9 de mayo de 2016

Festival de Cine de Cosquín 2016

¡Aquí Cosquín!

Carla Briasco con Claroscuros

A no confundirse: la vocación festivalera de Cosquín no se colma con el folklore. Tiene también un celebrado Festival de Cine Independiente, que cumple ya seis años. Realizado a todo pulmón por Carla Briasco (nyc) y Eduardo Leyrado, comenzó como un proyecto personal de desarrollo cultural en la ciudad, y fue creciendo hasta contar con la colaboración de las Secretarías de Cultura del Municipio y de la Provincia de Córdoba, del INCAA y de los auspiciantes locales. En su 3ª edición, afianzados en la producción y decididos a optimizar la programación, convocaron a nuestro colega y amigo Roger Koza, residente en Córdoba. Koza es programador en los Festivales de México y Hamburgo, y tiene una posición muy clara frente al cine contemporáneo. Le ha dado un perfil definido, donde no tienen lugar las películas fáciles o convencionales. El cine del festival coscoíno es un cine innovador, con propuestas estéticas, discutibles o no, nada complacientes, a veces incómodas, y Koza justifica una por una la inclusión de cada película en su programación. La propuesta es una combinación entre el desafío al público y cierta peculiar seducción. Baste decir que “la película del festival” fue Homeland, el monumental fresco de Abbas Fahdel de cinco horas y media sobre la vida en Bagdad antes y después de la invasión de Estados Unidos. Pone en foco la vida de la familia del propio director, y a través de ella, del pueblo de Irak.  En 330 minutos…


El Festival cuenta con tres premios: en el de Largometrajes el jurado compuesto por el realizador chileno José Luis Torres Leiva, Luciana Calcagno y Oscar Cuervo (foto) premió con toda justicia La luz incidente, película de Ariel Rotter que vimos y reseñamos en Mar del Plata, y de inminente estreno. Tuvieron menciones Las calles, de la joven cordobesa María Aparicio –que también ganó el Premio del Público y fue galardonada en el último Bafici)- y Rastreador de estatuas, del chileno Jerónimo Rodríguez. Es éste un excelente documental en el que un narrador se obsesiona con la estatua de un médico e inicia su búsqueda por la ciudad, y en su recorrido nómade va realizando una serie de asociaciones laberínticas de ideas e imágenes en una tarea detectivesca que deriva hacia múltiples lugares. El hombre es un coleccionista, e investiga sobre temas y personajes que le sugiere su investigación. Parques, la ciudad, escritores, fútbol, la relación Rusia-Chile, la dictadura de Pinochet y sobre todo, la búsqueda del padre.

En la categoría Cortometrajes ganó Jeanette, un film experimental del español Xurxo Chirro, aunque a mi juicio los hubo mejores. La tercera categoría es la de Cortos de Escuela, que tuvo gran respuesta de los estudiantes de cine de Córdoba, presentes durante todo el Festival.  El premio fue para No hay bestias, de Agustina San Martín.

Cosquín en otoño, y el Pan de Azúcar

Cosquín tiene tradición cinéfila, en otra época contó con un Cinemóvil memorable, que llevaba el cine en 35 mm a los barrios de la ciudad. Hoy ese amor sigue vivo, como lo demuestran las varias funciones con entradas agotadas, las caras de los locales que se repiten cada día. Es esta una virtud que puede devenir inconveniente, ya que las funciones no se repiten, no hay salas grandes y para colmo, no hay venta anticipada. Este año quedó gente sin poder ver algunas películas, el FICIC ha crecido mucho y debe asumir su propia envergadura. Los horarios de funciones se cumplieron prolijamente, las proyecciones fueron más que correctas en las tres salas, en una ciudad que el resto del año no cuenta con ningún cine que opere regularmente.


Hubo dos focos importantes: uno dedicado a Raúl Perrone, con la exhibición de Hierba y Samurai-S y una charla sobre su cine, y una retrospectiva de Torres Leiva, quien fue jurado. Se destacó su bellísimo film reciente, El viento sabe que vuelvo a casa, con el protagonismo de otro gran realizador, Ignacio Agüero, en el rol principal. Torres Leiva ya había realizado un documental sobre la obra de Agüero, ¿Qué historia es esta y cuál es su final?, y en esta ocasión ambos –director y actor- emprenden un documental sobre los habitantes de la isla de Meulín en el archipiélago chileno de Chiloé con la excusa o el mcguffin de filmar la historia de una pareja de adolescente que se amaban contra la voluntad familiar y desaparecieron. Esta puesta en abismo es el motor que guía un film veraz, humanista, sensible y a la vez testimonio contundente, un documento antropológico de esos “antiguos” que Agüero sabe entrevistar –a menudo fuera de campo- con una escucha atenta y sabia, llegando a la esencia.


En la sección largometrajes, dos hallazgos: Battles es un film ensayo de Isabelle Tollenaere, suerte de antropología de la guerra, premio FIPRESCI en Rotterdam. Su epígrafe sostiene que lo que no desaparece en la batalla, pasa al olvido. Pero en el film Tollenaere estudia qué sucede son esos restos, que han devenido, en cierto punto, lugares del ridículo. Estructurado en cuatro partes, en cuatro países de Europa, sus restos elegidos son: las bombas de la Primera Guerra que hoy asoman inofensivas en los campos, pero a las que se les dedica un extremo tratamiento; una soldado que ejecuta una suerte de pantomima de cuartel, donde la guerra ha devenido juego; búnkers que habrán sido temibles otrora y hoy alojan gallinas o vacas lecheras, y una fábrica rusa de réplicas de tanques de lona que denuncia el patetismo del espíritu bélico nacional. Las guerras han terminado y sin embargo, todos esos elementos persisten, la guerra sigue presente por otros medios. Una propuesta original, de cierta ambigüedad, que aporta poca información y requiere de la participación del espectador para llegar a la tesis del ensayo.

El otro film, curioso, algo desparejo, fue La brasa las cenizas, del franco-argentino Nicolás Azalbert, película documental, de ficción y experimental, que no se encuadra en ninguna de esas categorías. El título es una boutade sobre el nombre de su admirado Blaise Cendrars, poeta muerto en 1961, a quien Azalbert dedica su película. No sólo sus poemas son citados sino que el director realizó un viaje en el tren Transiberiano al que Cendrars remite en su obra, en busca de sus huellas. Apelando a la reiteración y repetición, Buenos Aires y su gente también están presentes.

Se proyectaron también varias películas argentinas ya vistas en otros festivales, como La noche, Solar, La helada negra, y las dos nuevas cordobesas, Las calles y Maturità, que lamentablemente no pude ver porque se agotaron las entradas.


La culminación cinéfila llegó de la mano de Fernando Martín Peña que trajo su combo cine mudo + música en vivo, con la versión completa de Metrópolis y un film japonés de 1935, Fukujusô
de Jirô Kawate. Una obra delicadísima, exquisita como sólo los japoneses, que va cambiando de tono desde la comedia al romance y el melodrama, sobre la historia de amor de una joven por su cuñada mayor, y cuyo título refiere a la flor que simboliza la unión de ambas mujeres. Digno final para un festival que se afianza entre los mejores de la segunda línea.


Josefina Sartora

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