Puente de espías (Bridge of Spies)
Dirección: Steven
Spielberg
Guión: Matt Charman, Joel
y Ethan Coen
Estados Unidos/2015
Hollywood ha reciclado el
mensaje patriótico, adaptándolo a los nuevos tiempos, más cínicos, menos
ingenuos, pero también más lavados. Hoy ya no es un secreto los manejos sucios
del Estado; así como 24 expone de manera desembozada,
obscena diría, los método represivos de los servicios, Katherine Bigelow
desnuda en Vivir al límite (The Hurt Locker) la conducta sádica o adictiva
de los soldados yanquis en Medio Oriente, y Sicario se basa sobre los
procedimientos ilegales de esos servicios de seguridad en la guerra contra el
narcotráfico. Lejos están los mensajes colonialistas de un país puro, donde los
derechos individuales se respetaban como cuestión de honor patriótico.
En esta corriente
revisionista, aunque sin llegar a la franqueza de los casos mencionados, Steven
Spielberg revisa la Guerra Fría. Ese estado de situación política vivido
después de la guerra, cuando el mundo se dividía en “americanos” (los buenos) y
“rusos” (o los comunistas, malos) que competían por el poder mundial, y
desarrollaron la energía atómica como amenaza permanente (los misiles en Cuba
apuntando a Florida eran los más temidos). Ambas potencias desarrollaron una
red de inteligencia y contrainteligencia que se infiltró en todos los medios
para recabar información sobre el enemigo. Esta época generó una paranoia en
Estados Unidos pero inspiró novelas y películas notables, y permitió
desarrollar el género de historias de espionaje, cuyo mentor más remarcable es
John Le Carré. Gran exponente del género es El espía que vino del frío,
de Martin Ritt, con agentes dobles y dos grandes: Richard Burton y Oskar
Werner. El género de espionaje trató el tema desde el punto de vista literal;
pero no olvidemos que también en los ´50 y ´60 se desarrolló el género de la
ciencia ficción, cuyas historias a menudo remitían a la parábola política. Es
decir, esos seres alienígenas, amenazantes, a veces invasores, no eran otros
que la amenaza comunista.
Pues ahora el siempre
bienintencionado y políticamente correcto Steven Spielberg ha decidido revisar
el género y el tratamiento del tema, bajo el modelo de Le Carré: mucho diálogo
–co-escrito por los hermanos Coen-, movimientos en la sombra y poca acción. En
su última película, presentada en el último festival de Nueva York, Puente
de espías, el espía soviético resulta un ser aparentemente inofensivo,
con sensibilidad artística, que se porta muy honorablemente cuando es
aprehendido. Para tranquilizar las conciencias democráticas, el gobierno de
Estado Unidos encarga su defensa a un prestigioso abogado, quién otro que el
bueno de Tom Hanks, quien acompaña a Spielberg en algunas de sus películas “patrióticas” (Rescatando
al soldado Ryan, La terminal). La historia está
basada en el real Jim Donovan, quien se resiste al principio (Alan Alda aparece
fugazmente como su superior en el estudio) pero una vez en el baile, juega
hasta el final su rol defensivo, logrando que –de un juez que ya tiene decidida
su sentencia de antemano- se cambie un destino de ejecución por 30 años de
cárcel.
En un segundo acto, Spielberg
contrapone el previo accionar del espía soviético, quien se arriesga ante sus
captores para obtener una cápsula con un mensaje encriptado, al enorme
operativo que despliegan las fuerzas armadas americanas despachando aviones de
última generación con enormes cámaras fotográficas que sobrevuelan y fotografían
territorio soviético. Una maniobra resulta fallida, y también los rusos tienen
su rehén. Donovan deberá vérselas ahora con el enemigo en su territorio, para
intercambiar espías. La acción se traslada a Berlín oriental, cuya imagen
también marca un enorme contraste con el hábitat de Donovan y sus compatriotas,
en la fotografía, la luz y el color. En una ciudad destruida bastante
inverosímil, donde el muro se erige para impedir la huída a occidente, el
abogado cambia el clima benigno de una Nueva York soleada y cálida ¡en
invierno! donde vive con su familia ejemplar, por el permanente gris y un frío
que lo enferma. (Parte de esta sección fue filmada en Polonia.) No sólo la
geografía es diferente: el trato que recibe el joven aviador que cayó preso
resulta mucho más inhumano que la vida plácida que lleva el soviético, pintando
cuadros en su celda americana (el actor inglés Mark Rylance es el único punto
inobjetable del film). Una subtrama complica más aún el operativo, con el
objetivo de mostrar la sujeción de Berlín a la URSS y de contraponer al
inteligente abogado a sus contrapartes, agentes estereotipados, burdos y muy
torpes. Quien se encarga de representar a Alemania es un abogado encarnado por
Sebastian Koch, quien ya había actuado en una película de espionaje, en esa
ocasión dentro de la Alemania Oriental: La vida de los otros.
En casa, mientras tanto,
se está viviendo la paranoia. El cine también ha dado muchas películas sobre el
tema, sobre el permanente temor al extraño y diferente. Spielberg no se
caracteriza por su sutileza: si cuando defendía al enemigo público Donovan
cosechaba miradas de disgusto y rechazo en el tren (sí, este prestigioso
abogado viaja en tren desde su casa en Brooklyn hasta su trabajo en Manhattan),
recoge sonrisas de sus mismos acompañantes de viaje cuando consigue el cambio
de rehenes. La crítica ha señalado el parecido del personaje de Hanks con el de
James Stewart en los films de Frank Capra: el común, hombre probo, patriota,
inclaudicable con sus ideales, que son los de su patria y su constitución.
El film, bastante
didáctico, sobre todo para las nuevas generaciones que poco saben del tema, “basado
en hechos reales”, propone la gestión personal y particular como más eficiente
que los manejos de las agencias –en este caso, la CIA- y la diplomacia. Constituye
también un tiro por elevación que plantea similitudes con los procedimientos
que aún hoy utiliza su país. En síntesis: con una versión que se quiere
revisionista, más lavada, más light,
es muy poco lo que ha cambiado Spielberg del género.
Josefina Sartora
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