5 de junio de 2015

El lenguaje de los cuerpos

Dínamo
Libro y dirección: Claudio Tolcachir, Lautaro Perotti y Melisa Hermida
Teatro Timbre 4


Estamos frente a una obra teatral notable y única, diferente de lo que vemos habitualmente en los escenarios, y mucho más, de lo que ha puesto antes Claudio Tolcachir. Tanto su célebre La omisión de la familia Coleman, que lo lanzó al éxito y la fama, como Tercer cuerpo o Emilia, así como las obras ajenas que ha dirigido en la calle Corrientes, tienen su apoyo fundamental en la palabra. Son todas piezas teatrales absolutamente discursivas, donde la realidad pasa por lo que se dice, lo que se cuenta, o el diálogo. Sin embargo, en alguna entrevista, Tolcachir expresó su desconfianza creciente al apoyo en la palabra. De su escritura a tres manos con Lautaro Perotti y Melisa Hermida resulta una obra en la cual el texto es un elemento más, del todo secundario, ante la acción de los cuerpos y otras capacidades expresivas.

Tres mujeres, tres cuerpos, tres lenguajes, un espacio común: Marisa, Ada y la extranjera se encuentran en el ámbito de una casa rodante –excepcional escenografía, funcional a toda la acción- aunque parecen habitar mundos independientes. Tan independientes como su discurso: Marisa (Daniela Pal), habla. Habla todo el tiempo, quiere explicarse, conseguir que su tía la acepte, le dé un lugar donde vivir, donde rehacer su vida maltrecha, por lo menos a través del tenis. Habla con su cuerpo, que busca un espacio donde habitar, aunque esa casa rodante no le ofrezca ni un rincón donde cobijarse. Ada (Marta Lubos, casi irreconocible) vive de su pasado rockero, musita palabras casi incomprensibles referidos a aquél, vive en trance, en un estado autista casi enajenado, pegada a su notebook y a su micrófono, en el que canta canciones que interpretara Marlene Dietrich. Las palabras de Marisa no le llegan, ella vive en otra dimensión, la de su mundo privado. La composición de Lubos de su personaje dramáticamente oscuro, es extraordinaria. En esa casa rodante habita alguien más: una extranjera (Paula Ransenberg), una okupa, una refugiada que lo ha perdido todo, menos su vitalidad, su empuje. Ella habla un lenguaje desconocido, acaso inventado, con evocaciones a las lenguas de Europa del Este. Ella entra y sale de escena, desaparece para reaparecer por las puertas y aberturas más insólitas de ese trailer, y aquí brilla la concepción del espacio creado por Gonzalo Córdoba Estévez, que logra que no podamos imaginar otro ámbito para que la acción tenga lugar. Casa rodante maquínica, puesta al servicio de la acción pero también disparadora de la misma. Esto es posible en la enorme sala de Timbre 4, que parece el sitio óptimo para este encuentro alucinado, que nada tiene de realista, a diferencia de las obras anteriores de Tolcachir. Lo que abunda es el absurdo entre estas mujeres solas, que buscan y eluden el encuentro, y sobre todo, gravita el peso de lo simbólico, del arquetipo, a la manera artaudiana. No menos importante es la función de la música, en vivo, a cargo de Joaquín Segade, que imprime un sello de intensidad a cada una de las situaciones dramáticas, a cada uno de los silencios elocuentes.


En estos días en que la performance se ha instalado, en que el cuerpo cobra relevancia en todas las ramas del arte, Dínamo viene con su propuesta corporal, con su posibilidad comunicativa. Todo un desafío, concebir una obra que casi no tiene texto, y el que está, parece hojarasca. Tolcachir lo entiende así, y la califica como la más arriesgada de su carrera, casi experimental, un salto al vacío. Obviamente, ha debido pesar la coautoría con sus socios en la aventura de Timbre 4 y también actores de sus obras: Lautaro Perotti (Coleman y El viento en un violín) y Melisa Hermida (Tercer cuerpo). Todos declaran que se trató de una creación colectiva, entre los 3 autores, las 3 actrices y el músico, y que la obra fue brotando de sus encuentros.

Tres mujeres solitarias, heridas, tres mujeres que han perdido algo y están en la búsqueda: una del perdón, otra de su pasado, de su arte, la tercera de su familia. Cada una vive a su modo su soledad, que apenas se interrumpe en algún encuentro con alguna de las otras, cada una con diferente capacidad de  registro, con diferente relación con el espacio. Y sin embargo, rige una dinámica común, un retroalimentarse de energía, como ocurre con la dínamo. El texto es escaso y nunca funcional, por momentos disparatado. Es notable el momento del diálogo –único- entre dos personajes, la tenista y la extranjera, cada una hablando de su problema, cada una hablando un idioma incomprensible para la otra, y sin embargo, comunicándose. Pal conjuga en su personaje la comicidad y la locura, mientras Ransenberg es toda vitalidad a pesar de su desgarro.

Nada está explicitado, todo es sugerido por esos cuerpos, por esa música, en una suerte de puesta abstracta que permite al espectador atento, activo, un margen de libertad y amplitud para completar el cuadro, para optar por la multiplicidad de significaciones.

Dínamo partirá pronto en gira por España. Parece imposible que esa casa rodante, anclada en ninguna parte, eche a rodar.


Josefina Sartora

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