23 de abril de 2012

Bafici 2012. 5ª nota. Balance final y más títulos argentinos

Terminado el Bafici, siendo su fan desde la primera hora, mi sensación es que ha sido el menos estimulante que he visto. Y los he visto todos. No ha sido malo, por cierto, y valoro su existencia como uno de los bastiones donde se refugia el cine imposible de ver en las salas comerciales, y lo más nuevo del cine independiente. Pero entre 449 títulos es imposible mantener un nivel de calidad aceptable. No termino de acordar con que sea necesaria semejante cantidad de títulos. El Bafici podría ser más selectivo, mostrar 200, 250 títulos, como hacen tantos festivales independientes -que muestran aun menos-, y filtrar con un criterio más selectivo. Lo sé, se me dirá que soy restrictiva, y sí, lo soy: siempre creo que menos es más.
También se me podrá decir que si no vimos películas excelentes la culpa no es del Bafici sino del estado del cine actual, y sobre todo del estado del cine argentino hoy, y eso también es cierto. Los programadores del Bafici eligen entre lo que hay, no son ellos productores de cine, pero sus criterios de elección determinan estéticas, incluso ideologías.


Si no comparto la elección de la película israelí Policeman, de Nadav Lapid como la mejor película de la Competencia Internacional (sin haber visto todas, prefiero Tomboy y Nana), aplaudo el premio a Papirosen como la mejor película de la Competencia Argentina. Gastón Solnicki (un amigo) me había dicho hace tiempo que estaba filmando a su familia para hacer un documental. Lo interesante es que el talentoso Solnicki no repite la fórmula de süden, su excelente registro de la última visita de Mauricio Kagel a Buenos Aires, sino que realiza un extraordinario trabajo de montaje con filmaciones captadas durante diez años con distintos soportes, además de viejas películas caseras familiares, filmadas por otros miembros de su familia.
Papirosen significa en yiddish cigarrillos: es el título de una vieja canción polaca que emociona sobre todo al padre, protagonista del film (foto). Solnicki indaga sobre el padre y sobre los orígenes de su familia, a través de su abuela llegada de Polonia, uno de los personajes más simpáticos del Festival, pero llega hasta la generación más joven, sus sobrinos. La historia de su familia judía atraviesa la del siglo XX, pero el film no se queda allí, sino que se trata también de un retrato de un grupo social muy característico, por lo menos en Buenos Aires. El retrato familiar es íntimo, y por momentos implacable, y coloca al espectador en una posición incómoda, aunque no carece de humor. Es muy notable el borramiento que efectúa Solnicki de la primera persona, que sostiene hasta el final. Algo poco frecuente hoy, cuando los directores de documentales adoran aparecer en cámara.
Gastón Solnicki
El film casero o familiar ha transmutado con Papirosen a otro estadio evolutivo. Es una pena que no avance a fondo en tantos de los temas propuestos: hay más ideas en Papirosen que en todo el resto de la competencia argentina. Tampoco se parece a nada de lo habitual en el nuevo cine argentino. Solnicki, como su amigo Gonzalo Castro, está haciendo un camino personalísimo, al margen de modas y tendencias, sin querer conformar a nadie. Sólo por eso ya se merecía el premio.




Llama la atención que se le otorgara a Germania el premio Especial del Jurado (suerte de segundo premio) y a La araña vampiro el premio a Mejor película argentina. ¿En qué quedamos? Suena a dejar a todos conformes… Lo cierto es que Germania, opera prima de Maximiliano Schonfeld, tiene su interés, si bien me parece que al film le falta un ajuste. En la tendencia de lo que fueron las películas argentinas presentadas en el Bafici, la historia no es urbana sino que también está ambientada en la naturaleza, en una colonia rural de Entre Ríos, tierra de Schonfeld. Hace una pintura de una familia en crisis, no sólo la económica, que la obliga a dejar la granja, sino también la personal. Con mucho del Carlos Reygadas de Luz silenciosa, el film abre varias líneas que no continúa, o no termina de jugarse con ellas, pero la propuesta original de Schonfeld significa un llamado de atención sobre este nuevo director.
El otro film argentino premiado, La araña vampiro de Gabriel Medina, también transcurre en la naturaleza, en las sierras de Córdoba donde padre e hijo van en busca de la recuperación psiquiátrica del joven. Las cosas no resultan bien: es picado por una araña y debe salvar su vida en una ascensión a la cumbre guiado por un baquiano alcohólico. Martín Piroyanski ganó el premio al mejor actor en la Competencia Internacional, por un tour de force que lo tiene casi en cada plano de este film, que habla con trazos gruesos de una iniciación a la vida adulta. Como en Los salvajes, también está aquí el viaje espiritual e iniciático. Como en Germania, me pareció que Medina tenía un buen material en sus manos que no supo aprovechar como lo merecía.

Vi otras tres películas argentinas interesantes: La casa, de Gustavo Fontán, El etnógrafo, de Ulises Rosell, y Las pibas, de Raúl Perrone. Fontán cierra la serie de películas sobre la casa familiar con bellísimas imágenes de un mundo que se va, sin comentarios, con una melancolía como él solo puede lograr hoy en el cine argentino. Rosell traza un apasionado retrato de un inglés que llegó al Chaco para quedarse, integrado a la comunidad wichi y participando de su problemática. Lo que Cassandra no pudo hacer. Y Perrone, fiel a su propia escuela, filma una pareja de chicas lesbianas que se replantan su conflictiva relación, cerca de Pedro Costa pero con mayor delicadeza y ternura.

Finalizado el Bafici, parece que al rechazar Tierra de los padres, el film de Nicolás Prividera, le hicieron un enorme favor. En los pasillos era tema de conversación obligado, todos comentamos la injusticia de su no inclusión, más allá de preferencias estéticas o ideológicas, Los extranjeros querían precisiones sobre su rechazo, que no podíamos ofrecer. Acabo de ver Tierra de los padres (en dvd, obviamente). Es superior a más de la mitad de las películas que he visto en este Festival, un film argentino para la antología. Todavía estoy bajo los efectos de la conmoción que me provocó –más que cualquier otra película del Bafici-, y me referiré a ella en una nota, pero ya anticipo que a mi juicio, bajo otra política, podía haber estado en la Competencia Argentina, en la Internacional, en Panorama, o en la sección La tierra tiembla. Hay operaciones restrictivas que logran el efecto boomerang, es evidente.

Vi 53 de las 449 películas del Bafici. No contemplo las vistas antes en otros festivales. En ese espectro, mis mejores son, sin orden de preferencia:

Le Pont des Arts, Eugène Green (escribiré sobre ella)
Sangue do meu sangue, Joâo Canijo
Everybody in our Family, Radu Jude
Tabú, Miguel Gomes (de próximo estreno, ya me referiré a ella entonces)
Pater, Alain Cavalier
Michael, Markus Schleinzer


Dejo para el final un tema desagradable: el trato inquisitorio que sufrimos los acreditados por parte de los vigilantes del sector y de algunos controles de entrada, sobre todo cuando –como en mi caso- algunos tuvimos durante los cinco primeros días problemas para que “El Sistema” nos aceptara. Algo similar se sentía el año pasado, y este año el maltrato se intensificó. Sobre todo con los colegas varones, como tuve ocasiones de comprobar. Contrastaban esos modales tan poco amables con la cordialidad de programadores y redactores, y sobre todo, con la buena voluntad de los encargados de la videoteca, siempre dispuestos a facilitarnos el trabajo. Evidentemente, las consignas no eran las mismas para unos que para otros.
Por todo, y a pesar de todo, repito la consigna de Sergio Wolf: ¡Larga vida al Bafici!

Josefina Sartora

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