23 de mayo de 2013

Eramos tan jóvenes


Ginger & Rosa
Dirección y guión: Sally Potter
Reino Unido-Dinamarca-Canadá-Croacia/2012


Qué reconfortante resulta ver una película sólida, interpretada con solvencia, tan lejos de las torpezas debutantes que se ven a diario en los festivales como de la grandilocuente parafernalia banal de productos descartables como el nuevo Gran Gatsby. Sally Potter no es LA gran directora británica. De las islas, prefiero a Mike Leigh, o Andrea Arnold. Filma poco, y se la sigue recordando sobre todo por su Orlando, la versión de la novela de Virgina Woolf que protagonizara la gran Tilda Swinton, y una olvidable La lección de tango.

En su último film, no tan experimental como sus anteriores, Potter ubica su historia en los años sesenta, no en los glamorosos del fin de la década, sino en los más oscuros, cuando en plena Guerra Fría se vivía la permanente amenaza de la bomba atómica, y particularmente durante la llamada crisis de los misiles, cuando en 1962 Kennedy alimentara la paranoia yanqui presentando a Cuba como base de posibles ataques a los Estados Unidos. En una Londres oscura y desangelada dos íntimas amigas viven el período de entrada a la madurez, momento de pasaje que atraviesan juntas dispuestas a experimentarlo todo: el nacer a la sexualidad, el compromiso político, el cuestionamiento a las madres. Ginger vive con sus liberales padres: él ha estado en prisión por ser un objetor de conciencia ultra, y ahora sobrevive como docente,  mientras Rose comparte su humilde vivienda con su madre soltera. Si bien Potter presenta una clase social trabajadora, carenciada e idealista, su cine no es declamatorio ni panfletario como el de Ken Loach. Es oscuro, sórdido, y no duda en convertir a su héroe pacifista en un irresponsable causante de todos los males familiares. Y esa densidad de la historia está plasmada en la magnífica fotografía de sombras y tonos bajos, obra de Robbie Ryan. Mención especial merece la banda de sonido, con temas de la época, sobre todo de conjuntos de jazz: Dave Brubeck, Miles Davis, y otros anteriores.

Elle Fanning (hermana de Dakota) es una gran actriz, principal sostén del film, que sabe debatirse con las contradicciones de su personaje, y está rodeada de un elenco del mismo nivel, y de diferentes orígenes: Christina Hendricks (estrella de Mad Men) es la madre, Alessandro Nivola el padre, y Timothy Spall y Oliver Platt ofician como suerte de padrinos gay, acompañados por una poeta feminista, Anette Benning, estupendos los tres. En el papel de Rose, Alice Englert (hija de la directora Jane Campion) es la amiga del alma, y si bien no tienen respuestas similares a lo que ocurre –Ginger tomada por la protesta política, Rosa por el despertar sexual-, están juntas hasta el momento de inflexión en que Rosa exhibe la cuota necesaria de perversión que hacía falta en esta historia iniciática. Y el melodrama llega a su extremo.

Adivinamos en la historia cierto matiz autobiográfico. Tengamos en cuenta que la historia está vista con los ojos de Ginger, con lo cual ciertos aspectos quedan algo planos, sobre todo los personajes de sus padres. La perspectiva de Ginger arrasa con cuanto sucede: su tumulto interior, su potencia juvenil, están magníficamente expresadas por esa muy joven y talentosa actriz.

Josefina Sartora

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