Trilogía del
lago helado
Dirección,
guión, fotografía y cámara: Gustavo Fontán
Josefina
Sartora
Gustavo
Fontán regresa con tres películas en un todo coherentes con su trayectoria, abocado
el registro de la naturaleza, el paisaje, y momentos íntimos. Después de su
trilogía familiar –El árbol, La madre y La casa- había
incursionado en varios terrenos, con El limonero real y La
orilla que se abisma, a la cual se acerca este tríptico.
Tríptico
que el denomina –enigmáticamente- Trilogía del lago helado, este
conjunto de tres films de unos 60 minutos cada uno presenta algunos de los
leitmotifs de la obra de Fontán: sobre todo el agua, elemento primordial, protagonista
de toda su cinematografía. Tratándola como un tema con variaciones, aparece en
todas sus películas, intensamente en La orilla que se abisma, y aquí tales
variaciones se constituyen en las formas que el agua adopta: la lluvia que cae
sobre el vidrio del coche, transformando todo el paisaje en un espacio irreal,
acuoso; el estanque, el mar con su oleaje repetido, las nubes que llegan a un
azul índigo, y más lluvias. Fontán registra su mundo –el interior y el
exterior- de manera experimental, elabora la imagen al punto que su fotografía
es epítome de imprecisión: juega con la imagen difuminada y los fuera de foco,
acelera la imagen hasta tornarla irreconocible, en pasajes turbios, borrosos, inquietantes.
Cine
de imágenes visuales y sonoras puras, siempre la banda sonora le merece el
mismo cuidado que la visual: el agua, los pájaros, la música minimalista
constituyen una sinfonía que, a veces, se prolonga en el corte a negro.
Pero
el tríptico también posee sus variaciones: en el primer cuadro, Sol
en un patio vacío, Fontán regresa a la casa familiar, ahora casi
deshabitada. El patio vacío, el sillón a la espera, hablan de una ausencia, una
carencia melancólica. Siempre contemplativo, si bien la cámara comienza en el
hogar, con el registro de las luces y sombras en el interior y en el patio, no
demora en trasladarse al espacio abierto, la ruta. Allí, bajo la lluvia, el
plano se abre a otras dimensiones, a espacios turbios, líquidos, imprecisos, que
reciben cortes abruptos a negro.
El
segundo movimiento El estanque, está dedicado a la ciudad y su vida cotidiana: sus
calles, plazas, árboles –otro de sus elementos icónicos-, su gente y los
animales. La cámara los registra, los espía con ojo de voyeur mientras una voz en off
–del propio Fontán- también habla del mundo de los sueños la cotidianeidad del
fenómeno del sonambulismo, produciéndose una dislocación entre imagen y
palabra.
El
tercer cuadro del tríptico, Lluvias, es el que podríamos llamar
más documental, desde el inicio relacionado con el tiempo y la muerte, y
concebido como un diario. Entre una y otra lluvias–diurnas y nocturnas-
documenta los días finales de una vecina, el crecimiento de su hijo, el
movimiento de la luz en unos pocos minutos, la operación de su padre anciano,
el péndulo de un reloj con su ritmo incesante, casas en ruinas. La vida frágil,
el tiempo y la muerte.
Una
vez más, Fontán se mantiene al margen de las categorías, su obra escapa a toda
clasificación. El suyo es un cine contemplativo, exquisito, lírico y vital, que nos permite una
experiencia única.
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