9 de febrero de 2012

La máquina de los sueños

La invención de Hugo Cabret (Hugo)

Dirección: Martin Scorsese

Estados Unidos/2011



El mayor exponente de cómo los tiempos han cambiado y de cómo el cine atraviesa por un proceso de total transformación es este último film de Martin Scorsese. Ausente está el Scorsese ligado a la violencia neoyorkina, o a conflictos relacionados con la religión en los ítaloamericanos; ausentes también los personajes oscuros como los de La isla siniestra, Los infiltrados o El aviador. En los últimos años, el director ha indagado en la historia del cine y de la música del siglo XX, ha creado una fundación para la recuperación del patrimonio cinematográfico y en esta última creación realiza un homenaje al momento de creación del cine de ficción en la figura de Georges Meliès, nada menos. El otro elemento no menos importante es su elección estética. El cine ha abandonado la puesta en escena realista en las películas consideradas para todo público, o mayoritariamente infantil, como podría ser Hugo, y ha adoptado el 3D como dispositivo para atraer la atención del espectador y transportarlo al interior de la acción, o para que la acción llegue hasta la butaca, por así decir. Los otros recursos son la animación, o el stop motion. Allí parece estar el futuro del cine: por sobre todo el máximo artificio, o la digitalización de la imagen.

Todo esto sí está presente en Hugo, la historia de Brian Selznick sobre el chico huérfano que vive escondido en una estación de trenes, donde mantiene activos los relojes e intenta restaurar un autómata deteriorado, que su padre le ha dejado al morir en un incendio. Como en El fantasma de la ópera, como en El jorobado de Notre Dame, Hugo (Asa Butterfield) conoce cada rincón, cada ventana y cada escalera de la estación, y sabe cómo evadirse del guarda, personaje dickensiano que constituye la amenaza del orfanato. Abundan los tópicos de cuentos infantiles: Hugo es huérfano y necesita una familia, encuentra un ser benefactor en su amiga Isabelle (Chloë Grace Moretz), y entre los comerciantes de la estación hallará el maestro (Ben Kingsley) quien desde su juguetería le mostrará el camino, y tendrá otro ángel custodio en la figura del librero.


La historia es simple y simpática: se trata del reconocimiento de Georges Meliès, quien después de crear el cine de ficción, de explorar la posibilidades del cine en la creación de la magia de desapariciones, reemplazos y sustituciones, el empleo del color y otros aportes que incorporó al invento de los hermanos Lumière -mientras éstos permanecían en el registro documental o realista- fue olvidado por el público y terminó en esa tienda de juguetes. En su didáctico homenaje al gran Meliès, Scorsese rescata imágenes de aquellos cortos fantásticos realizados entre 1890 y 1913, que las nuevas generaciones desconocen. En su  revival cinéfilo, hay citas también a Chaplin, Keaton, Lloyd, entre otros. Scorsese –y sobre todo, su productor de arte Dante Ferretti- articulan aquella magia original con la que permiten las actuales innovaciones técnicas, logrando una efecto de absoluto encanto. Las primeras imágenes de Hugo nos instalan en ese mundo fantástico de máxima estilización donde nada parece real, sino todo artificio, desde los locales comerciales de la estación, los engranajes mecánicos que sabe manejar Hugo, la caracterización de los personajes, ese mundo donde todo está escrito en francés pero se habla en inglés de Inglaterra, el tren como una presencia amenazante, y todo ello se combina con la recreación de los sets alucinantes donde filmaba el maestro, el primer director de cine que usara efectos especiales.

Tuve una gran dificultad para entrar en el film. Si bien la imagen me sedujo de entrada, encontré la historia forzada y alambicada; en ella todos los personajes son unidimensionales, y sin atisbos de maldad: el villano que podría encarnar el guarda, interpretado como una caricatura por Sacha Baron Cohen, es a todas luces inofensivo. Si hasta Christopher Lee tiene un rol benévolo. Y los personajes inquietantes, como el tío de Hugo, son rápidamente eliminados. La acumulación de símbolos mecánicos es abrumadora: los relojes, los trenes, hasta la pierna articulada del guarda, son obvia referencia al cine. Lamenté que el tema del autómata, que era propicio para profundizar, se abandonara en aras de ese otro gran engranaje: el cine, y Hugo sustituyera sin vacilación un padre por otro. La película transcurre en un continuum edulcorado sin obstáculos que va subiendo de intensidad, pero sin duda constituye un inicio cautivante para quienes quieran conocer los orígenes de ese mundo mágico que llegó a ser el cine. Y mis resistencias no son en general compartidas: la crítica la aclama y llega con 11 nominaciones al Oscar. Ferretti es quien lo merece.

Josefina Sartora

No hay comentarios:

Publicar un comentario