Florence
(Florece Foster Jenkins)
Dirección:
Stephen Frears
Guión:
Nicholas Martin
Reino
Unido/2016
Basada
en la vida real de Florence Foster Jenkins, una mecenas de la música en la
Nueva York de los años ‘30 y ‘40, Florence es una buena ocasión para
reflexionar sobre el poder de la música y el poder del dinero. Sobre la
primera, sin duda es la música quien mantiene activa y vital a esa mujer con
cierta edad y muy precaria salud (en el cuerpo de Meryl Streep), quien dedica
la fortuna heredada a difundir la música clásica por medio de su club privado,
organizando recitales y conciertos. Todos regados de buena comida, bebida y
regalos. Siendo ella una soprano de coloratura, también se anima a dar
recitales, que un marido abnegado y bondadoso (el manierista Hugh Grant, aquí
más calmado) ampara y protege desde su planificación, pasando por controlar la
entrada sólo a los amigos incondicionales, e impidiendo el acceso a quienes
pudieran emitir juicios adversos hacia esa mujer que, de buena cantante, no
tiene nada sino al contrario. Él mismo ha sido un actor mediocre, y su mujer,
sin saberlo, ha replicado su gesto: ocultar las reseñas que hayan podido serle
adversas.
Su
dinero le ha servido para que una corte de amigos e interesados seguidores le
hicieran creer que está dotada de buena voz, y es su dinero también el que le
ha permitido grabar discos y fantasear con una carrera artística. Pero todo
cuidado por mantenerla en ambiente privado que la proteja de la crítica sucumbe
cuando Florence decide dar –gracias una vez más a su dinero- un recital en el
Carnegie Hall, nada menos.
El
film no disimula su intención farsesca. Al ridículo de las performances de esa
cantante desafinada se suman su vestuario, tan exótico como abigarrado, la
obsecuente conducta de sus amigos, el carácter de las actuaciones. La película
busca la risa pero también se ríe de sí misma. Sigue en gran medida el punto de
vista del pianista y partenaire de Florence, Cosmé McMoon, interpretado por
Simon Helberg, un gran comediante. Tan gracioso como sus empleadores, McMoon
toma inmediata conciencia del incómodo lugar en que lo deja su rol, que amenaza
con ridiculizar y arruinar en consecuencia su carrera profesional. Pero ¿cómo
negarse a un sueldo suculento y a tocar en el Carnegie Hall? Acepta las reglas
del juego y deviene un colaborador del marido en sus aventuras matrimoniales, y
de las otras. Filmada en Inglaterra, la reconstrucción de la Nueva York de
época en estudios y por computadora es estupenda.
Igual
que su personaje, la actriz Meryl Streep no conoce descanso. A su
interpretación de Margaret Thatcher, de la Miranda de El diablo viste a la moda,
agrega esta de Florence a la galería de mujeres poderosas, decididas a hacer su
voluntad aunque el mundo les sea adverso.
Las
performances de la real Florence han merecido un film anterior, Marguerite,
de Xavier Giannoli, un musical en Londres y videos que pueden escucharse en You
Tube para evaluar los aullidos con que ataca sus coloraturas. Stephen Frears le
dedica un retrato realizado con cariño, buscando en todo momento la diversión
del espectador en un film muy menor y de puro entretenimiento de su prolífica
filmografía. En él, todos los personajes son nobles, planos, sin matices,
estereotipos: ella en primer lugar, ingenua en el uso de su poder; el marido,
leal y devoto chevalier servant aunque
mantenga una vida paralela; el fiel pianista, e incluso el crítico que no se
deja corromper por un puñado de dólares. Como el personaje, este film no es
para jóvenes irreverentes sino para aquellos incondicionales seguidores de
Meryl.
Josefina
Sartora
No hay comentarios:
Publicar un comentario