Siempre
hay lugar para el asombro, para el placer
Una vez más, Viena me recibe con su
Festival. Con una programación siempre elegida con exquisito gusto y diversa en
su propuesta. Festival largo, imposible de abarcar en su totalidad, a la hora
de ver me esmero en la elección de películas.
Así, llegada en el 9º día de su desarrollo
(dura 13 días) elegí empezar con un título fuerte: Stray Dogs, de Tsai
Ming-liang. Nuevamente incursiona en la soledad y la incomunicación, con su
estrella fetiche Lee Khan-sheng quien una vez más protagoniza un film del
inefable Tsai, en un rol nunca probado antes: es un padre que transita los
márgenes de Taipei, junto a sus dos hijos pequeños. En su último film, Tsai
lleva el plano largo y en silencio hasta el paroxismo, tensa la cuerda hasta
extremos casi inconcebibles. El film no ancla en el realismo, sino en el
simbolismo. El padre hace propaganda callejera de departamentos, cuando todos
viven refugiados, okupando un espacio inhóspito abandonado. En varios ¿flashbacks?,
la casa donde vivían tiene sus paredes oscurecidas y llagadas: la casa llora,
dice la madre, como un cuerpo. El hombre suele buscar refugio en los
descampados que hay en medio de la ciudad, y siempre regresa al agua, como una
vuelta a la naturaleza. No hay explicaciones sobre ese personaje ambiguo, ni
sobre las mujeres que se ven involucradas en la historia. Tsai prefiere lo
visual a lo verbal, y lo demuestra en algunos planos magistrales: el más
notable, el anteúltimo, de más de 10 minutos, en que él y su esposa practican
una suerte de despedida, en un plano inundado por la muerte. No es menos
impresionante otro en que, mientras sostiene su cartel en la calle y bajo la
lluvia y el viento (siempre la lluvia, en el cine de Tsai), expresa su dolor en
una canción elegíaca igualmente tanática. Film meditativo, contemplativo, con
algunos momentos que provocan la incomodidad y angustia, resulta devastador.
El otro film es Le passé, del iraní Asghar Farhadi. Después de La separación,
vuelve a incursionar en el melodrama familiar, que gira alrededor de una madre
de dos hijos (la franco-argentina Bérenice Bejo, ganadora en el último Festival
de Cannes por este rol) y sucesivas parejas: su ex (Ali Mossafa), quien regresa
de Thehran para el divorcio, y su actual, con un pequeño hijo rebelde, y todos
conviven juntos por unos días. El ex opera ante las hijas de una relación
anterior como una figura paterna, y como tal intentará reconstituir la relación
de la madre con su hija mayor, adolescente y esquiva. Ese ejemplo de
"nueva familia" actúa como una red que vincula a todos inexorablemente.
El pasado de cada uno de ellos sigue actuando en el presente, todos deben vivir
las consecuencias de las acciones pasadas, algunas muy graves. La situación se
va complicando progresivamente al punto que resulta difícil predecir hacia
dónde seguirá la acción. Cargando las tintas, el film se acerca a un culebrón, pero
constituye un drama muy bien narrado con extrema sensibilidad y simpatía por
todos sus personajes.
Por el lado de los (numerosos)
documentales, pude ver L´image manquante, de Rithy Panh,
cuya obra sigo desde hace años. La imagen
que falta es la de su infancia en Camboya, antes del advenimiento del Khmer
Rouge en 1975. A
la búsqueda del paraíso perdido, y para historiar la evolución de la
cruel dictadura en su país, Panh monta instalaciones valiéndose de pequeñas
figuras de arcilla pintada, representando a todo su pueblo, y de imágenes documentales
de archivo. Con ellos describe la reducción de todo un pueblo, su reeducación y
sometimiento mediante exterminios masivos, incluidos varios miembros de su
familia, de manera semejante a otros gobiernos totalitarios. Con su voz over y
recitativa, el film está atravesado por la subjetividad del director: por sus
recuerdos personales, por su valoración del cine como fuerza cultural. Tal vez
no posea la potencia de sus obras anteriores por estar teñido de
individualismo, pero precisamente ese es uno de los valores que desea rescatar
de la canibalización llevada a cabo por el régimen opresor.
Arte en Viena
Arte en Viena
Matisse por Derain, 1905 |
Ya es un clásico que mi cobertura de la Viennale esté acompañada por la
referencia a las muestras que pueden verse simultáneamente en el Albertina, mi
museo favorito entre los muchos de esta ciudad. En esta oportunidad, se trata
de Matisse
y los fauvistas, una extraordinaria, completísima muestra que abarca no
sólo casi un centenar de obras de Paul Matisse -paisajes, interiores,
naturalezas muertas, retratos, sus agitadas esculturas- sino que también se
exponen obras de sus compañeros de escuela. Así, pude apreciar la luminosidad
de la pintura de Henri Manguin, cuya obra conocía poco, cuadros de Robert
Delaunay, la energía y vitalismo de Maurice de Vlaminck. Nunca Londres lució
tan luminosa como en los óleos de André Derain. En el otro polo se colocan los
retratos tenebrosos de Georges Rouault.
También en el Albertina, por el lado de los contemporáneos, tuve la fortuna de ver dos maravillosos trabajos de Anselm Kiefer, uno de mis pintores preferidos de hoy.
También en el Albertina, por el lado de los contemporáneos, tuve la fortuna de ver dos maravillosos trabajos de Anselm Kiefer, uno de mis pintores preferidos de hoy.
Josefina Sartora
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