12 de diciembre de 2016



Romina Paula
Acá todavía
Buenos Aires, Entropía, 2016

Josefina Sartora



El título de esta novela, aparentemente críptico, es significativo. Dos adverbios, el de lugar y el de tiempo, podrían aquí ser intercambiables. Todavía es el subtítulo de la primera parte, que se desarrolla durante la enfermedad del padre, y remarca el estado de stasis de Andrea, la protagonista, mientras espera en el hospital alguna evolución dentro del cuadro de gravedad. Conocemos bien esos tiempos muertos, este estado fuera de la realidad  que se vive en los hospitales, esos momentos en los cuales parece que le tiempo no transcurre, que la vida cotidiana exterior se ha detenido, o ha quedado entre paréntesis, tan bien transmitidos aquí. Así navega la muchacha en esos días de la agonía paterna. La segunda parte, subtitulada Acá, transcurre en Uruguay, donde acude Andrea a arrojar las cenizas paternas al mar, y en busca del padre de su posible hijo. Nuevamente, son los tiempos estancados, las decisiones que tardan en llegar, el estado de indefinición y duda.

La última novela de Romina Paula –a quien le debemos Agosto, Fauna y otras obras teatrales, y actuaciones actorales tan talentosas como su literatura- está fuertemente arraigada en una identidad generacional, y hace pensar en lo autobiográfico. Lo mismo ocurría en Agosto. Todos sus personajes son los jóvenes porteños de treintaylargos, con sus modos, su jerga, sus principios y prejuicios. Con madre ausente, las únicas mujeres mayores que encuentra Andrea –protagonista y narradora en primera persona, a través de cuyo exclusivo punto de vista accedemos a la historia- son personas sabias, distantes, algo incomprensibles para un personaje que parece no haber salido nunca de su micromundo juvenil.

Con una prosa fluida y fresca, con giros expresivos espontáneos y a veces muy divertidos, con gran manejo del habla joven, Paula desarrolla el tema de casi toda su obra, que es el de las relaciones personales y sobre todo, de pareja. Con nombre andrógino, Andrea se siente libre para entregarse tanto a hombres como a mujeres sin problema de género ni contradicciones, porque lo suyo siempre es eso: una entrega. Entrega al otro/otra y a lo establecido, aunque no lo comprenda. Y no es sólo su identidad sexual la que está en juego. El tono de la narración jamás es taxativo, por el contrario: son más las preguntas que se formula Andrea sobre los vínculos, que las certidumbres. “¿Hay una estación más adecuada para morir?” “¿Cómo se hace, por ejemplo, para soportar eso que llaman amor, el de la pareja?” “Que nada de vos me dé asco, ¿será suficiente? Y en todo caso, ¿suficiente para qué?” “Un novio/a ¿no es lo más parecido a un interlocutor constante de la propia vida, otro que acredita que uno, en efecto, está vivo, y que, por ende, tiene continuidad?” Tales los cuestionamientos de la protagonista, quien parece navegar en un entre, que no es sólo temporal. Vuelta hacia el pasado de su adolescencia, proyectada hacia un futuro (im)probable, Andrea parece no querer ocupar ese umbral, o acceder al pasaje, paralizada en un momento de inflexión ante un cambio de vida.


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