La Competencia Internacional
Por fin durante los últimos días del Festival de Valdivia el
sol estuvo espléndido, completando la semana. El Festival colmó todas nuestras
expectativas, a quienes veníamos por primera vez, y más aún. Tiene relevancia
la selección de la programación, especialmente en la Competencia Internacional,
que fue la que me tocó jurar como miembro del Jurado de la Crítica, con los
colegas -y ya amigos- chilenos Udo Jacobsen y Pablo Marín.
La labor del programador Raúl Camargo fue encomiosa: con una
verdadera curaduría, las 12 películas presentadas tuvieron en general un alto
nivel, con la excepción de la española El jurado, de Virginia García del
Pino, que más parecía un work in progress
no merecedor de formar parte de semejante Competencia. El cuidado estuvo en
toda la programación, que posee un nivel definido: nuevo cine independiente,
nuevo cine chileno y latinoamericano, sin concesiones al cine comercial, ni a
las grandes distribuidoras.
Nuestro premio fue para la última creación de Joâo Pedro
Rodrigues y Joâo Lui Guerra da Mata, La última vez que vi Macao. Ambos
realizadores portugueses han pergeñado un film inclasificable, múltiple, Jano
bifronte, apoyado en el postcolonialismo de Macao, ex colonia portuguesa en
China. Ya en el último Bafici vimos de ellos Alvorada vermelha, un
corto documental sobre el mercado de Macao, realizado simultáneamente con este
largometraje, con tomas muy brutales del trabajo con la carne, que habrá de
transformar en vegetarianos a muchos espectadores. Este es también un
documental sobre Macao, pero mucho más que eso. Una voz en off va narrando una
historia digna de un film noir sobre
la persecución que vive un personaje amigo del narrador, presumiblemente el
travesti que aparece cantando en la primera escena. (No olvidemos que Rodrigues
es el director de la formidable Morir como hombre.) Candy le pide
auxilio: se ha involucrado con los hombres equivocados, ha cometido errores y
ahora la persiguen para eliminarla. Eso lleva al narrador a volver a Macao,
donde ha estado en otra época de su vida. A partir de su llegada, se suceden
uno y otro desencuentros, de lo cual nos enteramos por la narración en off,
porque la imagen no hace más que documentar la ciudad en su etapa postcolonial,
una Macao degradada, decadente, que nada muestra de su supuesto glamour actual,
fotografiada con una imagen áspera y opaca. La narración no es sino un
pretexto. Nada sabemos de Candy, ni por qué el narrador puede ayudarla, ni por
qué en Macao vivió el período más feliz de su vida. Pero su trama se hace cada
vez más complicada (e improbable): Candy desaparece, presumiblemente secuestrada
por una secta que sabe cómo trascender a mundos paralelos.
Film absolutamente intelectual, plagado de citas cinematográficas,
literarias, esotéricas. Tanto por la aleatoria, tensa combinación entre palabra
e imagen –sólo a veces ésta ilustra o responde a lo que se está diciendo- como por
la derivación del thriller en
historia apocalíptica de ciencia ficción, la evocación a Chris Marker es obvia.
También, por supuesto, refiere a la más cercana Tabú, de Miguel Gomes.
Tal rigor formal, un hábil montaje, un cuidadoso trabajo con
la banda sonora, el peso del fuera de campo y un final antológico, en el que se
las ingenian para filmar sólo animales en la ciudad más densamente poblada del
mundo, hacen de este film el mejor del Festival. Y Candy pasó a ser uno de sus
personajes más enigmáticos. Es éste un film que propone otra manera de ver
cine, más abierta y sugerente.
Nuestra opción era Leviathan, otro documental a cuatro manos, de Véréna Paravel y Lucien Castaing-Taylor. De Véréna habíamos admirado Foreign Parts, y de Castaing –Taylor la contemplativa Sweetgrass, ambos excelentes documentales antropológicos. Esta obra conjunta registra las tareas en un pesquero factoría en alta mar, con un trabajo experimental radical, tremendo, que sacude al espectador desprevenido. Filmada con varias cámaras ubicadas en lugares insólitos –amarrada a la red en que recogen los pescados, o suelta entre los peces, sobre la cubierta, se mueve con ellos chapoteando en el agua, con el vaivén del barco, pasa a la mano de uno de los pescadores, entra y sale del agua, etc- con primerísimos planos en movimiento constante, me produjo un mareo que convirtió la visualización del film en una experiencia física, visceral. Inmediatamente recordé el documental de Martín Solá, Caja cerrada, con el cual éste tiene unos cuantos puntos en común. Pero la propuesta de Leviathan es muy radical, extrema, monstruosa, como su título. Con la(s) cámara(s) aparentemente ajena al devenir de la acción y sin embargo inmersa en la misma, al punto de devenir pez, devenir agua, bandada de gaviotas o catarata de estrellas de mar repartidas bajo el agua. Con una violencia extrema, en el trabajo mecánico de los humanos con animales, en el choque brutal entre herramienta y naturaleza, en los chorros de agua con sangre y restos que van a verterse al mar, la imagen, en moto perpetuo, registra la noche marina como nunca se había hecho. Y sin narración, sin comentario, el diseño de sonido es de una elocuencia abrumadora.
Josefina Sartora
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