Romina Paula
Acá todavía
Buenos Aires, Entropía, 2016
Josefina Sartora
El título de esta novela, aparentemente
críptico, es significativo. Dos adverbios, el de lugar y el de tiempo, podrían aquí
ser intercambiables. Todavía es el
subtítulo de la primera parte, que se desarrolla durante la enfermedad del
padre, y remarca el estado de stasis de Andrea, la protagonista, mientras
espera en el hospital alguna evolución dentro del cuadro de gravedad. Conocemos
bien esos tiempos muertos, este estado fuera de la realidad que se vive en los hospitales, esos momentos
en los cuales parece que le tiempo no transcurre, que la vida cotidiana
exterior se ha detenido, o ha quedado entre paréntesis, tan bien transmitidos
aquí. Así navega la muchacha en esos días de la agonía paterna. La segunda
parte, subtitulada Acá, transcurre en
Uruguay, donde acude Andrea a arrojar las cenizas paternas al mar, y en busca
del padre de su posible hijo. Nuevamente, son los tiempos estancados, las
decisiones que tardan en llegar, el estado de indefinición y duda.
La última novela de Romina Paula –a quien
le debemos Agosto, Fauna y otras obras teatrales, y
actuaciones actorales tan talentosas como su literatura- está fuertemente
arraigada en una identidad generacional, y hace pensar en lo autobiográfico. Lo
mismo ocurría en Agosto. Todos sus personajes
son los jóvenes porteños de treintaylargos, con sus modos, su jerga, sus principios
y prejuicios. Con madre ausente, las únicas mujeres mayores que encuentra
Andrea –protagonista y narradora en primera persona, a través de cuyo exclusivo
punto de vista accedemos a la historia- son personas sabias, distantes, algo
incomprensibles para un personaje que parece no haber salido nunca de su
micromundo juvenil.
Con una prosa fluida y fresca, con giros
expresivos espontáneos y a veces muy divertidos, con gran manejo del habla
joven, Paula desarrolla el tema de casi toda su obra, que es el de las
relaciones personales y sobre todo, de pareja. Con nombre andrógino, Andrea se
siente libre para entregarse tanto a hombres como a mujeres sin problema de
género ni contradicciones, porque lo suyo siempre es eso: una entrega. Entrega
al otro/otra y a lo establecido, aunque no lo comprenda. Y no es sólo su
identidad sexual la que está en juego. El tono de la narración jamás es
taxativo, por el contrario: son más las preguntas que se formula Andrea sobre
los vínculos, que las certidumbres. “¿Hay una estación más adecuada para
morir?” “¿Cómo se hace, por ejemplo, para soportar eso que llaman amor, el de
la pareja?” “Que nada de vos me dé asco, ¿será suficiente? Y en todo caso,
¿suficiente para qué?” “Un novio/a ¿no es lo más parecido a un interlocutor
constante de la propia vida, otro que acredita que uno, en efecto, está vivo, y
que, por ende, tiene continuidad?” Tales los cuestionamientos de la
protagonista, quien parece navegar en un entre, que no es sólo temporal. Vuelta
hacia el pasado de su adolescencia, proyectada hacia un futuro (im)probable,
Andrea parece no querer ocupar ese umbral, o acceder al pasaje, paralizada en
un momento de inflexión ante un cambio de vida.
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