18 de marzo de 2014

Máquinas parlantes

Ella (Her)
Dirección y guión: Spike Jonze
Estados Unidos/2013
  

Después de ver Ella, una película que me produjo cierta irritación mientras estaba viéndola, quedé en estado de reflexión, como sucede pocas veces. En primer lugar, el valor de la imaginación, la libertad creativa. La elaboración del film es impecable: Jonze se ha ganado un lugar en la filmación de hechos curiosos, recordemos la original ¿Quieres ser John Malkovich?, con guión del imaginativo Charlie Kaufman. También aquí es la peripecia lo que asombra –y su guión ganó un (en este caso) merecido Oscar-: en un futuro cercano –y este dato es menor, podría ocurrir ya- un solitario, melancólico escritor manqué se dedica a escribir cartas de amor para terceros, y lo hace como si fuera a mano, aunque todo lo confecciona su computadora. En ese mundo, todos viven aferrados a su computadora personal, ya sea para trabajar o para resolver los menores detalles de la vida. Cuando Theo adquiere un nuevo Sistema Operativo, su voz le dice que se llama Samantha, y a partir de allí comienza la fascinación de Theo por Ella. Theo acaba de fracasar en su matrimonio, atraviesa una depresión en casi total soledad (sólo se relaciona con una pareja de vecinos y un compañero de oficina), y con Samantha vuelve a caer en las redes del amor. Con estos elementos, Jonze construye una comedia romántica, que contiene los elementos del género: encuentro, enamoramiento, celos, reconciliaciones, todo imbuido de un clima de melancolía. Nada de esto podría resultar verosímil sin la presencia de Joaquin Phoenix y la voz de Scarlett Johansson, tan sensual, tan seductora. Ellos dan solidez a este relato de una historia de amor basada en palabras dichas, en el sonido de las voces, en el poder de la imaginación. Entre un hombre y la voz de su computadora. Phoenix puede sostener esta fantasía en largos primeros planos hablando a su máquina, o a una voz en off, en una performance interpretativa admirable. Y Johansson resulta tan elocuente que Samantha casi parece tener cuerpo, es difícil sustraerse a su encanto. La relación con Samantha es ideal, no tiene los inconvenientes que pueden sobrevenir con un otro real. Con su vecina (Amy Adams), por ejemplo.

Si en El ladrón de orquídeas Jonze (y nuevamente Kaufman) no había logrado sostener el supuesto imaginario, aquí va ganando interés a medida que la relación prospera. Filmando por primera ver un guión propio, Jonze se lo toma todo en serio, sin un ápice de ironía, sino que respeta su propuesta a rajatabla. Un detalle: la imagen identificadora de Samantha es una cinta de Moebius, tan llena de significados.
  

Analicemos a partir del espacio: la ciudad de Los Ángeles luce espléndida en ese futuro cercano, lástima que ahora sea tan fea. De cómo la realidad puede disfrazarse, o maquillarse. Mezcla de los mejores lugares de LA, más algunos planos tomados en Pudong, la zona más moderna y fotogénica de Shanghai, más mucho trabajo de computadora, componen una LA de ficción digna de integrar la famosa antología de Thom Andersen, Los Angeles Plays Itself, como film de culto. Pero los espacios vidriados que concibe Ella, los públicos y los privados –que en poco se diferencian-, con esa decoración tan fashion como impersonal, son tan ficticios e irreales como lo es la vestimenta, o esa inteligencia artificial, o incluso esa voz, y hasta ese romance. El trabajo de Theo es también ficticio: un hombre sin amor escribe cartas enamoradas a mano en computadora… Los ambientes donde transcurre esta distopía y sus personajes –imaginados por el director de arte Austin Gorg- parecen preparados para un aviso publicitario. Pero todo es posible de ser actualizado. (En verdad, al parecer las escenas de Phoenix dialogando con su Sistema Operativo fueron filmadas en interacción con Samantha Morton ubicada tras una pantalla, luego reemplazada por la voz de Johansson.)


Por todo lo dicho el film constituye una reflexión sobre hasta qué punto llega la máquina, a extremos que ni el mismo Deleuze pudo anticipar. ¿Qué implicancias tiene una historia de amor de un hombre con su computadora, o su “sistema operativo”? Antes de conocer a Samantha, ya Theo practicaba sexo virtual, ocasionalmente. Con Samantha, no hay sexo. Podría decirse que el suyo es un amor platónico, o verbal. Theo puede sostener una relación en el tiempo, pero ¿ya no habrá sexo en las parejas? No, a juzgar por la cantidad de gente que se cruza el protagonista hablando con su Sistema Operativo. ¿El cuerpo dejará de ser importante? (Y esta pregunta es paradójica, dado el atractivo de Phoenix, y su fuerte presencia física en todos los planos del film.) La computadora deviene el primer vínculo del hombre con el mundo, en una relación tan alienada y automatizada, como egocéntrica. La tecnología y el consumo tocan en Ella un punto crítico en la dependencia del hombre por la máquina, que parece satisfacerlo mucho mejor que los seres de sangre y hueso, aunque provoquen como última consecuencia un sentimiento de soledad  e insatisfacción irrevocable. Y entonces ¿en qué medida opera la máquina sobre la evolución del hombre?


Josefina Sartora

No hay comentarios:

Publicar un comentario