28 de octubre de 2015

El frío de los espías

Puente de espías (Bridge of Spies)
Dirección: Steven Spielberg
Guión: Matt Charman, Joel y Ethan Coen
Estados Unidos/2015


Hollywood ha reciclado el mensaje patriótico, adaptándolo a los nuevos tiempos, más cínicos, menos ingenuos, pero también más lavados. Hoy ya no es un secreto los manejos sucios del Estado; así como 24 expone de manera desembozada, obscena diría, los método represivos de los servicios, Katherine Bigelow desnuda en Vivir al límite (The Hurt Locker) la conducta sádica o adictiva de los soldados yanquis en Medio Oriente, y Sicario se basa sobre los procedimientos ilegales de esos servicios de seguridad en la guerra contra el narcotráfico. Lejos están los mensajes colonialistas de un país puro, donde los derechos individuales se respetaban como cuestión de honor patriótico.

En esta corriente revisionista, aunque sin llegar a la franqueza de los casos mencionados, Steven Spielberg revisa la Guerra Fría. Ese estado de situación política vivido después de la guerra, cuando el mundo se dividía en “americanos” (los buenos) y “rusos” (o los comunistas, malos) que competían por el poder mundial, y desarrollaron la energía atómica como amenaza permanente (los misiles en Cuba apuntando a Florida eran los más temidos). Ambas potencias desarrollaron una red de inteligencia y contrainteligencia que se infiltró en todos los medios para recabar información sobre el enemigo. Esta época generó una paranoia en Estados Unidos pero inspiró novelas y películas notables, y permitió desarrollar el género de historias de espionaje, cuyo mentor más remarcable es John Le Carré. Gran exponente del género es El espía que vino del frío, de Martin Ritt, con agentes dobles y dos grandes: Richard Burton y Oskar Werner. El género de espionaje trató el tema desde el punto de vista literal; pero no olvidemos que también en los ´50 y ´60 se desarrolló el género de la ciencia ficción, cuyas historias a menudo remitían a la parábola política. Es decir, esos seres alienígenas, amenazantes, a veces invasores, no eran otros que la amenaza comunista.

Pues ahora el siempre bienintencionado y políticamente correcto Steven Spielberg ha decidido revisar el género y el tratamiento del tema, bajo el modelo de Le Carré: mucho diálogo –co-escrito por los hermanos Coen-, movimientos en la sombra y poca acción. En su última película, presentada en el último festival de Nueva York, Puente de espías, el espía soviético resulta un ser aparentemente inofensivo, con sensibilidad artística, que se porta muy honorablemente cuando es aprehendido. Para tranquilizar las conciencias democráticas, el gobierno de Estado Unidos encarga su defensa a un prestigioso abogado, quién otro que el bueno de Tom Hanks, quien acompaña a Spielberg en algunas de sus películas “patrióticas” (Rescatando al soldado Ryan, La terminal). La historia está basada en el real Jim Donovan, quien se resiste al principio (Alan Alda aparece fugazmente como su superior en el estudio) pero una vez en el baile, juega hasta el final su rol defensivo, logrando que –de un juez que ya tiene decidida su sentencia de antemano- se cambie un destino de ejecución por 30 años de cárcel.


En un segundo acto, Spielberg contrapone el previo accionar del espía soviético, quien se arriesga ante sus captores para obtener una cápsula con un mensaje encriptado, al enorme operativo que despliegan las fuerzas armadas americanas despachando aviones de última generación con enormes cámaras fotográficas que sobrevuelan y fotografían territorio soviético. Una maniobra resulta fallida, y también los rusos tienen su rehén. Donovan deberá vérselas ahora con el enemigo en su territorio, para intercambiar espías. La acción se traslada a Berlín oriental, cuya imagen también marca un enorme contraste con el hábitat de Donovan y sus compatriotas, en la fotografía, la luz y el color. En una ciudad destruida bastante inverosímil, donde el muro se erige para impedir la huída a occidente, el abogado cambia el clima benigno de una Nueva York soleada y cálida ¡en invierno! donde vive con su familia ejemplar, por el permanente gris y un frío que lo enferma. (Parte de esta sección fue filmada en Polonia.) No sólo la geografía es diferente: el trato que recibe el joven aviador que cayó preso resulta mucho más inhumano que la vida plácida que lleva el soviético, pintando cuadros en su celda americana (el actor inglés Mark Rylance es el único punto inobjetable del film). Una subtrama complica más aún el operativo, con el objetivo de mostrar la sujeción de Berlín a la URSS y de contraponer al inteligente abogado a sus contrapartes, agentes estereotipados, burdos y muy torpes. Quien se encarga de representar a Alemania es un abogado encarnado por Sebastian Koch, quien ya había actuado en una película de espionaje, en esa ocasión dentro de la Alemania Oriental: La vida de los otros.

En casa, mientras tanto, se está viviendo la paranoia. El cine también ha dado muchas películas sobre el tema, sobre el permanente temor al extraño y diferente. Spielberg no se caracteriza por su sutileza: si cuando defendía al enemigo público Donovan cosechaba miradas de disgusto y rechazo en el tren (sí, este prestigioso abogado viaja en tren desde su casa en Brooklyn hasta su trabajo en Manhattan), recoge sonrisas de sus mismos acompañantes de viaje cuando consigue el cambio de rehenes. La crítica ha señalado el parecido del personaje de Hanks con el de James Stewart en los films de Frank Capra: el común, hombre probo, patriota, inclaudicable con sus ideales, que son los de su patria y su constitución.

El film, bastante didáctico, sobre todo para las nuevas generaciones que poco saben del tema, “basado en hechos reales”, propone la gestión personal y particular como más eficiente que los manejos de las agencias –en este caso, la CIA- y la diplomacia. Constituye también un tiro por elevación que plantea similitudes con los procedimientos que aún hoy utiliza su país. En síntesis: con una versión que se quiere revisionista, más lavada, más light, es muy poco lo que ha cambiado Spielberg del género.


Josefina Sartora

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