Historias de caballos y de hombres
(Hross í oss)
Dirección y guión:
Benedikt Erlingsson
Islandia-Alemania-Noruega/2013
Islandia es un país muy
singular, en una isla pedregosa, azotada por un clima muy riguroso, todos los
granjeros de una pequeña comunidad nunca se separan de dos objetos: los
prismáticos con los cuales observan a todos sus vecinos y la botella de
alcohol. Además, como lo sugiere el título poco iluminado pero descriptivo,
viven todos íntimamente unidos a sus caballos, una raza peculiar, de abundante
crin, poca alzada y amor a la libertad, ya que en su origen fueron caballos
salvajes. Otra característica de esos caballos bastante petisos es que trotan,
y galopan muy poco, lo que hace el orgulloso paseo de uno de sus dueños, en plan
de orgulloso cortejo amoroso, un poco contraproducente.
En su debut como
director, el también actor Benedikt Erlingsson muestra una gran cualidad:
confía en la elocuencia de sus imágenes. Con escasos diálogos y una estupenda fotografía
que sabe mostrar los espacios agrestes donde el rojo contrasta con el gris de
la piedra y el blanco de la nieve, el film hilvana diversas anécdotas –tenuemente-
independientes de esos campesinos y sus caballos. Al orgullo pisoteado de uno
le sigue la aventura etílica de otro, la lucha implacable entre dos vecinos, la
formidable epopeya de una joven, mejor jinete y más inteligente que todos los
demás. Ya en la segunda viñeta nos percatamos de que
tras un barniz de humor satírico subyace un profundo dramatismo, una crítica
social acerba, y de que las cosas no siempre van a terminar bien. Más vale al
contrario.
Erlingsson trabaja con paralelismos y
contrastes. Al choque entre colores se agrega el de las personalidades: el otro personaje que se salva de esa mirada ácida
hacia la sociedad es Juan, un turista latinoamericano cuya simpatía y calidez hacen
contrapunto a la gélida y soberbia actitud de esos vikingos. A los primerísimos planos del pelo de los caballos, de sus ojos –que
observan el mundo de los hombres-, le siguen esas amplias panorámicas a las que
me he referido. Paralelos entre hombres y caballos sobran, como el coito que
ocurre sorpresivamente entre la yegua y un padrillo oscuro –toda la escena está
filmada en montaje paralelo con los relinchos del animal y las risas de dos
cortejantes- y el coito humano posterior, entre los respectivos propietarios de
esos animales. Y sin llegar al devenir animal que analiza Deleuze, el episodio
de Juan está muy cerca de ello.
En una película donde los caballos cobran
protagonismo, hay un gran margen librado al azar, por la imposibilidad de
controlar la conducta equina. Por eso es notable el manejo de Erlingsson y su
equipo con los animales, y cómo sabe aprovechar ese margen aleatorio: las
escenas en que el hombre se lanza al mar montado en su caballo, en lugar de
tomar un bote, son particularmente remarcables. Una reflexión inteligente y
aguda, que escapa de toda psicología o moraleja.
Josefina Sartora
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