Lejos de
ella (Shan he gu ren)
Dirección y guión: Jia Zhang-ke
China-Japón-Francia/2015
Proyectada en el último Festival de Mar del Plata con el título
internacional Mountains May Depart, cubrimos la última creación de Jia
Zhang-ke en esa oportunidad, y reeditamos esa nota ahora, cuyo estreno
celebramos.
A lo largo de toda su cinematografía, Jia Zhang-ke se ha dedicado a
registrar y elaborar la transformación de China en los últimos años, en que
pasó de una economía rural secundaria a ser la primera potencia mundial. Mountains
May Depart continúa esa saga histórica siguiendo la trayectoria de una
familia en un pueblo rústico en su provincia de China del Norte. La historia
atraviesa tres momentos: la primera parte, durante el cambio de siglo, es el
segmento que más se parece a su cine inicial, sobre todo Platform. Mientras el
país vive cambios vertiginosos, de infraestructura y de composición social,
Tao, una joven encantadora (su actriz fetiche y compañera de la vida, Shen Tao)
vive el asedio de dos amigos. Como China, debe elegir entre dos figuras
simbólicas: y se decide por el más triunfador Zhang, un hombre con espíritu
empresario, que está enriqueciéndose muy rápidamente, dejando de lado al más
humilde, un trabajador de las minas, que adivinamos más honorable que su futuro
marido. Este primer acto es el más logrado del film, y juega con la
ambivalencia del optimismo en bailes y canciones ante el nuevo milenio, algunos
toques de humor y la melancólica evocación de tiempos idos.
En el segundo segmento vemos las consecuencias inmediatas de esa decisión:
en la actualidad, la mujer está separada de su marido, quien se ha trasladado a
Shanghai, la capital financiera, y tiene la custodia de su hijo, a quien nada
sutilmente ha llamado Dólar, quien lleva una vida de niño rico olvidando a su
madre. Toda la melancolía del melodrama impregna esta segunda parte, con la
ausencia del hombre, la muerte del padre y la posibilidad de reparar errores
del pasado. Pero su soledad es inevitable, y en el último segmento, que
transcurre en 2025, hijo y ex marido se han trasladado a Australia, donde viven
los chinos enriquecidos, perdiendo todo contacto con sus orígenes, familia,
tradiciones e incluso su lengua. Y a veces, también la felicidad. Sin embargo,
el muchacho busca a su madre en una amante mayor (la estupenda Sylvia Chang). Este
último acto, el menos logrado, oficia como suerte de caricatura irónica de
hacia dónde van los personajes –y China- en ese mundo del futuro.
No busquemos sutilezas en este último film de Jia, que no tiene el rigor de
sus primeros. Pasado, presente y futuro muestran con gruesos trazos la visión
pesimista que tiene de su país y su gente, o por lo menos, de quienes detentan
el poder. El final, como los finales de todas sus películas, es muy
significativo: mientras espera la llegada de su hijo tras muchos años, Tao
baila como lo hacía en el pasado, abriendo la posibilidad de una recuperación.
Sin estar a la altura de sus anteriores, incluso a pesar de sus numerosos
clichés, este film de Jia no deja de ser remarcable y significativo, y por
momentos muy hermoso. Más concesivo, menos innovador, es de destacar el
tratamiento visual, que opera de manera diferente en cada uno de los segmentos,
variando el color de los cielos luminosos iniciales que devienen brumosos y por
último, de una luz artificial, trabajo de Nelson Lik-wai Yu; e incluso cambia
el formato, ampliando el cuadro progresivamente en cada capítulo, referencia
también a la apertura de China. No son los únicos indicios de la Historia, o
del paso del tiempo: también están los objetos, indicativos de los distintos
estadios de la evolución económica y social: los automóviles, las nuevas
tecnologías, incluso el perro.
Después de A Touch of Sin, Jia ha cambiado el registro, pero nunca deja de
pintar su aldea. Es ya un clásico.
Josefina Sartora
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