Solas en el escenario
En los últimos tiempos,
abundan en el teatro las obras unipersonales, los monólogos, en algunos casos
masculinos, la mayoría femeninos. Señal de estos tiempos, la mujer ya no es
sólo comparece como la compañera del protagonista, antes colocada en un rol
secundario. La psicología femenina ha ganado la escena, y vemos distintas
variaciones, temáticas, historias y dramas de la mujer como protagonista. A
veces, como único personaje.
Estos espectáculos tienen
lugar en espacios off o alternativos,
donde se presenta hoy el mejor teatro, ya que el más comercial atraviesa una
crisis grave, de falta de imaginación y recurrencia a lugares comunes.
Algunos de los monólogos
femeninos en cartel surgen de la pluma de Santiago Loza, íntimo, profundo conocedor
de la psicología femenina. Ya nos hemos referido el año pasado a dos de sus
trabajos en este sentido: Mabel y Todo verde, ambos
seleccionados en las ternas para los premios Trinidad Guevara. Todo
verde tiene tal éxito que María Inés Sancerni sigue presentándolo los
jueves en Elefante Teatro en su segunda temporada, y a veces debe programar dos
funciones, porque la salita se llena.
También está en su segunda temporada otro unipersonal de Loza, a cargo de Valeria Lois: La mujer puerca, también candidata a los premios. Lois encarna otra de las mujeres anónimas de Loza, modesta, tímida, personaje gris que evoluciona desde un pudor cándido, angelical, de una devota, hasta sumergirse en abismos abyectos. El texto de Loza zigzaguea, juega con la sorpresa, polariza a su personaje. Lois imprime tal verismo a sus palabras, que el público también evoluciona con ella, de la risa inocente inicial al dolor y angustia finales. Lois es la actriz perfecta para el rol, sabe cargar sobre sus hombros un papel difícil, sostenido sólo por su incomparable performance; va transformándose con sutileza en un ámbito casi desnudo, bajo la sutil, casi transparente dirección de Lisandro Rodríguez.
En Timbre 4 tiene lugar
otro espectáculo excelente, escrito y dirigido por Paula Rasenberg: Para
mí sos hermosa, con dirección de Marcelo Nacci. Estamos frente a otra
gran actriz, capaz de interpretar varios roles en una curiosa historia: en un
pueblo de Hungría, un ilusionista ha quedado encerrado bajo el agua en su baúl,
que sólo puede abrirse desde dentro. ¿Ha muerto? ¿O ha escapado de las mujeres
que lo acosan? Vemos la reacción de ellas: sus devotas asistentes, siamesas
opuestas; su esposa, que quiere tomarse una fotografía fantasma para comprobar
que él ha muerto; sus partenaires,
una con el don de aparecer y desaparecer, la otra magnética; una perfumista enamorada;
y por fin, su nieta argentina, quien ha heredado sus dotes mágicas. Rasenberg
es todas y cada una de ellas, y pasa de un personaje a otro con una
versatilidad y rapidez asombrosas. No sólo posee un amplio registro actoral:
tiene un admirable manejo corporal y de la voz, canta, toca el acordeón, y
habla en varios idiomas.
La referencia al
escenario del título en esta nota es metafórica, por supuesto, ya que la
mayoría de las obras de este tipo se ponen en escena en esos teatros alternativos,
en espacios antes ajenos devenidos teatros, donde la tarima no existe. O
aparece en formas peculiares, como en La mujer puerca, en la que la escena
transcurre en una alta plataforma frente a la cual el público debe ubicar sus
sillas, partícipes de una íntima confesión.
Esto no sucede en la
nueva versión de Nada del amor me produce envidia, un exquisito texto también de
Santiago Loza, que hiciera famoso María Merlino en una memorable actuación, y hoy
vuelve a escena a cargo de Soledad Silveyra. Los textos de Loza han salido del under, llegaron al Maipo de la mano de
Silveyra y su director, el talentoso Alejandro Tantanian. Desde la ignorancia, me
pregunto qué los movió a reponer esa obra que tuviera tanto éxito en una
interpretación consagrada durante varias temporadas. O tal vez precisamente sea
esa la causa. Solita realiza una performance muy personal, alejada de la
versión de Merlino, y el espectáculo resulta diferente. Me costó aceptar su
versión de esa costurera también gris, opaca, anónima, cuya consagración
profesional tomó la forma de un vestido encargado por Libertad Lamarque y
codiciado por Evita, ambas siempre en competencia. La costurera ama parlotear,
y en su monólogo Loza incluye formas
verbales típicas de los años ´40: y chau
picho, qué plato, y otras.
Silveyra ama su personaje, destaca su sensibilidad, y elige mostrarla siempre
al borde del llanto, en una decisión que no creo sea la mejor: esa costurera es
sensible pero más adusta, austera y reprimida, jamás espectacular.
Foto: Hernán Reig |
Josefina Sartora
Recomendación: Quedémonos
aquí, de y por María Merlino, se repone el 5 y 12 de julio en La
Carpintería.
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