29 de noviembre de 2016

Balance del 31º Festival de Mar del Plata
Josefina Sartora


El Festival. Con la dirección de José Martínez Suárez con sus vitales 90 años, y de Fernando Martín Peña, el Festival de Mar del Plata ha venido consolidando en los últimos años su lugar de relevancia en el panorama de festivales internacionales, con un criterio estético definido, dispuesto a mostrar y promover lo más nuevo y mejor del cine contemporáneo como también echar una mirada al cine clásico. No es ésta una impresión subjetiva ni de simpatías personales solamente, sino que para la opinión internacional este Festival es hoy un espacio donde los directores desean enviar sus películas, se ha transformado de aquel festival de alfombra roja y estrellas en un ámbito de cine independiente y de autor, donde en cada edición hay títulos, directores y cinematografías a descubrir.

Las películas. La Competencia Internacional fue en general buena, con algunos tropiezos o desniveles. Películas superiores como Paradise, Nocturama o Scarred Hearts no merecen ser colocadas en mismo nivel de igualdad con La reconquista, El Cristo ciego o Free Fire, que aunque correctas, están por debajo del nivel. Incluso  People That Are Not Me me pareció menor: un film realizado con mínimo presupuesto, dirigido por la joven israelí Hadas Ben Aroya quien también lo protagoniza, básico, casi elemental sobre la iniciación sexual de los jóvenes, sin embargo ganó el Astor de Oro, lo cual demuestra lo dispares que pueden ser los criterios a la hora de las elecciones.
En el conjunto de películas fuera de competencia, pudieron verse documentales notables como Safari de Ulrich Seidl, una mirada objetiva sobre el mundo de los cazadores europeos que acuden a África en busca de la foto del cazador con su presa –sean éstas jirafas, cebras o búfalos- y sin ningún comentario, ninguna ironía explícita, deja la palabra a los protagonistas y su justificación de lo que hacen. A pocos meses de su muerte con más de cien años, ver Visita du memória e confissôes de Manoel de Oliveira constituye una suerte de homenaje póstumo al director. Filmada en 1982 y conservada para ser vista recién después de su muerte, un documental sobre su casa familiar, que sirve como excusa para hablar de cine, de familia, de la vida.

Safari

Si antes los directores del entonces llamado nuevo cine argentino se afanaban para mostrar sus películas en el Bafici, y Mar del Plata recibía aquello que no daba el perfil para entrar en aquel, ahora sucede casi lo contrario: el Festival de Mar del Plata muestra lo más nuevo del cine argentino, con un panorama muy amplio, que abarca obras de distintas tendencias y características. La vidriera marplatense del cine argentino es polifónica. Si bien no pude seguir la Competencia, procuré ver algunas películas que por una u otra razón me interesaban. Albertina Carri dijo que terminó su película la semana anterior a la apertura del Festival, y presentó Cuatreros, una extraordinaria obra que, una vez más, excede lo cinematográfico. La creatividad de Albertina es deslumbrante:  valiéndose de found footage, tras una exhaustiva investigación en el Museo del Cine, toda la película está montada con imágenes de otros: películas familiares, informativos, cine clásico, proyectadas en varias pantallas simultáneas, mientras su voz en off –farragosa- no cesa de reflexionar sobre el proceso de realización de la película, sus intenciones, su historia de vida, su actualidad personal, su identidad, en suma. Pero lo más importante: la instalación de la violencia en Argentina, y sus consecuencias. Una película revulsiva que, como Los rubios, abre la polémica. Hermia y Helena, de Matías Piñeiro, es una nueva simpática incursión –si bien menor que las anteriores- en el mundo de las mujeres de treintaypico, que esta vez no se limita a Buenos Aires sino que se extiende a Nueva York, donde vive el director. La gran sorpresa –porque no estaba programada- fue la última película de Mariano Llinás, otro director que, como Carri, Piñeiro y Gastón Solnicki, antes estrenaban en el Bafici. La flor es la primera parte de otro de sus grandes relatos, dura 3 horas y media y se anuncian dos partes más. Evocación de distintos géneros del cine clásico, las historias o aventuras de Llinás y de las excelentes actrices del grupo Piel de Lava van desde el cine clase B al musical, de allí al melodrama y el thriller, recorriendo la Argentina, y habrá dos continuaciones. La flor es una suerte de gran broma, donde el humor subyace en cada escena, por cruda o misteriosa que ésta pueda parecer. La otra sorpresa fue Fuga de la Patagonia, opera prima de Javier Zeballos y Francisco D’Eufemia sobre la fuga del Perito Francisco Moreno de manos de los indios. Un western local con una fotografía maravillosa, que consiste en un excelente homenaje al género, con un buen primer protagónico de Pablo Ragoni. También la directora paraguaya Paz Encina evoca la violencia y la represión en su país en su film Ejercicio de memoria, de manera casi opuesta a la de Carri: con imágenes de niños, de objetos que conforman naturalezas muertas, de fotografías, vuelve sobre la represión durante la dictadura de Stroessner, la más larga de Latinoamérica.
Entre los focos y retrospectivas, se destacaron el dedicado a Buster Keaton y al film noir, con películas muy poco vistas, rarezas como Justicia injusta (The Sound of Fury, 1950) de Cy Endfield, un mensaje contra el sueño americano, los desbordes de la América profunda y suerte de parábola del macartismo de entonces. 

Fuga de la Patagonia

Actividades paralelas. El Festival no es solamente películas: hubo encuentros muy interesantes como la charla-diálogo que el crítico –y jurado de la Competencia Internacional- Jonathan Rosenbaum tuvo durante hora y media con el público, interesado en discutir las nuevas corrientes de la crítica; la charla de la también jurado Lorena Muñoz con el público; la de Vittorio Storaro quien reveló detalles técnicos de su fotografía de Apocalipsis Now; talleres, laboratorios y presentación de libros publicados por el Festival –se destaca Entre cortes. Conversaciones con montajistas de Argentina- y por distintos autores independientes, etc.

Las entradas. Una vez más, se hizo difícil acceder a las entradas. Los acreditados de prensa teníamos adjudicadas 3 entradas por día, pero a la hora de adquirirlas online, resultó que nos vimos reducidos a dos. Enseguida se acababan, y cuando íbamos a comprarlas a la boletería muchas veces nos decían que la función estaba agotada. Así me sucedió con La flor, pero Llinás me invitó, y pude entrar. Adentro, las ¡9! primeras filas estaban vacías. ¿Por qué mienten? ¿Por qué limitar de esa manera el acceso? Este parece ser un problema grave, de base, que nunca encuentra solución.



La ciudad. Observando el otro lado de esta semana de fiesta, como marplatense para mí siempre es una alegría volver a Mar del Plata para el Festival. Es por ello doblemente doloroso ver el estado en que la ciudad recibió el evento y a la enorme cantidad de gente que llega a la ciudad por él.  En la zona del Auditorium, hoteles Provincial, Hermitage y NH Casino, donde se albergan las delegaciones, jurados, invitados y directores internacionales, productores, actores y periodistas, el estado de abandono es alarmante: basura por todos lados, los pasillos de la Rambla sucios, perros sueltos, pastos en las escalinatas de la Bristol, todo resulta bastante patético. Junto al histórico Torreón del Monje, el panorama se repite: basura, deterioro, accesos intransitables, peligrosos, y la bandera argentina hecha jirones agoniza en el enorme mástil. En la magnífica sala del Auditorium, las alfombras sucias, los baños sin agua en sus lavatorios. En la zona de los cines de la Diagonal y el Colón, las protestas de los trabajadores municipales ponen en evidencia el estado de crisis de la ciudad: manifestaciones, calles cerradas, piquetes. La Plaza San Martín frente a la Intendencia, con todas sus veredas rotas. Es obvio que tanto el gobierno de la ciudad como el de la Provincia –que administra el Auditorium y, la Rambla- no valoran la importancia que ha cobrado el Festival, ni les interesa el mismo, sin darse cuenta de que esta constituye una pre temporada turística, que el Festival otorga la posibilidad de adelantar el verano, y ya la ciudad debería estar presentable para recibir el mismo. Pero a menos que los responsables se pongan las pilas y muy rápidamente, la ciudad no estará preparada para hacerse cargo del lugar que la historia y la tradición le ha asignado.

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