23 de septiembre de 2013

El futuro será chino o no será

Notas sobre un viaje a China, 1ª parte


Es impactante la experiencia en China. Pero sobre todo es obvio que ya debemos ponernos a estudiar chino –en rigor: mandarín-, para participar del futuro que se viene muy pronto. En veinte años China cambió radicalmente, y en los próximos viviremos sus consecuencias en carne propia.

No más llegar, impacta la evidencia de que China será el adalid del mundo. Es obvio que hubo un plan de gobierno con visión de futuro, y que les ha dado buenos resultados. Óptimos. El nivel y calidad de vida del pueblo mayoritario ha mejorado notablemente en los últimos años, durante los cuales China ha vivido la transición del comunismo a un peculiar capitalismo socialista. 

Qué bien la hicieron. Qué desarrollo, qué mejoras sociales, cómo han elevado la calidad de vida. Son 1.300 millones bien organizados. Desde las grandes industrias -todas las fabricas de autos del mundo producen aquí, el 80 % del consumo de la industria de aviones (motores, equipos, etc) es de origen nacional, los trenes subterráneos nuevos llegan cada tres minutos, controlados con reloj en cada estación, donde no hay un papel en el suelo-, todas las ciudades están en reconstrucción. Son muchas las tareas que recuerdan la expresión “trabajo chino”: en una gran plantación de manzanas, CADA fruta está envuelta en una bolsita de nylon con un poquito de agua, para protegerla de los pájaros, conservando humedad. También hemos visto señoritas barriendo el cordón de la autopista con una escobita corta y juntando la basura en una bolsa, y lo mismo ocurre en los parques de Beijing, donde alguien junta puchos o papeles mientras la gente canta, baila o hace tai chi.


Yo creía que Xian era sólo la ciudad de los famosos guerreros de terracota, anteriores al año 2.000 a.C. Error. Tiene 9 millones de habitantes, 40 facultades, la industria de motores de avión ocupa 60.000 trabajadores, y en todos lados se ven complejos de 6 a 24 -sí, contados- edificios de departamentos en torre, en construcción o a estrenar. En tres años el metro cuadrado aumentó el 300 %. Pero a diferencia de lo que sentí en España por ejemplo, no da la sensación de burbuja inmobiliaria sino que hay un sustento económico en todo ese crecimiento. El chino accede a su departamento mediante un crédito, pero la tierra es toda del estado, en realidad accede a utilizar ese departamento durante 70 años, y no pasa a sus herederos. Lo mismo sucede con los campesinos, que constituyen el 73 % de la población: cada uno tiene asignada menos de una hectárea que cultiva intensamente, y que hacen pensar en las cantidad de hectáreas improductivas que tenemos en nuestras banquinas argentinas. Esa hectárea está a su disposición por 70 años. Cuesta asimilar esos datos, con nuestra mentalidad propietaria.


La comida merece un párrafo aparte. Siempre me gustó la comida china, y es toda una experiencia gastronómica probarla como es realmente en origen, sin la influencia de América. No he visto ni un chop suey y el tofu está preparado de mil maneras diferentes, pero lo mejor es probar lo desconocido. En los buffets de desayuno pantagruélicos que sirven en estos espectaculares hoteles 5 estrellas donde nos aloja el tour, todavía no me he decidido a probar a las 7 de la mañana las verduras saltadas con picante, o las sopas con fideos, picante y cilantro - que sí como en el almuerzo-, ni los pickles picantes -que ídem-, pero sí he comido la variedad de dumplings o dim sum -especie de capeletti chino, de tan ignoto como diverso relleno- con salsa de soja, combinados con una selección más occidental como jugos, frutas, yogurt, omelette, fiambres, tostadas, muffins, y largo etcétera. En la comida, la sopa de fideos es un hit, y cuando la pido con carne viene con unas fetitas de vaca o cerdo, un plato que constituye todo un desafío para ser comido con palillos. El arroz, en cambio, es más caro y menos popular, para mi asombro.


En esta oportunidad debí avenirme a viajar en excursión, porque facilita los traslados –de otra manera sería muy complicado- y facilita la comunicación, porque casi NADIE habla inglés, ni siquiera la gente que trabaja con el turismo. Porque la mayoría -gran mayoría- de los turistas es de la propia China. Lo cual es otra prueba de su hegemonía. Ni les interesa el turista occidental. No existe. Durante la época de Mao, cuando la mayoría de la población salió de la miseria y accedió a la vivienda, alimentación, educación y vestido, los ciudadanos no podían salir de su región, porque de lo contrario perdían esos beneficios. Con la apertura, en los ´80, y las mejoras en las condiciones de vida, todos los chinos empezaron a viajar, y ahora en cuanto tienen un feriado, salen de paseo.
(Continuará)


Josefina Sartora

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