Neruda
Dirección: Pablo Larraín
Guión: Guillermo Calderón
Chile-Argentina-Francia-España-Estados
Unidos/2016
Josefina Sartora
Vista en el Festival de Antofagasta,
película de apertura del Festival de Mar del Plata, en Buenos Aires se estrena Neruda,
de Pablo Larraín.
Mi relación con el cine de Larraín
siempre ha sido ríspida. He buscado los valores que todos parecen encontrar en
él, y que lo ha consagrado como uno de los más importantes directores chilenos
del momento, si no el más, muy preciado y premiado. Pero mi búsqueda no ha dado
buenos resultados, casi nunca. Tony Manero y Post Mortem me parecieron
demagógicas y No, por lo menos oportunista. Creo que su mejor es El
club, una película bastante incómoda, o menos complaciente.
Con Neruda, Larraín vuelve a revisar la
historia reciente de Chile: ficcionaliza la persecución que sufrió Pablo Neruda
en 1948, bajo el gobierno de Gabriel González Videla, cuando su Partido
Comunista fue proscripto y pasó a la clandestinidad, y él tenía pedido de captura
a pesar de su condición de senador. Luis Gnecco, el actor veterano que ya es
figura conocida en el nuevo cine chileno, da el cuerpo a Neruda, y se parece
bastante a la imagen física que tenemos de él. Su interpretación no aporta
ningún matiz de diferencia con las que actuara para el obispo de El
bosque de Karadima o el abogado penalista de Aquí no ha pasado nada:
un burgués poderoso, que conoce los laberintos del poder, que goza de ciertas
prerrogativas, a sabiendas de que su condición ha de mantenerlo al margen de
ciertas exigencias que aquejan al hombre común. En un momento de la película,
una camarada se ocupa de echárselo en cara. Larraín concibe a Neruda como un
hombre lábil y frágil, un ególatra, un artista y político fundamental que
padece de ciertas debilidades humanas, sobre todo de la carne. Frente a la
figura de su mujer Delia del Carril (interpretada por Mercedes Morán) la imagen
de Neruda se achica, poniendo en evidencia su dependencia y debilidad, sus
contradicciones, su relatividad moral. El retrato de Neruda llega a bordear el
ridículo, sobre todo en las escenas en prostíbulos, que ponen en evidencia su
machismo y el de los chilenos en general. Oscilando entre el drama y la farsa,
el film no puede evitar caer en la solemnidad.
Lo peculiar de este retrato de una época
del escritor reside en que la película tiene la (molesta y persistente) voz de
un narrador, contraparte del protagonista. Larraín ficcionaliza el personaje de
un perseguidor: Gael García Bernal es el policía encargado de darle caza a un
Neruda prófugo, quien recorre Chile buscando refugio, hasta que opta por pasar
a Argentina a caballo por un paso en el Sur. De manera que conocemos la
historia desde el ficticio e improbable punto de vista del narrador que va
pisando los pasos del poeta, quien a su vez sufre el acoso de éste, y de una u
otra manera le hace llegar libros de la colección Séptimo Círculo, de la que
ambos son aficionados. Neruda manipula así a su perseguidor. El film muta así
de documento político a thriller
donde el gato y el ratón son a veces intercambiables. El narrador convierte la
cacería en literatura auto reflexiva: pasa a ser una elaboración acerca del
autor y su obra. El policía quiere homologarse en cierta forma con su
perseguido, se resiste a su lugar de personaje secundario, ansía el
protagonismo. Pero es un hijo de puta literalmente hablando, y un pobre diablo
que no está a la altura de su presa; él mismo lo dice: “perseguí el águila y no
sé volar”.
El film es técnicamente correcto,
concebido para tener su lugar en los festivales y la distribución masiva
internacional, y fue filmado en simultáneo con Jackie, de próximo
estreno, la entrada de Larraín a Hollywood. Con cámara muy inquieta, por
momentos circular, lo cual imprime un dinamismo extra, hay una elección
estética por la iluminación tenebrosa, el uso de luz natural, las oscuridades y
claroscuros que ello genera, propios del noir
y que acaso simbolicen la oscuridad de toda la época del auge del fascismo en
Latinoamérica. Cuyas consecuencias habrían de derivar en la dictadura de
Pinochet, de fugaz aparición en el film dirigiendo ya entonces un campo de
concentración. El guión contiene numerosas elipsis, cambios de ritmo y
anacronismos tal vez intencionales (Neruda tenía 44 años en 1948, y aquí parece
mucho mayor, es el Neruda de los ‘70).
Como los otros films de Larraín, es
ideológicamente ambiguo; frente a sus películas siempre tengo la sensación de
que oculta un otro mensaje soslayado, subyacente, diferente del mostrado, con
otra intención que acecha detrás de la obvia. Pareciera como si a Larraín le
resultara difícil –o por lo menos, contradictorio- diferenciarse de su familia,
aristocrática, con poder durante Pinochet. Su cinismo impregna toda la obra. En
este caso, es ambiguo sobre todo en su
tratamiento del personaje, casi una caricatura de sí mismo. Neruda es bajado
del pedestal: no vale como político, y ni siquiera como poeta, recitando una y
otra vez, sin ganas, cansina y artificiosamente, casi como en una broma sarcástica,
sus Veinte poemas de amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario