Ella (Her)
Dirección y guión: Spike
Jonze
Estados Unidos/2013
Después de ver Ella,
una película que me produjo cierta irritación mientras estaba viéndola, quedé
en estado de reflexión, como sucede pocas veces. En primer lugar, el valor de
la imaginación, la libertad creativa. La elaboración del film es impecable:
Jonze se ha ganado un lugar en la filmación de hechos curiosos, recordemos la original
¿Quieres
ser John Malkovich?, con guión del imaginativo Charlie Kaufman. También
aquí es la peripecia lo que asombra –y su guión ganó un (en este caso) merecido
Oscar-: en un futuro cercano –y este dato es menor, podría ocurrir ya- un
solitario, melancólico escritor manqué
se dedica a escribir cartas de amor para terceros, y lo hace como si fuera a
mano, aunque todo lo confecciona su computadora. En ese mundo, todos viven aferrados
a su computadora personal, ya sea para trabajar o para resolver los menores
detalles de la vida. Cuando Theo adquiere un nuevo Sistema Operativo, su voz le
dice que se llama Samantha, y a partir de allí comienza la fascinación de Theo
por Ella. Theo acaba de fracasar en su matrimonio, atraviesa una depresión en
casi total soledad (sólo se relaciona con una pareja de vecinos y un compañero
de oficina), y con Samantha vuelve a caer en las redes del amor. Con estos
elementos, Jonze construye una comedia romántica, que contiene los elementos
del género: encuentro, enamoramiento, celos, reconciliaciones, todo imbuido de
un clima de melancolía. Nada de esto podría resultar verosímil sin la presencia
de Joaquin Phoenix y la voz de Scarlett Johansson, tan sensual, tan seductora. Ellos
dan solidez a este relato de una historia de amor basada en palabras dichas, en
el sonido de las voces, en el poder de la imaginación. Entre un hombre y la voz
de su computadora. Phoenix puede sostener esta fantasía en largos primeros
planos hablando a su máquina, o a una voz en off, en una performance interpretativa admirable. Y Johansson
resulta tan elocuente que Samantha casi parece tener cuerpo, es difícil sustraerse
a su encanto. La relación con Samantha es ideal, no tiene los inconvenientes
que pueden sobrevenir con un otro real. Con su vecina (Amy Adams), por
ejemplo.
Si en El
ladrón de orquídeas Jonze (y nuevamente Kaufman) no había logrado
sostener el supuesto imaginario, aquí va ganando interés a medida que la
relación prospera. Filmando por primera ver un guión propio, Jonze se lo toma
todo en serio, sin un ápice de ironía, sino que respeta su propuesta a
rajatabla. Un detalle: la imagen identificadora de Samantha es una cinta de
Moebius, tan llena de significados.
Analicemos a partir del
espacio: la ciudad de Los Ángeles luce espléndida en ese futuro cercano,
lástima que ahora sea tan fea. De cómo la realidad puede disfrazarse, o
maquillarse. Mezcla de los mejores lugares de LA, más algunos planos tomados en
Pudong, la zona más moderna y fotogénica de Shanghai, más mucho trabajo de
computadora, componen una LA de ficción digna de integrar la famosa antología
de Thom Andersen, Los Angeles Plays Itself, como film de culto. Pero los espacios vidriados que concibe Ella, los públicos y los privados –que en poco se diferencian-,
con esa decoración tan fashion como impersonal, son tan ficticios e irreales
como lo es la vestimenta, o esa inteligencia artificial, o incluso esa voz, y
hasta ese romance. El trabajo de Theo es también ficticio: un hombre sin amor
escribe cartas enamoradas a mano en computadora… Los ambientes donde transcurre
esta distopía y sus personajes –imaginados por el director de arte Austin Gorg-
parecen preparados para un aviso publicitario. Pero todo es posible de ser
actualizado. (En verdad, al parecer las escenas de Phoenix dialogando con su
Sistema Operativo fueron filmadas en interacción con Samantha Morton ubicada
tras una pantalla, luego reemplazada por la voz de Johansson.)
Por todo lo dicho el film
constituye una reflexión sobre hasta qué punto llega la máquina, a extremos que
ni el mismo Deleuze pudo anticipar. ¿Qué implicancias tiene una historia de
amor de un hombre con su computadora, o su “sistema operativo”? Antes de
conocer a Samantha, ya Theo practicaba sexo virtual, ocasionalmente. Con
Samantha, no hay sexo. Podría decirse que el suyo es un amor platónico, o
verbal. Theo puede sostener una relación en el tiempo, pero ¿ya no habrá sexo en
las parejas? No, a juzgar por la cantidad de gente que se cruza el protagonista
hablando con su Sistema Operativo. ¿El cuerpo dejará de ser importante? (Y esta pregunta es paradójica, dado el atractivo de Phoenix, y su fuerte presencia física en todos los planos del film.) La
computadora deviene el primer vínculo del hombre con el mundo, en una relación tan
alienada y automatizada, como egocéntrica. La tecnología y el consumo tocan en Ella
un punto crítico en la dependencia del hombre por la máquina, que parece
satisfacerlo mucho mejor que los seres de sangre y hueso, aunque provoquen como
última consecuencia un sentimiento de soledad
e insatisfacción irrevocable. Y entonces ¿en qué medida opera la máquina
sobre la evolución del hombre?
Josefina Sartora
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