exitosa.

Una vez más -como en Ocho mujeres, con la que tiene puntos de contacto- Ozon hace su homenaje a la mujer, ubicando su historia en pleno surgir del feminismo, y habla de temas como el embarazo, el aborto, el trabajo femenino y la disposición del propio cuerpo por parte de la mujer. Ozon trata con absoluto respeto a sus actores, Deneuve, el gran Fabrice Luchini y Gérard Depardieu, con todos sus kilos y arrugas, y tiene momentos muy divertidos; el elenco se completa con Karin Viard y Jérémie Rénier, nada menos. Y naturalmente, hay un guiño a Los paraguas de Cherburgo, consagrador trabajo de Deneuve. Con interesantes implicancias políticas, algo nuevo en este director, es una farsa que resulta sumamente disfrutable y fue ovacionada a sala llena por un público poco amigo de efusiones.

Josefina Sartora

3 de mayo de 2011

Magia y teatro. El centésimo mono


La práctica de la magia siempre ha tenido un carácter fuertemente teatral. Sometida a una firme puesta en escena, su oficiante debe llevar a cabo una buena actuación para seducir a su público, lograr su confianza y saber llevar la atención a donde el pase de magia lo requiere. Por el otro lado, el teatro también tiene su componente mágico, por su posibilidad de crear una ilusión, de pasar a otros mundos, otros tiempos, otras realidades. Así lo entienden los artistas que ponen en escena El centésimo mono, en el teatro La Carpintería. Pablo Kusnetsoff, Marcelo Goobar y Emanuel Zaldua son tres magos profesionales con formación teatral que, con la dramaturgia y dirección de Osqui Guzmán, desarrollan una curiosa conjunción de comedia negra y pases de magia que generan una rara fascinación. La historia es mínima y casi surreal: mientras un mago es operado, al borde de la muerte, imagina una acción que, si bien fragmentaria, le permite poner en escena sus pases, en un yo multiplicado por tres.

El título recuerda la teoría sobre la masa crítica, que enuncia que cuando un gran número de individuos de una especie adopta una conducta, ésta es hecha propia por toda la especie, produciéndose un cambio social o evolutivo.

Aun aceptando que todo se trata de un delirio onírico, los textos no dejan de resultar por momentos incomprensibles, pero la destreza de los magos, el profesionalismo de sus actuaciones –entre las que se destaca la experiencia de Pablo Kusnetsoff- y la magia de sus pases sorprendentes transportan al espectador a esa realidad ilusoria que mencionábamos. La fuerza de la acción, lo atractivo de la imagen, la expresividad corporal de los magos-actores atraen toda la atención sin decaer un momento. Y la música –óptima- resulta parte insoslayable del espectáculo. Con histrionismo, humor y cierta melancolía, enfundados en unos trajes muy apropiados para la función, componen una obra originalísima y excelente.

Josefina Sartora