La dama del
mar
Enrik
Ibsen
Versión
libre de Diego Lerman, Marcelo Pitrola, María Merlino
Hace
muy poco, ante la presentación de Dido y Eneas, hablamos en Claroscuros sobre el cada día más frecuente
cruce de las diversas artes, de la conjunción de ellas en una sola obra,
superponiendo capas, no sólo estéticas,
sino también significantes. Esa es la elección del equipo encargado de poner en
escena La dama del mar, obra de Enrik Ibsen de 1888, pocas veces
representada en Buenos Aires, pero que fuera interpretada en Europa por grandes
como Sarah Bernahrdt, Eleonora Duse, Lola Membrives, Ángela Molina y Vanessa
Redgrave. Ahora quien lleva la responsabilidad de interpretar a Élida es María
Merlino, una de las mejores actrices de las tablas en este momento en Buenos
Aires. Junto a su marido y habitual director, Diego Lerman, con la colaboración
de Marcelo Pitrola, han pergeñado una peculiar y libérrima versión de esta
obra. Lerman es también cineasta, y puso ambas aficiones en conjunción,
apelando a la versión cinematográfica que hizo Mario Soffici en 1954.
La dama del
mar,
que puede verse en el Teatro Sarmiento –con lo cual se procura paliar el caos
que ha devenido el Teatro San Martín, hoy totalmente degradado, colapsado y clausurado,
tras décadas de descuido y abandono- sintetiza la obra de Ibsen, eliminando
personajes y escenas, quedándose con el núcleo esencial. En el escenario alternan
las escenas teatrales con ensayos de la versión de Soffici, y un agregado sustancial:
la relación del director con su estrella, Zully Moreno. Además, en una tercera
capa con fotos y filmaciones, se presenta una historia de amores y desencuentros
entre Zully, su marido César Amadori y Soffici, con el recuerdo inquietante y
en discordia de María Félix.
Hace
tiempo que Merlino indaga en las actrices de la pantalla del cine argentino
clásico y en las cantantes de tango: antes Fanny Navarro, ahora Zully Moreno.
Su personal histrionismo, su personalísima dicción son un maravilloso canal
para recrear voz y estilo de aquellas consagradas, con las cuales parece
mimetizarse, recuperar su estilo, transformarse en un canal para su reencarnación.
Entonces, se suceden escenas de la obra original y otras de la producción
cinematográfica, en una superposición compleja, que sorprende al espectador
desprevenido, en las cuales un indicio orientador lo constituye la peluca de la
protagonista, que pasa del oscuro del teatro al rubio del cine (Pero tampoco de
manera tan clara, y allí reside la sorpresa).
Habituada
a la actuación en solitario, en monólogos ya célebres, Merlino sube a escena
ahora acompañada por un elenco de notables: Marcelo Subiotto, Esteban Bigliardi,
Flor Dyszel y Mario Bodega reviven ese drama ibseniano donde lo personal entra
en conflicto con lo social, donde lo romántico se cruza con el realismo. Y
también donde todos encarnan de maravilla varios roles
,
incluyendo la traslación a las personas del propio Ibsen y de Mario Soffici. Típica heroína
dramática, con espíritu de sirena que añora el mar, Élida se debate entre su
deber de esposa y su amor por un hombre que regresa del pasado, con la licencia
dramática de que aquí ese extranjero asume -con un tinte humorístico y de
apelaciones míticas- el aspecto de un guerrero vikingo, quien llega a esos
fiordos noruegos que devienen las playas de Mar del Plata y Quequén de la mano
de Soffici-Lerman. Esta puesta lleva como subtítulo Lo que atrae y espanta al mismo
tiempo, frase que Élida pronuncia en la obra original refiriéndose a
una vida en amor y libertad. Pero Élida no es la Nora de Casa de muñecas del mismo
Ibsen, y su elección no resulta tan clara. El mar está allí como elemento primordial,
espacio de origen y hacia el cual se ha de tender, en una deseada y pero temida liberación.
Con
asesoramiento de investigadores del cine nacional de esa era dorada, la obra
sirve para recuperar de manera muy inteligente los modos de producción del cine
clásico, expuestos en los ensayos de Zully y su compañero en la pantalla, Alberto
Closas.
Zully Moreno y Ernesto Bianco. Foto Annemarie Heinrich |
Un último
nivel –y el menos logrado, demasiado didáctico- lo constituye la presencia de
una investigadora que presenta el film exponiendo la intriga sobre los posibles
amores entre la actriz y el director, quien con esta obra dejaba de lado el
realismo de sus inquietudes sociales para abordar un drama individual y
romántico. El resultado es una obra singular, alejada de las tradicionales
adaptaciones o versiones libres, una obra personal de Merlino-Pitrola-Lerman.
Tarde,
pero por fin el teatro alternativo llega a las salas oficiales.
Josefina
Sartora
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