18 de diciembre de 2012

Viaje de un largo día hacia la noche


Cosmópolis
Dirección: David Cronenberg
Canadá/2012


Holy Motors
Dirección: Leos Carax
Francia-Alemania/2012

 
A veces se producen sincronicidades entre dos o más artistas contemporáneos: ambos producen obras que presentan similitudes, sin que necesariamente cada uno estuviera al tanto de lo que estaba haciendo el otro. Algo que flota en el ambiente, o en la realidad social o planetaria, una cuestión energética si no estética, los impulsa a producir una obra con similares determinadas características. Es lo que sucede –en algunos aspectos- entre Cosmópolis, de David Cronenberg, y Holy Motors, de Leos Carax. Dos suerte de hijos rebeldes de la cinematografía contemporánea.

Un personaje viaja por la ciudad en una limousine blanca durante todo un día, desde la mañana hasta la noche, tarde. Esa limo es su lugar de trabajo, oficina, y en cierto sentido, vivienda. Acompañado por quienes lo conducen y cuidan, el multimillonario de 28 años de Cosmópolis revisa su existencia durante esas horas de recorrida por una Nueva York presa del caos. Es similar la peripecia de Monsieur Oscar por Paris, en Holy Motors. Pero en su caso, ese fenómeno performático que es Dennis Lavant va adoptando distintas caracterizaciones en cada fragmento e interpreta diferentes roles y situaciones, dando cumplimiento a un programa de varios puntos.

Ambos films son episódicos, cada uno de esos episodios constituye una unidad cerrada dentro de la estructura mayor, y en cada uno vemos aparecer alguna luminaria del cine contemporáneo.

 
El joven millonario (el lavado, neutro Robert Pattinson, a quien parece no quedarle una gota de sangre tras los Crepúsculos), atraviesa un día negro en su existencia: ha apostado contra el yuan y el yuan sube (la amenaza china presente) y tal vez ese viaje en limo vaya camino a la ruina. Uno a uno, van pasando sus contactos, a menudo sexuales: los financieros y tecnológicos, su marchand de arte (Juliette Binoche, quien supo ser actriz de Carax), su médico para el chequeo diario, su asesora de teoría (Samantha Morton), su prostituta, su esposa (varias veces, siempre a la hora de comer), un activista que lo escarcha (Mathieu Amalric), su asesor musical, y por último, quien amenaza su vida (Paul Giamatti). Con todos ellos parece hacer una revisión de distintos aspectos de su realidad en crisis.

Cada uno de los nueve episodios de Monsieur Oscar y su entreacto musical constituye una performance en la que debe caracterizar un personaje y ejecutar una obra. No falta Merde, el loco homeless que aparecía en su obra anterior Tokio! Ni el momento en que uno de sus personajes mata a otro de un episodio anterior, o cuando encarna a víctima y victimario, intercambiables. La limo en la que se desplaza opera de camarín donde se caracteriza. Y en esa peripecia se abordan diversos temas: sexo, paternidad, crimen, locura, pobreza, muerte. También él encuentra distintos partenaires en sus estaciones, desde la modelo (Eva Mendes) que acompaña a Merde, hasta Michel Piccoli.

Hasta allí las similitudes. Si la obra de Carax es un genial entusiasta canto al cine, a la actuación y las artes performáticas, con un dejo de melancolía, por supuesto, pero también un empecinado amor por la vida sobre todo gracias a la inagotable vitalidad de ese acróbata que es Lavant-, la de Cronenberg constituye un elaborado intríngulis cerebral, con cierto desdén por la vida.

Holy Motors elabora su puesta en abismo desde la primera escena clave, onírica, en que el mismo Carax atraviesa una pared del decorado y entra a un cine fantasma, donde hay público de iguales características. Este prólogo anuncia el homenaje al cine. Y el otro dato clave son las famosas fotos en movimiento de Eadweard Muybridge, mostradas al principio y al final.

Si Cosmópolis desarrolla una compleja elaboración teórica en cada capítulo, Holy Motors presenta una autorreflexión sobre el cine, sus situaciones, actores y puesta en escena, y cambio de personajes. En el episodio de Piccoli, éste representa de quienes lo contratan para sus actuaciones, refiriéndose a la cámara, a la belleza de la actuación, al espectador, el viejo actor se pregunta de qué vale una actuación sin público, en una suerte de adelantado lamento por la muerte del cine.
 

Si Monsieur Oscar va cambiando con asombrosa ductilidad su identidad en cada episodio en flujo con sus distintas caracterizaciones –vieja mendiga, millonario, hombre moribundo, padre de familia, asesino, etc etc-, al punto que ni siquiera al final sabemos cuál es su identidad real –o si la hay-, la personalidad de Packer en Cosmópolis es monolítica, mecánica, inalterable. Sin embargo, es poco lo que adivinamos de la realidad circundante, que se adivina tras las ventanillas: una sociedad en turbulencia, el sistema al borde del colapso, las protestas populares ante un gobierno ausente, o ya inexistente, no funcional en ese mundo capitalista.

También los géneros van cambiando en Holy Motors, desde el drama, la farsa, la ciencia ficción, el noir, el melodrama, el musical, según la performance de turno, con los consiguientes cambios de humor del protagonista, es este film metacinematográfico.

Josefina Sartora

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