9 de mayo de 2013

Repeticiones y diferencias


En otro país (Da-reun na-ra-e-seo)
Dirección: Hong Sang-soo
Corea del Sur/2012

 


Borges dijo una y otra vez que siempre escribía el mismo poema. Monet fue el príncipe de la repetición, pintando variaciones de nenúfares y de catedrales de Rouen. En cine, Hitchcock no se cansó de filmar el tema del falso culpable, y Anthony Mann el de la venganza. Al más talentoso director coreano, Hong Sang-soo, se lo acusa de filmar siempre la misma película: un intelectual –muchas veces cineasta, tal vez alter ego de Hong- sale de la ciudad de Seúl a la naturaleza, en el interior de Corea. Allí, con derivas y deambulando con su neurosis como los personajes de la nouvelle vague, mantiene largas conversaciones con amigos, colegas, con quienes siempre come y sobre todo, se bebe mucho. Algo de sexo seco o mecánico, nunca romántico, amores contrariados, distanciamiento y desconexión emocional,  planos medios y generales, casi nunca un primer plano, nunca un plano/contraplano. Su narración no es lineal, son frecuentes las series y reiteraciones, y suele apelar al recurso de repetir un mismo hecho narrado desde distintos puntos de vista. Separaciones y reencuentros, coincidencias y sincronicidades se suceden en un cine que ya es un lugar común comparar con el de Rohmer.

El Bafici acaba de presentar una retrospectiva de esos films, con libro incluído, y ahora llega su primer estreno comercial en Argentina.

Si en sus últimas películas parecía llegar a cierto agotamiento de los recursos, en En otro país se ha renovado genialmente. Aquí no existe protagonista masculino, sino que todo gira alrededor de una francesa –Isabelle Huppert, nada menos- de visita en Corea del Sur. En realidad, hay una chica que escribe tres guiones para un posible film, todos protagonizados por esa francesa. En el primer episodio, ella es una realizadora de cine invitada a una playa. En el segundo, una mujer casada con un hombre importante que acude a esa playa a encontrarse con su amante. En la tercera variación, es una mujer cuyo marido la ha abandonado por una joven coreana y va a es mismo lugar para reencontrarse.

Existen en los tres episodios varias elementos que se repiten: el espacio es el mismo, una posada entre el mar y la montaña; la actriz es siempre Huppert, aunque sus personajes –siempre llamados Anne- presentan diferencias; hay un guardavidas joven, con quien mantiene una relación más o menos íntima -el remanido cliché de mujer sola frente a un cuerpo joven-; una casera joven –la que está escribiendo esos guiones-; hay un faro al cual ella desea ir de paseo; una encrucijada para llegar a ese destino-y tal vez a otros-, un paraguas que aparece y desaparece, colores que se combinan y reiteran, diálogos que se repiten y un segundo hombre en cada episodio. Y las dificultades para entenderse en inglés, idioma ajeno a todos, y universal.


Pero la repetición se articula con las diferencias, y allí reside el trabajo del espectador, nunca pasivo en el cine de Hong. La actitud de la mujer es distinta en cada caso: si en el primer acto parece fría y distante, frente al director de cine que la ha invitado y quiere seducirla, en la segunda variación está enamorada y ansiosa por encontrarse con su amante, también director de cine. En este caso, Hong trabaja con el elemento onírico, nunca sabemos que lo que nos presenta es un sueño de la protagonista; a manera de cajas chinas, el film se pliega sobre sí mismo. Por último, la tercera mujer está deprimida, dolida por el abandono, y en cierta búsqueda espiritual de su propio yo y de significado. El otro hombre es aquí un monje budista, aunque también aparece el director de cine del primer episodio, una sorpresa en este film –más transparente, menos críptico que otros anteriores- donde las diferencias son sutiles pero significativas. Con humor, con delicadeza, Hong habla de la insatisfacción y de la búsqueda incierta.

Huppert parece moverse como pez en el agua, divertida, a pesar de lo extraño del ambiente, y de hablar en inglés. Tan frágil y delicada, tan vulnerable y al mismo tiempo tan potente.

Josefina Sartora

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