14 de diciembre de 2016

El museo de Bellas Artes, revisitado

Josefina Sartora


¿Qué (im)probable vínculo se establece entre una pintura de batallas nocturnas, la mano perdida de Cándido López y el embarazo de la señora (Luciana Mastromauro) que nos guía en esta visita? ¿O entre una marina de Gustave Courbet, su pobreza final y la casona familiar de esta otra guía (Anabella Bacigalupo)? Tal el trabajo de relaciones que establecía el libro de María Gainza, El nervio óptico, y que ahora, bajo la dirección teatral de Analía Couceyro, se pone en escena en las salas del Museo Nacional de Bellas Artes.

Una de las actrices más talentosas del momento, la versatilidad de Couceyro ya la había llevado a cruzar los caminos de la plástica y la literatura con el teatro, y ahora, en un paso más, tan arriesgado como fascinante, a ella y Gainza se les ha ocurrido teatralizar la pintura. Guiados por una suerte de docente infantil, quien nos advierte de no recostarnos sobre las pinturas, los visitantes/público recorremos el museo en ambas plantas, deteniéndonos en siete obras, que son presentadas por siete actrices. En cada una de ellas, se cruza la obra con la biografía del pintor y algún relato autobiográfico de la presentadora, en el cual no está ausente una cuestión de clase. A veces la pintura se impone: es imposible sacar los ojos de esos rojos dramáticos de Rothko, aunque el relato de Paula López Moyano sobre sus andanzas en el hospital sea muy divertido, pero esos rojos remiten a la sangre derramada por el pintor. En otros, la historia lleva la pintura a un segundo plano: el miedo a volar de la presentadora (Florencia Bergallo) invade el pequeño retrato que Henri Rousseau realizara de su padre.


En todos los casos, la dinámica es intensa, todos quedamos absorbidos por esos relatos, casi todos dramáticos, pero la docente que nos guía no nos da tiempo a reponernos, porque ya nos lleva a una nueva obra, en otra sala. El vestuario concebido por Lara Sol Gaudini no es un detalle menor, al contrario. La blusa verde que lleva Julieta Gallina acompaña la pintura de El Greco tan simpática y armónicamente como los tonos pálidos de Juliana Muras el autorretrato de Tsuguharu Foujita, y ni qué decir de la propia Couceyro, con un sombrero idéntico al que lleva la niña en un retrato de Augusto Schiavoni.


Una vez más, comprobamos el talento de las actrices de nuestro medio, y en este caso, todas juntas en una experiencia admirable. Es imperdible, pero como todo lo bueno, no es fácil: se repite solo 3 veces, el 14, 20 y 21 de diciembre, hay que estar bastante antes de las 19 para hacer la cola y conseguir una de las 20 entradas que se entregan gratuitamente.

Por si todo esto fuera poco, al final, un brindis con champán por los 120 años del Museo.
-->

No hay comentarios:

Publicar un comentario