5 de abril de 2013

Recomendaciones para el Bafici


Anticipamos el Bafici
 
 
El Bafici cumple 15 años y estrena nuevo director, Marcelo Panozzo. También cambia las salas: se muda desde el Abasto a los Village Recoleta y Caballito, además de conservar otros espacios habituales como la Lugones y el Centro Cultural San Martín, la Alianza Francesa, el Planetario, Malba, Cosmos, Multiplex Belgrano, y agrega Proa y el anfiteatro de Parque Centenario, con entrada gratuita.
Como es habitual, desde Claroscuros damos un avance sobre las películas que ya hemos visto –a las que me he referido oportunamente-, y algunas recomendaciones guiadas por el olfato.

Los últimos años la sección Competencia Internacional ha sido clave en la programación. No sabemos si Panozzo continuará esa misma política, pero es ineludible verla. Son 20 títulos de todo el mundo, con 3 películas argentinas. De ellas, he visto unas pocas.

Viola, de Matías Piñeiro, encantadora. En sólo 65 minutos, Piñeiro desarrolla una complejísima trama de relaciones entre mujeres, pleno de significaciones. Vuelven aquí algunos elementos de su cine previo: las conversaciones entre jóvenes intelectuales, la literatura y el teatro, las relaciones cruzadas. Con sólo treinta años, Piñeiro revela una notable sensibilidad para la comprensión del universo femenino, en su hasta ahora mejor film. Resulta evidente la sintonía del director con sus actrices y actores, un equipo que reitera en todas sus obras. El fotógrafo Fernando Lockett –uno de los mejores profesionales argentinos- logra tomas admirables de primeros planos de esas mujeres, nunca tan bellas, abocadas a las desventuras y satisfacciones del amor.

También interesante, la opera prima de Jazmín López, Leones, reitera una tendencia del más nuevo cine argentino: el regreso a la naturaleza. Un grupo de jóvenes –como en Los salvajes- camina desorientado por el bosque, después de un accidente acaso mortal. En su errancia, elaboran juegos de palabras en larguísimos planos secuencia, con una fotografía bellísima de los bosques. Por momentos parece que el film, como los personajes, pierde el rumbo, pero no importa demasiado. La directora ha declarado que su film es un ejercicio sobre el tiempo, la muerte y la repetición.  López tiene claro que busca una construcción estética, experimental, una idea sobre la cual rodar sin cerrar significados.

Las otras dos competencias de largometrajes también son cita obligada. La Competencia argentina siempre constituye una muestra de lo mejor que se acaba de realizar en el país: allí veremos lo último de Santiago Loza, Marcos Berger, Iván Fund, el maestro Perrone y otros. No he visto ninguna película de esta sección hasta el momento.

Panozzo cambió su nombre a la sección antes llamada Cine del Futuro, ahora Competencia Vanguardia y Género. Allí también, entre las novedades del cine más progre, hay algunas joyitas:

Leviathan, un documental de Véréna Paravel y Lucien Castaing-Taylor, llega después de haber pasado por todos los grandes festivales. Esta película extraordinaria registra las tareas en un pesquero factoría en alta mar, con un trabajo experimental tremendo, que sacude al espectador desprevenido. Filmada con varias cámaras ubicadas en lugares insólitos -amarrada a la red en que recogen los pescados, o suelta entre los peces, sobre la cubierta, se mueve con ellos chapoteando en el agua, con el vaivén del barco, pasa a la mano de uno de los pescadores, entra y sale del agua, etc- con primerísimos planos en movimiento constante, me produjo un mareo que convirtió la visualización del film en una experiencia física, visceral. La propuesta de Leviathan es muy radical, monstruosa, como su título. Con la(s) cámara(s) aparentemente ajena al devenir de la acción y sin embargo inmersa en la misma, al punto de devenir pez, devenir agua, bandada de gaviotas o catarata de estrellas de mar repartidas bajo el agua. Con una violencia extrema, en el trabajo mecánico de los humanos con animales, en el choque brutal entre herramienta y naturaleza, en los chorros de agua con sangre y restos que van a verterse al mar, la imagen, en moto perpetuo, registra la noche marina como nunca se había hecho. Y sin narración, sin comentario, el diseño de sonido es de una elocuencia abrumadora.

Otro film admirable es la última creación de Joâo Pedro Rodrigues y Joâo Lui Guerra da Mata, La última vez que vi Macao. Ambos realizadores portugueses han pergeñado un film inclasificable, múltiple, Jano bifronte, apoyado en el postcolonialismo de Macao, ex colonia portuguesa en China. Una voz en off va narrando una historia digna de un film noir sobre la persecución que vive un personaje amigo del narrador, presumiblemente el travesti que aparece cantando en la primera escena. (No olvidemos que Rodrigues es el director de la formidable Morir como hombre.) Candy le pide auxilio: se ha involucrado con los hombres equivocados, ha cometido errores y ahora la persiguen para eliminarla. Eso lleva al narrador a volver a Macao, donde ha estado en otra época de su vida. A partir de su llegada, se suceden uno y otro desencuentros, de lo cual nos enteramos por la narración en off, porque la imagen no hace más que documentar la ciudad en su etapa postcolonial, una Macao degradada, decadente, que nada muestra de su supuesto glamour actual, fotografiada con una imagen áspera y opaca. La narración no es sino un pretexto. Nada sabemos de Candy, ni por qué el narrador puede ayudarla, ni por qué en Macao vivió el período más feliz de su vida. Pero su trama se hace cada vez más complicada (e improbable): Candy desaparece, presumiblemente secuestrada por una secta que sabe cómo trascender a mundos paralelos.
Film absolutamente intelectual, plagado de citas cinematográficas, literarias, esotéricas. Tanto por la aleatoria, tensa combinación entre palabra e imagen –sólo a veces ésta ilustra o responde a lo que se está diciendo- como por la derivación del thriller en historia apocalíptica de ciencia ficción, la evocación a Chris Marker es obvia. Tal rigor formal, un hábil montaje, un cuidadoso trabajo con la banda sonora, el peso del fuera de campo y un final antológico, en el que se las ingenian para filmar sólo animales en la ciudad más densamente poblada del mundo, le valieron que el Jurado de la Crítica en el último Festival de Valdivia, del que formé parte, le diera el premio, y lo digo con orgullo. Es éste un film que propone otra manera de ver cine, abierta y sugerente.

Por su conocido amor a la música, este Bafici de Panozzo ve aumentada la sección Música, que vuelve como todos los años, al igual que el Baficito.
De la sección Música, he visto Ingrid Caven, musique et voix, el recital de la gran actriz y cantante que Bertrand Bonello registró con 2 cámaras desde el lugar del público, rigurosamente. Quien fuera actriz del Nuevo Cine Alemán realiza un trabajo con músicas que, si bien vienen de alguna tradición musical, son transformadas por ella hasta extremos osadísimos. Dueña de una rica amplitud tímbrica, Caven experimenta con la música, con los sonidos en abstracto y sobre todo, con su voz

Pero la sección clave –como todos los años- es Panorama. Allí encontraremos las últimas realizaciones de directores consagrados en el cine independiente. No quiero perderme la última de Apichatpong Weerasethakul, Mekong Hotel, ni la segunda película que Jafar Panahi filmó clandestinamente durante su prisión en Irán, Closed Curtain, o el larguísimo documental de Wang Bing, Three Sisters, o las películas colectivas Centro histórico y Far From Afghanistan, o Japan´s Tragedy, de Masahairo Kobayashi, Museum Hours de Jem Coen, Sleepless Night Stories de Jonas Mekas, Hacia Madrid, de Sylvain George, Vic &a Flo Saw a Bear de Denis Côté, y la lista sigue.

En esta sección ya pude ver algunas recomendables: la más importante, tal vez, sea la última creación del centenario Manoel de Oliveira, Gebo y la sombra, un melodrama teatral sobre una familia en crisis cuyo hijo está prófugo. De Oliveira logró reunir a los grandes: Gebo es Michael Lonsdale, Claudia Cardinale su mujer, quien se niega a creer que el hijo es un ladrón prófugo, y sueña con su regreso. Y la visita que reciben, Jeanne Moreau. De Oliveira crea un mundo de utilería, con luces cálidas para un callejón y la casa donde transcurre el drama. La cámara casi no se mueve ni cambia, fija sobre esos personajes sentados a la mesa a conversar su infortunio. El film constituye una elaboración sobre los mismos gestos, las mismas palabras. “La vida consiste en decir las mismas cosas. Mejor que no suceda nada.”

La noche de enfrente es el último film –casi podría decirse póstumo- de Raúl Ruiz-, tan surrealista como su propio título. Acechado por la muerte, Ruiz desarrolla una compleja trama donde pasado y presente, vida y muerte, ilusión y realidad se entretejen sin mayores advertencias. De regreso en Chile, Ruiz filma conservando todas sus marcas de estilo y lenguaje estético, y utiliza una iluminación sofisticada y unos colores feéricos con el fin de producir esa sensación de irrealidad tan suya. Sergio Hernández encarna a un burócrata a punto de retirarse –alter ego de Ruiz- y que espera en su pensión a quien venga a matarlo. Mientras llega el momento, el protagonista pasa de adulto a niño, dialoga con Beethoven, con John Long Silver, con Jean Giono, en distintas edades, distintas situaciones, con una estructura fragmentaria.
La noche de enfrente constituye una elaborada meditación sobre la muerte, por momentos hipnótica, otros llenos de citas literarias y culturales, en la que Ruiz divaga sin importarle la continuidad, ni la coherencia narrativa, ni seducir al espectador. La pura libertad y para el cine más puro, en suma.

El cine de Naomi Kawase tiene una presencia habitual en el Bafici. He seguido toda su obra con atención desde el principio. En ella no cesa de ocuparse del tema familiar, de los partos y la maternidad, de la familia ausente y de la memoria, tal vez motivada por su propia historia. Habiendo crecido sin sus padres, una pareja –sus tíos, probablemente- se ocupó de criarla. Uno Kawase, su madre adoptiva –a quien Naomi llama abuela- había sido la estrella de un documental anterior, Tarachime. Ya muy anciana, Kawase vuelve a filmarla a los 95 años en su más reciente documental, Chiri (Traces). Nuevamente retrata su cuerpo con las marcas de la vejez –aunque aquí parece más benévola- y su enfermedad en su estado final. Kawase también hace explícito el hecho fílmico, la filmación y la proyección en abismo de registros anteriores. Pero sobre todo es éste un retrato emocionado del amor incondicional que ambas mujeres se profesan.

En Outrage Beyond Takeshi Kitano se va refinando en sus historias de yakuzas: en esta continuación de Outrage ha intelectualizado el género, ya que en la primera hora pone en escena una complicada red de enfrentamientos entre familias mafiosas que compiten por el poder unas con otras en la mesa de negociaciones. Si al principio resulta confusa la profusión de nombres, grupos y personajes, detrás de los cuales se mueve cual Machiavelo un policía tan mafioso como ellos, cuando por fin aparece Takeshi la situación se despeja, y comienza el baile. Allí no hay lugar al enredo. El saca a la luz las traiciones ocultas. Tan elegantes los yakuzas con sus trajes negros y grises, en sus coches también negros, serán un buen fondo para el baño de sangre que desata su aparición. No olvidemos que Kitano es pintor, y cada color tiene su razón de ser. Toda la tensión generada en la primera parte tiene su descarga en la segunda. Tampoco podía faltar la nota de humor en los toques irónicos y satíricos en la pintura de yakuzas y policías. Las mujeres, ausentes. Aunque no propone nada nuevo, Kitano está allí para deleite de los amantes del género.

Après mai, el último film de Olivier Assayas, constituye una visión muy vívida de la generación que hizo eclosión en mayo de 1968 en Francia y militaron en los ´70. En parte autobiográfica, retrata un grupo de jóvenes que luchan por una sociedad mejor y se mueven muy activamente para manifestar por ello. Assayas propone, nunca pretende cerrar el tema: sin identificarlos partidariamente, todos sus personajes comparten sus ideales con una honestidad pocas veces retratada en el cine que aborda esta época. Cercano a Garrel, la diferencia estriba, creo, en que mientras éste se apoya en la intelectualidad de sus personajes, los de Assayas desbordan vitalidad y verosimilitud. Y estéticamente, lo prefiero. Sus protagonistas son activistas y también artistas: su Gilles (Clément Métayer) es pintor y quiere hacer cine -cercano alter ego del director. Cuando sus acciones cruzan la barrera de la violencia deciden tomarse un tiempo en el extranjero, pero pronto regresan a continuar sus luchas. Assayas sabe medir las dosis de política, acción, arte, música, siempre apoyado en la relación que se establece entre los miembros del grupo, idealistas en pos de la utopía. Con buena recreación de época, aunque sin poner el acento en ello, no falta tampoco la mirada crítica hacia estos personajes de izquierdas y anarquistas que provienen de una alta burguesía, y que en algunos casos llegan a la auto agresión. 
La música significa otro subtema en sí misma, porque con la inclusión de grupos de la época como el de Nick Drake y otros no menos célebres, recrea –no sin cierta melancolía- la atmósfera de entonces. Se le podrá achacar cierta falta de objetividad en su pintura de los personajes, pero si no es el mejor film de Assayas –algunos momentos parecen salidos de films previos-, es por lo menos el más sentido.

Abbas Kiarostami ya había dejado el ámbito de Irán para filmar Copia certificada en Italia. En su nuevo film, Like Someone in Love, filma en Japón un irregular encuentro entre una joven prostituta y un anciano sabio. Una serie de enredos van creando una relación entre ellos, una amistad despojada de erotismo. Filmada con exquisita fotografía y elaborados planos secuencia, en el departamento del hombre o en magistrales escenas en automóvil, consabido escenario del cine del iraní, que parece, él también, cada día más sabio.

 
También hay cine yanqui en el Bafici. Entre otras, Starlet de Sean Baker es una curiosa historia de amor entre una joven actriz porno (una Hemingway de última generación) y una anciana algo ermitaña. Una agradable sorpresa.

 
 
Hay más aún. El Bafici tiene este año a Chile como país invitado. La película de apertura es No, de Pablo Larraín, una ficción que resulta una dura crítica a los publicistas, protagonistas de la campaña por el plebiscito que en 1988 habría de sacar a Pinochet de la presidencia. La película no despertó mi interés, me resultó farragosa y hasta confusa.

Pero gracias a esa invitación, tendremos la posibilidad de acceder al cine de Ignacio Agüero, importante documentalista hasta ahora poco difundido aquí. Las otras dos retrospectivas latinoamericanas destacables son la del brasileño Julio Bressane y la de Adolfo Aristarain.

 Otra retrospectiva de visión obligatoria es la de Hong Sang-soo, a mi juicio el mejor cineasta surcoreano, heredero oriental de la nouvelle vague, de quien se darán casi todas sus películas, incluso la que filmó con Isabelle Huppert en 2012, In Another Country. Excelente, este film en el que vuelve a trabajar deleuzianamente sobre la repetición, en tres historias que tienen a Hupert como la misma protagonista. Un film complejo, lleno de humor, que funciona como un perfecto engranaje.

Coda. También hay films sobre distintos artistas: Marina Abramovic, Giuseppe Tornatore, Jerry Lewis, Gerhard Richter, Paul Williams están presentes en el Bafici.
Y tampoco he de perderme las varias películas que reflejan el conflicto árabe-israelí, que se me está convirtiendo casi casi en una especialidad.
Por último, el Bafici nos pidió a los miembros de Fipresci que votáramos 15 películas representativas del cine argentino de estos últimos 15 años. En una sección especial, veremos ya clásicos, desde Mundo grúa hasta Los salvajes.

Las entradas para el Bafici (cuestan $ 20 o $15 para estudiantes y jubilados) pueden comprarse ya en el Village Recoleta o en la Casa de la Cultura, de 10 a 20, o en el sitio www.buenosaires.gob.ar/festivales

¡Buen Festival!
¡Larga vida al Bafici!

 Josefina Sartora

No hay comentarios:

Publicar un comentario