Cosmópolis
Dirección: David Cronenberg Canadá/2012
Holy Motors
Dirección: Leos Carax Francia-Alemania/2012
Un personaje viaja por la
ciudad en una limousine blanca durante todo un día, desde la mañana hasta la
noche, tarde. Esa limo es su lugar de trabajo, oficina, y en cierto sentido,
vivienda. Acompañado por quienes lo conducen y cuidan, el multimillonario de 28
años de Cosmópolis revisa su existencia durante esas horas de recorrida
por una Nueva York presa del caos. Es similar la peripecia de Monsieur Oscar
por Paris, en Holy Motors. Pero en su caso, ese fenómeno performático que es
Dennis Lavant va adoptando distintas caracterizaciones en cada fragmento e
interpreta diferentes roles y situaciones, dando cumplimiento a un programa de
varios puntos.
Ambos films son episódicos,
cada uno de esos episodios constituye una unidad cerrada dentro de la
estructura mayor, y en cada uno vemos aparecer alguna luminaria del cine
contemporáneo.
El joven millonario (el
lavado, neutro Robert Pattinson, a quien parece no quedarle una gota de sangre
tras los Crepúsculos), atraviesa un día negro en su existencia: ha
apostado contra el yuan y el yuan sube (la amenaza china presente) y tal vez
ese viaje en limo vaya camino a la ruina. Uno a uno, van pasando sus contactos,
a menudo sexuales: los financieros y tecnológicos, su marchand de arte (Juliette Binoche, quien supo ser actriz de Carax),
su médico para el chequeo diario, su asesora de teoría (Samantha Morton), su
prostituta, su esposa (varias veces, siempre a la hora de comer), un activista
que lo escarcha (Mathieu Amalric), su asesor musical, y por último, quien
amenaza su vida (Paul Giamatti). Con todos ellos parece hacer una revisión de
distintos aspectos de su realidad en crisis.
Cada uno de los nueve episodios
de Monsieur Oscar y su entreacto musical constituye una performance en la que
debe caracterizar un personaje y ejecutar una obra. No falta Merde, el loco homeless que aparecía en su obra
anterior Tokio! Ni el momento en que uno de sus personajes mata a otro
de un episodio anterior, o cuando encarna a víctima y victimario,
intercambiables. La limo en la que se desplaza opera de camarín donde se
caracteriza. Y en esa peripecia se abordan diversos temas: sexo, paternidad,
crimen, locura, pobreza, muerte. También él encuentra distintos partenaires en
sus estaciones, desde la modelo (Eva Mendes) que acompaña a Merde, hasta Michel
Piccoli.
Hasta allí las similitudes.
Si la obra de Carax es un genial entusiasta canto al cine, a la actuación y las
artes performáticas, con un dejo de melancolía, por supuesto, pero también un
empecinado amor por la vida sobre todo gracias a la inagotable vitalidad de ese
acróbata que es Lavant-, la de Cronenberg constituye un elaborado intríngulis
cerebral, con cierto desdén por la vida.
Holy Motors elabora su puesta en abismo desde la primera escena clave,
onírica, en que el mismo Carax atraviesa una pared del decorado y entra a un
cine fantasma, donde hay público de iguales características. Este prólogo
anuncia el homenaje al cine. Y el otro dato clave son las famosas fotos en
movimiento de Eadweard Muybridge, mostradas al principio y al final.
Si Cosmópolis desarrolla una
compleja elaboración teórica en cada capítulo, Holy Motors presenta una
autorreflexión sobre el cine, sus situaciones, actores y puesta en escena, y
cambio de personajes. En el episodio de Piccoli, éste representa de quienes lo
contratan para sus actuaciones, refiriéndose a la cámara, a la belleza de la
actuación, al espectador, el viejo actor se pregunta de qué vale una actuación
sin público, en una suerte de adelantado lamento por la muerte del cine.
Si Monsieur Oscar va
cambiando con asombrosa ductilidad su identidad en cada episodio en flujo con
sus distintas caracterizaciones –vieja mendiga, millonario, hombre moribundo,
padre de familia, asesino, etc etc-, al punto que ni siquiera al final sabemos
cuál es su identidad real –o si la hay-, la personalidad de Packer en Cosmópolis
es monolítica, mecánica, inalterable. Sin embargo, es poco lo que adivinamos de
la realidad circundante, que se adivina tras las ventanillas: una sociedad en
turbulencia, el sistema al borde del colapso, las protestas populares ante un
gobierno ausente, o ya inexistente, no funcional en ese mundo capitalista.
También los géneros van
cambiando en Holy Motors, desde el drama, la farsa, la ciencia ficción, el
noir, el melodrama, el musical, según la performance de turno, con los
consiguientes cambios de humor del protagonista, es este film metacinematográfico.
Josefina Sartora
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