25 de enero de 2012

El poder tras el poder

J. Edgar

Dirección: Clint Eastwood

Estados Unidos/2011


Los personajes masculinos del cine de Clint Eastwood suelen ser gente empecinada, consagrada a cumplir una idea, o un sistema de vida. Así El jinete pálido busca justicia, el entrenador de Million Dollar Baby lucha por lograr la victoria, los de Invictus por superar el apartheid, Josey Wales quiere vengarse mientras su vida es una continua huída, en Gran Torino su protagonista parecía una intencionada caricatura de sí mismo, un reaccionario intransigente, y sigue un largo etcétera. Pero también reservan otra faceta, como es inevitable, o alguna forma de redención.

John Edgar Hoover constituye un personaje a la medida del director: joven tan inteligente y ambicioso como paranoico, es nombrado muy joven director de una oficina del Departamento de Justicia que él convierte en un centro de investigaciones sobre todos los ciudadanos, con el objetivo de defender un sistema de vida y perseguir a los comunistas, opositores a tal sistema. Transformada en el FBI (Federal Bureau of Investigations), Hoover la perfeccionó hasta que devino el centro donde nadie podía ocultar algo de su vida pública o privada. El secreto por el cual Hoover se mantuvo al frente del FBI durante 48 años, a lo largo de 8 presidentes, varias guerras y otras circunstancias que supo superar fue ese: el secreto. Tras imponer las escuchas -a veces ilegales, otras no tanto- a los ciudadanos, Hoover investigó la vida privada de todo personaje poderoso en su país. Así, indagó en las relaciones privadas de Eleanor Roosevelt, metió sus micrófonos hasta en las camas John Kennedy y Martin Luther King, e hizo valer sus protocolos secretos como arma de influencia, transformándose en uno de los hombres más poderosos de toda América.

El cine ya se había ocupado de él, en varias películas. En esta biografía –con guión de Dustin Lance Black, responsable de Milk- Eastwood no oculta cierta admiración por su personaje, a la par de tenerle un gran respeto. A pesar de que le han recriminado a Eastwood no tomar partido, yo creo que sus simpatías son claras. Marcado por una madre potente e imperativa, Hoover era un hombre de principios férreos, y exigía de los agentes del FBI una conducta intachable. Por ello, ocultó su condición de homosexual en una época en que la homosexualidad estaba estigmatizada, a pesar de que todos sabían de su relación con quien fuera su segundo, Clyde Tolson, con quien compartió durante varias décadas cada almuerzo, cada cena, cada vacación, sin omitir ninguna de ellas. La narración de esta historia íntima, con toques de melodrama, resulta más interesante que el relato de la trayectoria pública del protagonista, forzosamente fragmentada y con baches importantes.


La biografía de J.Edgar Hoover es emblemática, porque corre paralela con la historia de los Estados Unidos en medio siglo XX. No sólo es así, sino que sus valores sobre la justicia, la democracia, sus ideales de cómo debía ser la sociedad norteamericana prendieron en la sociedad, haciéndolos propios. Hay en el film una secuencia muy interesante, que muestra la importancia que tenía el cine en la postguerra, y cómo Hoover transformó a los gangsters de héroes en villanos, y a los agentes del FBI de sospechosos en modelos de conducta. No olvidemos que entre otros éxitos, él capturó a Dillinger e investigó el secuestro del hijo de Charles Lindbergh, crimen que utilizó para obtener más poder y perfeccionar y modernizar los métodos de dominación y control del FBI.

Creo que la elección de Leonardo DiCaprio para encarnar a Hoover es un error de casting, a pesar de la dignidad del actor para interpretar a un hombre tan complejo, con varias facetas. Pero el siempre joven DiCaprio no salva el correr de los años desde los 28 hasta su muerte a los 78, y las burdas técnicas de maquillaje no pueden ocultar la falsificación. Algo peor aun resulta la caracterización de Armie Hammer como Tolson, que si siendo joven es un gay atractivo, que sabe seducir a su jefe, cuando viejo tambalea bajo las capas de maquillaje que lo convierten en el esperpento de Stan Laurel. Y qué decir de Naomi Watts, la fiel secretaria de Hoover, tan dedicada como él a su trabajo, quien lo acompañó desde los inicios de su jefe en 1919 hasta su muerte en 1972, afeada por los falsos pliegues de la vejez. La gran veterana Judi Dench zafó del artificio, claro,  y se luce como la madre de la criatura.

La fotografía de Tom Stern es sombría, hecha de penumbras y claroscuros, como si Eastwood no quisiera iluminar del todo a este personaje siniestro pero que sin embargo se niega a presentar como tal. Una ambivalencia que puede engañar al espectador, y que le ha generado rechazo de los medios más radicales, por su falta de cuestionamiento político al prócer. Esta parcialidad es debida en parte a que la narración elige el punto de vista del mismo Hoover, quien narra a diversos asistentes la historia del FBI, en un ir y venir cronológico, que combina algo maniáticamente los paralelismos en las composiciones, las repeticiones que se suceden entre el presente y los flashbacks.

Eastwood decide mostrar la relación entre Hoover y Tolson como un vínculo asexuado, y su tesis postula que quizá esa represión sea la que lo llevó a reprimir a terceros, al hostigamiento de sus enemigos, muchos de ellos defensores de los derechos civiles, a su obsesión por deportar a los extranjeros, siempre sospechosos de atentar contra su país. Pero también aquí Eastwood prefiere no manchar a su personaje, atemperando sus reacciones, o el difícil vínculo que tenía con sus superiores. Otro detalle que llama la atención en esta biografía lavada es que nunca se nombre al senador Joseph McCarthy, aliado de Hoover en su paranoica batalla contra el comunismo, ignorantes ambos de la ley y la Constitución.

Josefina Sartora

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