Dínamo
Libro y dirección:
Claudio Tolcachir, Lautaro Perotti y Melisa Hermida
Teatro Timbre 4
Estamos frente a una obra
teatral notable y única, diferente de lo que vemos habitualmente en los
escenarios, y mucho más, de lo que ha puesto antes Claudio Tolcachir. Tanto su
célebre La omisión de la familia Coleman, que lo lanzó al éxito y la
fama, como Tercer cuerpo o Emilia, así como las obras ajenas
que ha dirigido en la calle Corrientes, tienen su apoyo fundamental en la
palabra. Son todas piezas teatrales absolutamente discursivas, donde la
realidad pasa por lo que se dice, lo que se cuenta, o el diálogo. Sin embargo,
en alguna entrevista, Tolcachir expresó su desconfianza creciente al apoyo en
la palabra. De su escritura a tres manos con Lautaro Perotti y Melisa Hermida
resulta una obra en la cual el texto es un elemento más, del todo secundario, ante
la acción de los cuerpos y otras capacidades expresivas.
Tres mujeres, tres
cuerpos, tres lenguajes, un espacio común: Marisa, Ada y la extranjera se
encuentran en el ámbito de una casa rodante –excepcional escenografía,
funcional a toda la acción- aunque parecen habitar mundos independientes. Tan
independientes como su discurso: Marisa (Daniela Pal), habla. Habla todo el tiempo,
quiere explicarse, conseguir que su tía la acepte, le dé un lugar donde vivir,
donde rehacer su vida maltrecha, por lo menos a través del tenis. Habla con su
cuerpo, que busca un espacio donde habitar, aunque esa casa rodante no le
ofrezca ni un rincón donde cobijarse. Ada (Marta Lubos, casi irreconocible)
vive de su pasado rockero, musita palabras casi incomprensibles referidos a
aquél, vive en trance, en un estado autista casi enajenado, pegada a su
notebook y a su micrófono, en el que canta canciones que interpretara Marlene
Dietrich. Las palabras de Marisa no le llegan, ella vive en otra dimensión, la
de su mundo privado. La composición de Lubos de su personaje dramáticamente
oscuro, es extraordinaria. En esa casa rodante habita alguien más: una
extranjera (Paula Ransenberg), una okupa, una refugiada que lo ha perdido todo,
menos su vitalidad, su empuje. Ella habla un lenguaje desconocido, acaso
inventado, con evocaciones a las lenguas de Europa del Este. Ella entra y sale
de escena, desaparece para reaparecer por las puertas y aberturas más insólitas
de ese trailer, y aquí brilla la concepción del espacio creado por Gonzalo
Córdoba Estévez, que logra que no podamos imaginar otro ámbito para que la
acción tenga lugar. Casa rodante maquínica, puesta al servicio de la acción
pero también disparadora de la misma. Esto es posible en la enorme sala de
Timbre 4, que parece el sitio óptimo para este encuentro alucinado, que nada
tiene de realista, a diferencia de las obras anteriores de Tolcachir. Lo que
abunda es el absurdo entre estas mujeres solas, que buscan y eluden el
encuentro, y sobre todo, gravita el peso de lo simbólico, del arquetipo, a la
manera artaudiana. No menos importante es la función de la música, en vivo, a
cargo de Joaquín Segade, que imprime un sello de intensidad a cada una de las
situaciones dramáticas, a cada uno de los silencios elocuentes.
En estos días en que la
performance se ha instalado, en que el cuerpo cobra relevancia en todas las
ramas del arte, Dínamo viene con su propuesta corporal, con su posibilidad
comunicativa. Todo un desafío, concebir una obra que casi no tiene texto, y el
que está, parece hojarasca. Tolcachir lo entiende así, y la califica como la
más arriesgada de su carrera, casi experimental, un salto al vacío. Obviamente,
ha debido pesar la coautoría con sus socios en la aventura de Timbre 4 y
también actores de sus obras: Lautaro Perotti (Coleman y El
viento en un violín) y Melisa Hermida (Tercer cuerpo). Todos
declaran que se trató de una creación colectiva, entre los 3 autores, las 3
actrices y el músico, y que la obra fue brotando de sus encuentros.
Tres mujeres solitarias, heridas,
tres mujeres que han perdido algo y están en la búsqueda: una del perdón, otra
de su pasado, de su arte, la tercera de su familia. Cada una vive a su modo su
soledad, que apenas se interrumpe en algún encuentro con alguna de las otras, cada
una con diferente capacidad de registro,
con diferente relación con el espacio. Y sin embargo, rige una dinámica común,
un retroalimentarse de energía, como ocurre con la dínamo. El texto es escaso y
nunca funcional, por momentos disparatado. Es notable el momento del diálogo
–único- entre dos personajes, la tenista y la extranjera, cada una hablando de
su problema, cada una hablando un idioma incomprensible para la otra, y sin embargo,
comunicándose. Pal conjuga en su personaje la comicidad y la locura, mientras
Ransenberg es toda vitalidad a pesar de su desgarro.
Nada está explicitado,
todo es sugerido por esos cuerpos, por esa música, en una suerte de puesta abstracta
que permite al espectador atento, activo, un margen de libertad y amplitud para
completar el cuadro, para optar por la multiplicidad de significaciones.
Dínamo partirá pronto en gira por España. Parece
imposible que esa casa rodante, anclada en ninguna parte, eche a rodar.
Josefina Sartora
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