Antes de medianoche (Before
Midnight)
Richard LinklaterEstados Unidos/2013
Estamos frente a una
curiosidad: no hay muchos ejemplos en la historia del cine que reúnan a un
director –Richard Linklater- y dos actores –el yanqui Ethan Hawke y la francesa
Julie Delpy- para narrar la historia de una pareja en una trilogía, a lo largo
de más de veinte años. En Antes del amanecer (1995) Jesse y
Céline se conocían en un tren, conversaban durante varias horas, se enamoraban
y bajaban del tren en Viena, en una escala fuera de programa. Allí, la
conversación sobre las cualidades del amor se prolongaba, íntimamente, con el
fondo de la ciudad imperial. Nueve años después, en Antes del atardecer (2004),
Céline va al encuentro de Jesse, quien ha publicado una novela basada en aquel
episodio que los uniera. Él atraviesa un mal matrimonio, la atracción renace,
la conversación continúa, esta vez en las calles de París. Si bien la charla se
deriva, incontinente, durante todo el film que trascurre en tiempo real, el
final calza maravillosamente, ajustadísimo.
En la tercera pieza del
tríptico Antes, encontramos a Jesse y Céline ya unidos, de vacaciones
con sus dos mellizas y Hank, el hijo del primer matrimonio de Jesse, quien
regresa a Chicago después de unas semanas en el sur de Grecia con la familia.
Como en las dos primeras partes, uno de los temas de la tercera es el tiempo.
El gran tema. No sólo porque –como las anteriores- se hace evidente que
transcurre en un período acotado –el día transcurre en unos pocos bloques, desde
que llevan al chico al aeropuerto, vuelven en el auto con las niñas entre
colinas griegas, almuerzan con amigos junto al mar, tienen una larga caminata
al atardecer, ya a solas, y están juntos en un hotel esa noche- y en cada plano
se siente el paso del tiempo, sino porque también se impone el peso del tiempo.
La pareja ya no es tan joven, y los cuarenta se sienten en los rostros, en los
cuerpos. Jesse luce algo desarrapado, no muy limpio, mal afeitado, y su cara de
es un mapa de arrugas. Céline se queja porque ha engordado con la maternidad,
él se refiere varias veces a su culo gordo. El encuentro con los amigos también
trae referencias a la vejez y a la muerte, al final, Jesse se entera de que su
abuela ha muerto y por último, especula sobre el futuro de ambos cuando tengan
80 años.
Pero todo esto no trae
signos negativos, sino al contrario: el trío –Hawke y Delpy son también guionistas
- ha madurado, son adultos, sus problemas y temáticas han evolucionado, y se
los ve mejor que nunca. Si en los estrenos anteriores no participé en gran
medida del entusiasmo y beneplácito casi unánime de mis colegas –sobre todo, de
quienes llegaron al cine en los ´90-, mi tibieza ante aquellas ha levantado
frente a ésta, la mejor de las tres películas de la saga.
A los cuarenta, la seducción
ha disminuido, los protagonistas comparten otros temas, otras preocupaciones:
tal vez lo más pesado, el distinto compromiso que tienen ambos con la familia,
él centrado en su trabajo, ella a cargo de la casa, las niñas, la escuela, la
comida, la… Si bien Jesse se muestra preocupado por no poder estar más tiempo con
su hijo, es Céline a quien Hank llama dos veces en su viaje de regreso a
Chicago, sin siquiera saludar a su padre. Como bien le señala ella, es un poco
tarde para empezar a ocuparse de su hijo. Tras tantos años juntos, se siente el
desgaste de la pareja, la discusión está a flor de piel; lo que en otra época
pudo ser un detalle simpático –el choque cultural entre un yanqui y una
francesa, las diferencias de género, las distintas psicologías y
responsabilidades masculinas y femeninas- ahora dispara el conflicto. El
romanticismo ha acabado. ¿Tal vez el amor también?
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Josefina Sartora
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