La larga noche
de Francisco Sanctis
Dirección
y guión: Andrea Testa y Francisco Márquez
Argentina/2016
Josefina
Sartora
Notable
film porque –si bien es lo más nuevo del nuevo cine argentino- ni se acerca a
los clichés tan remanidos de joven-que –se niega-a-crecer, o
adolescentes-en-la-nada, o niños-ricos-aburridos, y tantas más. Este film ¡se
anima a lo político! Y a pesar de estar dirigido por dos novísimos directores,
muy jóvenes, nacidos después de la dictadura, reflejan el clima que vivimos en
aquella época con un realismo y dramatismo estremecedor.
Basado
en la novela homónima de Humberto Costantini –militante, compañero de Haroldo
Conti- esta película que ganó el útimo Bafici relata un día –y sobre todo una
noche- de Francisco Sanctis, un mediocre empleado de empresa que sueña con un
improbable ascenso y tiene una vida tranquila con su esposa docente y sus dos
hijos. Francisco es uno de aquellos que en los ‘70 se animó a la militancia
–palabra que hoy la han cargado de oprobio, pero que entonces significaba
luchar por un mundo mejor y más igualitario- y también tuvo sus escarceos con
la literatura. Pero cuando llegó la hora de mayor compromiso, se “abrió”, como
tantos otros, que eligieron esa vida oscura y prefirieron no enterarse de lo
que estaba ocurriendo alrededor, incluso entre sus propios amigos. Pero el
destino… es ineluctable. Le llega a Francisco en la persona de una amiga de
aquel período, quien le entrega inopinadamente una información sobre personas
que van a ser “chupadas” esa noche. Allí comienza el largo calvario de
Francisco, que intentará de uno y otro modo sacarse la responsabilidad de
encima, pasar la información, no hacerse cargo una vez más.
Hace
tiempo que venimos admirando la calidad de los actores de la escena argentina,
tanto de cine como de teatro. Diego Velázquez confirma una vez más su
ductilidad, en este caso para encarnar ese burgués pequeño pequeño con aire
chaplinesco, cuya máscara de miedo y tensión no lo abandona jamás; Valeria Lois
está maravillosa en esos diez minutos como informante (no dejar de verla en las
tablas con Esplendor, la obra de
Santiago Loza, en el rol de Natalie Wood), y Laura Paredes y Marcelo Subiotto
también excelentes en dos secundarios. Pero el centro de la escena está en
Francisco, la cámara nunca lo abandona en su peregrinar por una Buenos Aires
nocturna, barrial, portuaria y desértica, casi irreconocible, con una
fotografía gloriosa, en cuadros cerrados, planos cortos o primeros planos
cerrados, señales del encierro psicológico del protagonista.
Es
destacable que en ningún momento se deja traslucir el origen literario del
guión, que es de los propios directores. No hay aquí un narrador en off, no hay explicaciones innecesarias o
redundantes, no hay militares ni coches con sirenas, tan solo lo que ve
Francisco –gente que se esconde, o que huye- y en todo caso es el espectador –y
sobre todo el que ha vivido esa época- quien conoce el contexto. Tampoco hay
música, a excepción de la inclusión diegética de la canción –entonces tan
popular- de Roberto Carlos, Quiero tener
un millón de amigos, cuando Francisco decide asumir su destino.
(Nota publicada durante el Bafici 2016. Al parecer, problemas de derechos de autor obligaron a la eliminación de la canción final.)
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