Anticipamos el Bafici
El Bafici cumple 15 años
y estrena nuevo director, Marcelo Panozzo. También cambia las salas: se muda
desde el Abasto a los Village Recoleta y Caballito, además de conservar otros espacios
habituales como la Lugones y el Centro Cultural San Martín, la Alianza
Francesa, el Planetario, Malba, Cosmos, Multiplex Belgrano, y agrega Proa y el
anfiteatro de Parque Centenario, con entrada gratuita.
Como es habitual, desde Claroscuros
damos un avance sobre las películas que ya hemos visto –a las que me he
referido oportunamente-, y algunas recomendaciones guiadas por el olfato.
Los últimos años la
sección Competencia Internacional ha
sido clave en la programación. No sabemos si Panozzo continuará esa misma
política, pero es ineludible verla. Son 20 títulos de todo el mundo, con 3
películas argentinas. De ellas, he visto unas pocas.
Viola, de Matías Piñeiro, encantadora. En sólo 65 minutos, Piñeiro desarrolla una complejísima trama de
relaciones entre mujeres, pleno de significaciones. Vuelven aquí algunos
elementos de su cine previo: las conversaciones entre jóvenes intelectuales, la
literatura y el teatro, las relaciones cruzadas. Con sólo treinta años, Piñeiro
revela una notable sensibilidad para la comprensión del universo femenino, en
su hasta ahora mejor film. Resulta evidente la sintonía del director con sus
actrices y actores, un equipo que reitera en todas sus obras. El fotógrafo
Fernando Lockett –uno de los mejores profesionales argentinos- logra tomas
admirables de primeros planos de esas mujeres, nunca tan bellas, abocadas a las
desventuras y satisfacciones del amor.
También interesante, la opera prima de
Jazmín López, Leones, reitera una tendencia del más nuevo cine argentino: el
regreso a la naturaleza. Un grupo de jóvenes –como en Los salvajes- camina
desorientado por el bosque, después de un accidente acaso mortal. En su
errancia, elaboran juegos de palabras en larguísimos planos secuencia, con una
fotografía bellísima de los bosques. Por momentos parece que el film, como los
personajes, pierde el rumbo, pero no importa demasiado. La directora ha
declarado que su film es un ejercicio sobre el tiempo, la muerte y la
repetición. López tiene claro que busca
una construcción estética, experimental, una idea sobre la cual rodar sin
cerrar significados.
Las otras dos competencias de largometrajes
también son cita obligada. La Competencia
argentina siempre constituye una muestra de lo mejor que se acaba de
realizar en el país: allí veremos lo último de Santiago Loza, Marcos Berger,
Iván Fund, el maestro Perrone y otros. No he visto ninguna película de esta
sección hasta el momento.
Panozzo cambió su nombre a la sección antes
llamada Cine del Futuro, ahora Competencia
Vanguardia y Género. Allí también, entre las novedades del cine más progre,
hay algunas joyitas:
Leviathan, un
documental de Véréna Paravel y Lucien Castaing-Taylor, llega después de haber
pasado por todos los grandes festivales. Esta película extraordinaria registra
las tareas en un pesquero factoría en alta mar, con un trabajo experimental
tremendo, que sacude al espectador desprevenido. Filmada con varias cámaras
ubicadas en lugares insólitos -amarrada a la red en que recogen los pescados, o
suelta entre los peces, sobre la cubierta, se mueve con ellos chapoteando en el
agua, con el vaivén del barco, pasa a la mano de uno de los pescadores, entra y
sale del agua, etc- con primerísimos planos en movimiento constante, me produjo
un mareo que convirtió la visualización del film en una experiencia física,
visceral. La propuesta de Leviathan es muy radical,
monstruosa, como su título. Con la(s) cámara(s) aparentemente ajena al devenir
de la acción y sin embargo inmersa en la misma, al punto de devenir pez,
devenir agua, bandada de gaviotas o catarata de estrellas de mar repartidas
bajo el agua. Con una violencia extrema, en el trabajo mecánico de los humanos
con animales, en el choque brutal entre herramienta y naturaleza, en los
chorros de agua con sangre y restos que van a verterse al mar, la imagen, en
moto perpetuo, registra la noche marina como nunca se había hecho. Y sin
narración, sin comentario, el diseño de sonido es de una elocuencia abrumadora.
Otro film admirable es la última creación
de Joâo Pedro Rodrigues y Joâo Lui Guerra da Mata, La última vez que vi Macao.
Ambos realizadores portugueses han pergeñado un film inclasificable, múltiple,
Jano bifronte, apoyado en el postcolonialismo de Macao, ex colonia portuguesa
en China. Una voz en off va narrando
una historia digna de un film noir
sobre la persecución que vive un personaje amigo del narrador, presumiblemente
el travesti que aparece cantando en la primera escena. (No olvidemos que
Rodrigues es el director de la formidable Morir como hombre.) Candy le pide
auxilio: se ha involucrado con los hombres equivocados, ha cometido errores y
ahora la persiguen para eliminarla. Eso lleva al narrador a volver a Macao,
donde ha estado en otra época de su vida. A partir de su llegada, se suceden
uno y otro desencuentros, de lo cual nos enteramos por la narración en off, porque la imagen no hace más que
documentar la ciudad en su etapa postcolonial, una Macao degradada, decadente,
que nada muestra de su supuesto glamour actual, fotografiada con una imagen
áspera y opaca. La narración no es sino un pretexto. Nada sabemos de Candy, ni
por qué el narrador puede ayudarla, ni por qué en Macao vivió el período más
feliz de su vida. Pero su trama se hace cada vez más complicada (e improbable):
Candy desaparece, presumiblemente secuestrada por una secta que sabe cómo
trascender a mundos paralelos.
Film absolutamente intelectual, plagado de
citas cinematográficas, literarias, esotéricas. Tanto por la aleatoria, tensa
combinación entre palabra e imagen –sólo a veces ésta ilustra o responde a lo
que se está diciendo- como por la derivación del thriller en historia apocalíptica de ciencia ficción, la evocación
a Chris Marker es obvia. Tal rigor formal, un hábil montaje, un cuidadoso
trabajo con la banda sonora, el peso del fuera de campo y un final antológico,
en el que se las ingenian para filmar sólo animales en la ciudad más densamente
poblada del mundo, le valieron que el Jurado de la Crítica en el último
Festival de Valdivia, del que formé parte, le diera el premio, y lo digo con
orgullo. Es éste un film que propone otra manera de ver cine, abierta y
sugerente.
Por su conocido amor a la música, este Bafici
de Panozzo ve aumentada la sección Música,
que vuelve como todos los años, al igual que el Baficito.
De la sección Música, he visto Ingrid Caven, musique et voix, el
recital de la gran actriz y cantante que Bertrand Bonello registró con 2
cámaras desde el lugar del público, rigurosamente. Quien fuera actriz del Nuevo
Cine Alemán realiza un trabajo con músicas que, si bien vienen de alguna
tradición musical, son transformadas por ella hasta extremos osadísimos. Dueña
de una rica amplitud tímbrica, Caven experimenta con la música, con los sonidos
en abstracto y sobre todo, con su voz
Pero la sección clave –como todos los años-
es Panorama. Allí encontraremos las
últimas realizaciones de directores consagrados en el cine independiente. No
quiero perderme la última de Apichatpong Weerasethakul, Mekong Hotel, ni la
segunda película que Jafar Panahi filmó clandestinamente durante su prisión en
Irán, Closed Curtain, o el larguísimo documental de Wang Bing, Three
Sisters, o las películas colectivas Centro histórico y Far
From Afghanistan, o Japan´s Tragedy, de Masahairo
Kobayashi, Museum Hours de Jem Coen, Sleepless Night Stories de Jonas
Mekas, Hacia Madrid, de Sylvain George, Vic &a Flo Saw a Bear de
Denis Côté, y la lista sigue.
En esta sección ya pude ver algunas
recomendables: la más importante, tal vez, sea la última creación del
centenario Manoel de Oliveira, Gebo y la sombra, un melodrama
teatral sobre una familia en crisis cuyo hijo está prófugo. De Oliveira logró
reunir a los grandes: Gebo es Michael Lonsdale, Claudia Cardinale su mujer,
quien se niega a creer que el hijo es un ladrón prófugo, y sueña con su
regreso. Y la visita que reciben, Jeanne Moreau. De Oliveira crea un mundo de
utilería, con luces cálidas para un callejón y la casa donde transcurre el
drama. La cámara casi no se mueve ni cambia, fija sobre esos personajes
sentados a la mesa a conversar su infortunio. El film constituye una
elaboración sobre los mismos gestos, las mismas palabras. “La vida consiste en
decir las mismas cosas. Mejor que no suceda nada.”
La noche de enfrente
es el último film –casi podría decirse póstumo- de Raúl Ruiz-, tan surrealista
como su propio título. Acechado por la muerte, Ruiz desarrolla una compleja
trama donde pasado y presente, vida y muerte, ilusión y realidad se entretejen
sin mayores advertencias. De regreso en Chile, Ruiz filma conservando todas sus
marcas de estilo y lenguaje estético, y utiliza una iluminación sofisticada y
unos colores feéricos con el fin de producir esa sensación de irrealidad tan
suya. Sergio Hernández encarna a un burócrata a punto de retirarse –alter ego
de Ruiz- y que espera en su pensión a quien venga a matarlo. Mientras llega el
momento, el protagonista pasa de adulto a niño, dialoga con Beethoven, con John
Long Silver, con Jean Giono, en distintas edades, distintas situaciones, con
una estructura fragmentaria.
La noche de enfrente
constituye una elaborada meditación sobre la muerte, por momentos hipnótica,
otros llenos de citas literarias y culturales, en la que Ruiz divaga sin
importarle la continuidad, ni la coherencia narrativa, ni seducir al
espectador. La pura libertad y para el cine más puro, en suma.El cine de Naomi Kawase tiene una presencia habitual en el Bafici. He seguido toda su obra con atención desde el principio. En ella no cesa de ocuparse del tema familiar, de los partos y la maternidad, de la familia ausente y de la memoria, tal vez motivada por su propia historia. Habiendo crecido sin sus padres, una pareja –sus tíos, probablemente- se ocupó de criarla. Uno Kawase, su madre adoptiva –a quien Naomi llama abuela- había sido la estrella de un documental anterior, Tarachime. Ya muy anciana, Kawase vuelve a filmarla a los 95 años en su más reciente documental, Chiri (Traces). Nuevamente retrata su cuerpo con las marcas de la vejez –aunque aquí parece más benévola- y su enfermedad en su estado final. Kawase también hace explícito el hecho fílmico, la filmación y la proyección en abismo de registros anteriores. Pero sobre todo es éste un retrato emocionado del amor incondicional que ambas mujeres se profesan.
En Outrage Beyond Takeshi Kitano se va
refinando en sus historias de yakuzas: en esta continuación de Outrage
ha intelectualizado el género, ya que en la primera hora pone en escena una
complicada red de enfrentamientos entre familias mafiosas que compiten por el
poder unas con otras en la mesa de negociaciones. Si al principio resulta
confusa la profusión de nombres, grupos y personajes, detrás de los cuales se
mueve cual Machiavelo un policía tan mafioso como ellos, cuando por fin aparece
Takeshi la situación se despeja, y comienza el baile. Allí no hay lugar al
enredo. El saca a la luz las traiciones ocultas. Tan elegantes los yakuzas con
sus trajes negros y grises, en sus coches también negros, serán un buen fondo
para el baño de sangre que desata su aparición. No olvidemos que Kitano es
pintor, y cada color tiene su razón de ser. Toda la tensión generada en la
primera parte tiene su descarga en la segunda. Tampoco podía faltar la nota de
humor en los toques irónicos y satíricos en la pintura de yakuzas y policías.
Las mujeres, ausentes. Aunque no propone nada nuevo, Kitano está allí para
deleite de los amantes del género.
Après mai, el último film
de Olivier Assayas, constituye una visión muy vívida de la generación que hizo
eclosión en mayo de 1968 en Francia y militaron en los ´70. En parte
autobiográfica, retrata un grupo de jóvenes que luchan por una sociedad mejor y
se mueven muy activamente para manifestar por ello. Assayas propone, nunca
pretende cerrar el tema: sin identificarlos partidariamente, todos sus
personajes comparten sus ideales con una honestidad pocas veces retratada en el
cine que aborda esta época. Cercano a Garrel, la diferencia estriba, creo, en
que mientras éste se apoya en la intelectualidad de sus personajes, los de
Assayas desbordan vitalidad y verosimilitud. Y estéticamente, lo prefiero. Sus
protagonistas son activistas y también artistas: su Gilles (Clément Métayer) es
pintor y quiere hacer cine -cercano alter ego del director. Cuando sus acciones
cruzan la barrera de la violencia deciden tomarse un tiempo en el extranjero,
pero pronto regresan a continuar sus luchas. Assayas sabe medir las dosis de
política, acción, arte, música, siempre apoyado en la relación que se establece
entre los miembros del grupo, idealistas en pos de la utopía. Con buena
recreación de época, aunque sin poner el acento en ello, no falta tampoco la
mirada crítica hacia estos personajes de izquierdas y anarquistas que provienen
de una alta burguesía, y que en algunos casos llegan a la auto agresión.
La música significa otro subtema en sí
misma, porque con la inclusión de grupos de la época como el de Nick Drake y
otros no menos célebres, recrea –no sin cierta melancolía- la atmósfera de
entonces. Se le podrá achacar cierta falta de objetividad en su pintura de los
personajes, pero si no es el mejor film de Assayas –algunos momentos parecen
salidos de films previos-, es por lo menos el más sentido.
Abbas Kiarostami ya había dejado el ámbito
de Irán para filmar Copia certificada en Italia. En su nuevo film, Like
Someone in Love, filma en Japón un irregular encuentro entre una joven
prostituta y un anciano sabio. Una serie de enredos van creando una relación
entre ellos, una amistad despojada de erotismo. Filmada con exquisita
fotografía y elaborados planos secuencia, en el departamento del hombre o en magistrales
escenas en automóvil, consabido escenario del cine del iraní, que parece, él
también, cada día más sabio.
También hay cine yanqui en el Bafici. Entre
otras, Starlet de Sean Baker es una curiosa historia de amor entre una
joven actriz porno (una Hemingway de última generación) y una anciana algo
ermitaña. Una agradable sorpresa.
Hay más aún. El Bafici tiene este año a Chile como país invitado. La película
de apertura es No, de Pablo Larraín, una ficción que resulta una dura crítica
a los publicistas, protagonistas de
la campaña por el plebiscito que en 1988 habría de sacar a Pinochet de la
presidencia. La película no despertó mi interés, me resultó farragosa y hasta
confusa.
Pero gracias a esa
invitación, tendremos la posibilidad de acceder al cine de Ignacio Agüero, importante documentalista hasta ahora poco
difundido aquí. Las otras dos retrospectivas latinoamericanas destacables son
la del brasileño Julio Bressane y la
de Adolfo Aristarain.
Coda. También hay films sobre distintos artistas: Marina Abramovic,
Giuseppe Tornatore, Jerry Lewis, Gerhard Richter, Paul Williams están presentes
en el Bafici.
Y tampoco he de perderme las varias
películas que reflejan el conflicto árabe-israelí, que se me está convirtiendo
casi casi en una especialidad.Por último, el Bafici nos pidió a los miembros de Fipresci que votáramos 15 películas representativas del cine argentino de estos últimos 15 años. En una sección especial, veremos ya clásicos, desde Mundo grúa hasta Los salvajes.
Las entradas para el Bafici (cuestan $ 20 o
$15 para estudiantes y jubilados) pueden comprarse ya en el Village Recoleta o
en la Casa de la Cultura, de 10
a 20, o en el sitio www.buenosaires.gob.ar/festivales
¡Buen Festival!
¡Larga vida al Bafici!
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