7 de abril de 2016

China está cerca

Lejos de ella (Shan he gu ren)
Dirección y guión: Jia Zhang-ke
China-Japón-Francia/2015

Proyectada en el último Festival de Mar del Plata con el título internacional Mountains May Depart, cubrimos la última creación de Jia Zhang-ke en esa oportunidad, y reeditamos esa nota ahora, cuyo estreno celebramos.


A lo largo de toda su cinematografía, Jia Zhang-ke se ha dedicado a registrar y elaborar la transformación de China en los últimos años, en que pasó de una economía rural secundaria a ser la primera potencia mundial. Mountains May Depart continúa esa saga histórica siguiendo la trayectoria de una familia en un pueblo rústico en su provincia de China del Norte. La historia atraviesa tres momentos: la primera parte, durante el cambio de siglo, es el segmento que más se parece a su cine inicial, sobre todo Platform. Mientras el país vive cambios vertiginosos, de infraestructura y de composición social, Tao, una joven encantadora (su actriz fetiche y compañera de la vida, Shen Tao) vive el asedio de dos amigos. Como China, debe elegir entre dos figuras simbólicas: y se decide por el más triunfador Zhang, un hombre con espíritu empresario, que está enriqueciéndose muy rápidamente, dejando de lado al más humilde, un trabajador de las minas, que adivinamos más honorable que su futuro marido. Este primer acto es el más logrado del film, y juega con la ambivalencia del optimismo en bailes y canciones ante el nuevo milenio, algunos toques de humor y la melancólica evocación de tiempos idos.

En el segundo segmento vemos las consecuencias inmediatas de esa decisión: en la actualidad, la mujer está separada de su marido, quien se ha trasladado a Shanghai, la capital financiera, y tiene la custodia de su hijo, a quien nada sutilmente ha llamado Dólar, quien lleva una vida de niño rico olvidando a su madre. Toda la melancolía del melodrama impregna esta segunda parte, con la ausencia del hombre, la muerte del padre y la posibilidad de reparar errores del pasado. Pero su soledad es inevitable, y en el último segmento, que transcurre en 2025, hijo y ex marido se han trasladado a Australia, donde viven los chinos enriquecidos, perdiendo todo contacto con sus orígenes, familia, tradiciones e incluso su lengua. Y a veces, también la felicidad. Sin embargo, el muchacho busca a su madre en una amante mayor (la estupenda Sylvia Chang). Este último acto, el menos logrado, oficia como suerte de caricatura irónica de hacia dónde van los personajes –y China- en ese mundo del futuro.


No busquemos sutilezas en este último film de Jia, que no tiene el rigor de sus primeros. Pasado, presente y futuro muestran con gruesos trazos la visión pesimista que tiene de su país y su gente, o por lo menos, de quienes detentan el poder. El final, como los finales de todas sus películas, es muy significativo: mientras espera la llegada de su hijo tras muchos años, Tao baila como lo hacía en el pasado, abriendo la posibilidad de una recuperación.

Sin estar a la altura de sus anteriores, incluso a pesar de sus numerosos clichés, este film de Jia no deja de ser remarcable y significativo, y por momentos muy hermoso. Más concesivo, menos innovador, es de destacar el tratamiento visual, que opera de manera diferente en cada uno de los segmentos, variando el color de los cielos luminosos iniciales que devienen brumosos y por último, de una luz artificial, trabajo de Nelson Lik-wai Yu; e incluso cambia el formato, ampliando el cuadro progresivamente en cada capítulo, referencia también a la apertura de China. No son los únicos indicios de la Historia, o del paso del tiempo: también están los objetos, indicativos de los distintos estadios de la evolución económica y social: los automóviles, las nuevas tecnologías, incluso el perro.

Después de A Touch of Sin, Jia ha cambiado el registro, pero nunca deja de pintar su aldea. Es ya un clásico.

Josefina Sartora


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