Pantalla Pinamar 2017
Josefina
Sartora
Año
a año, Pantalla Pinamar se constituye en el lugar ideal para el cinéfilo,
combinando buen cine con un ámbito hermoso, que invita al paseo, las caminatas
frente al mar y la reflexión. El Festival que dirige Carlos Morelli y su equipo
funciona como un reloj, y siempre resulta un gusto trabajar en prensa con un
equipo que gracias al profesionalismo y experiencia de Martín Eichelbaum y
Eloísa Ibarriola, cuida cada detalle a la perfección.
Es
notable el apoyo que logra este Festival, tanto de la Municipalidad de Pinamar
pero sobre todo del INCAA, que invierte mucho en él. Sería deseable que se
replicara este ejemplo en otros festivales menores que se realizan gracias al
trabajo a pulmón y los aportes económicos de sus organizadores, como Cosquín o
Shhh en Ushuaia, por poner dos ejemplos que conozco bien.
La
propuesta de este año reitera formatos anteriores: una ventana al nuevo cine
argentino, una retrospectiva de los mejores estrenos argentinos del año pasado,
y mucho cine europeo que probablemente no se estrene, de manera que era esta
una buena oportunidad para verlo.
Ventana argentina
En
esta ocasión, el abanico de preestrenos argentinos en Pantalla Pinamar no
resultó muy gratificante. Había una gran expectativa local por Pinamar,
de Federico Godfrid, rodada en esta ciudad, con una historia muy real y
cotidiana, que contiene mucho de autobiográfico: dos hermanos jóvenes van al
balneario a arrojar las cenizas de su madre al mar y vender el departamento
donde han pasado sus vacaciones toda su vida. Una historia de sentimientos encontrados,
donde pasado y presente entran en colisión, con el agregado de dos
personalidades muy diferentes. Pero lo que pudo ser una historia visceral y
emotiva, termina por diluirse en vagas indeterminaciones, y los lugares comunes
del nadismo del Nuevo Cine Argentino.
Otra
presentación que prometía era Maracaibo, de Miguel Ángel Rocca,
por su elenco estelar: Jorge Marrale, Mercedes Morán, Mónica Lairana, Luis
Machín entre otros. Un melodrama familiar –de aquellos de verdades nunca dichas
que pugnan por salir a la luz, con una difícil relación padre-hijo- deriva
hacia un thriller violento que presenta varios puntos flojos, aunque la
constante presencia de un excelente Marrale lo sostiene evitando la caída.
Más
interesante resultó Carne propia, un original documental de Alberto Romero en el
cual un viejo toro se encamina hacia el matadero y en su trayecto va evocando
–con la voz de Arnaldo André- distintos aspectos de la industrialización de la
carne en Argentina: los mataderos, el pueblo Liebig creado alrededor del corned beef, el surgimiento del
peronismo, el frigorífico Subpga y el cooperativismo. El film va pasando de un
tema a otro un tanto aleatoriamente, sin profundizar en ninguno pero con una
buena dosis de sarcasmo.
La
otra sorpresa argentina la constituyó el debut como director de Fernán Mirás
con El
peso de la ley, una película sobre un caso jurídico real. La propuesta
estética del film es arriesgada: con un tono de farsa, absolutamente todas las
situaciones que se presentan son caricaturescas, sus personajes estereotipados,
las actuaciones forzadas, y sin embargo –si uno accede a ese tono cercano al
grotesco criollo- el resultado es más que aceptable. Paula Barrientos pone todo
su histrionismo en su personaje de defensora de oficio –talentosa y renga- de
un hombre acusado de violar a un discapacitado en un perdido pueblito de
provincia. Enfrente está María Onetto como la fiscal inescrupulosa que
despliega toda su violencia y agresión mordiendo sus palabras frente a esa
abogadita que osa desafiarla. Y entre ellas, Darío Grandinetti como el juez gay
que le debe su cargo a la fiscal, por aquello de “la familia judicial”. El film
desnuda los mecanismos de la justicia argentina que se ponen en funcionamiento
en un caso real, menor, como hay tantos. Corrupción, connivencia entre policías
y jueces, burocracias, injusticia en suma. Resta saber si el resultado era la
intención original del director –¿esos primeros planos feroces buscaban el
efecto final? ¿ese pianito insufrible está allí para ilustrar o para molestar
al espectador?- o como se dice por allí fue una sumatoria de encuentros de
talentos que dieron ese resultado.
Pantalla europea
La
más lograda de las secciones europeas fue Francia
al mediodía: todos los mediodías se proyectaron preestrenos franceses que,
si bien fueron tratados con menos relevancia que los vespertinos, tuvieron una
programación impecable.
El vigilante nocturno (Jamais de la vie)
de Pierre Jolivet, tiene al gran Olivier Gourmet (actor fetiche de los
Dardenne) presente en todas las escenas de este thriller excelente, que a la
par de contar una historia de robos consecutivos, habla sobre la difícil
situación social y económica que atraviesan las clases medias más carenciadas
de Francia, y las imperfecciones del sistema.
Ni el cielo ni
la tierra
de Clément Cogitore se suma a las varias producciones europeas que abordan las
consecuencias nefastas de la ocupación europea en Afganistán sobre sus
protagonistas. Con un estupendo Jéremie Renier (otro actor de los Dardenne),
presenta una serie de situaciones dramáticas que hablan de la locura desatada
por el conficto bélico, que transforma –para peor- a todos los involucrados.
La
más liviana –si bien harto compleja- fue El dulce escape (Comme un avion) de
Bruno Podalydés, quien es el protagonista de esta comedia amarga sobre un
hombre frustrado que decide salir a la aventura en su kajak, buscando una
alternativa a una vida gris y sin sorpresas.
A
otra sección importante fue Últimas
postales nórdicas, una selección de films escandinavos que contó con la
activa colaboración de los embajadores de Dinamarca, Finlandia, Noruega y
Suecia, todos presentes en Pantalla Pinamar y anfitriones de uno de los
espléndidos cócteles del Festival. La película más interesante fue Esta
es mi sangre opera prima premiada en Venecia de Amanda Kernell. El film
aborda un tema para nosotros desconocido: la presentación de la etnia sami, del
extremo Norte de Suecia, en Laponia, que ha sido tradicionalmente discriminada
y menospreciada por los suecos. Una joven de esa comunidad decide cambiar su
destino y para ello huye de sus orígenes y reniega de ellos, tratando de
olvidar su idioma y sus tradiciones. Un film muy duro, que trasciende las
fronteras al presentar un problema casi universal.
Menores
resultaron la noruega Cuando muere el verano, de Henrik
Martin Dahlsbakken y Dos noches hasta la mañana, del
finlandés Mikko Kuparnen, aunque interesantes de ver.
Muy off the record, se dudaba aquí acerca de la continuidad de Pantalla Pinamar. En las últimas horas del Festival el INCAA emitió un comunicado ambiguo en el que propicia continuar la colaboración, sin aclarar como ni con quien. Es de esperar que haya confirmaciones oficiales, y que tengamos muchas más ediciones de esta amigable y valiosa Pantalla.
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