12 de octubre de 2017

Shakespeare en el Festival de Teatro


The Tiger Lillies Perform Hamlet


No cesamos de preguntarnos: ¿cuántas lecturas puede tener Shakespeare? ¿Cómo sigue vigente tras 400 años, de manera que permite reposiciones actualizadas, que responden a nuestras necesidades contemporáneas? Hemos visto y veremos tantos Shakespeares contemporáneos, y nunca dejamos de asombrarnos de sus proteicas posibilidades.  El Festival Internacional (de Teatro) de Buenos Aires (FIBA) abrió con uno de esos Shakespeare. Y fue toda una revelación, una experiencia cautivante. Muy lejos del espectáculo de luz y sonido tan luminoso como vacío de la apertura de hace dos años bajo el siniestro ministro Lopérfido, esta apertura resultó mucho más impactante, profunda y reveladora.   

The Tiger Lillies es un trío de culto de músicos ingleses, dark, con mucho de clown, de Brecht y de cabaret, y también de provocación. No están solos en esta obra. La compañía Republique de Dinamarca pone en escena un Hamlet original, comprometido con una imagen visual dislocada y atrapante, en la que el tema de la gravedad está siempre en juego. La obra –condensada a lo esencial, dura 145 minutos-, dirigida por Martin Tulinius, es una suerte de tragedia musical, que pone el acento en la locura del torturado Hamlet, la disfuncionalidad familiar  y el rol fundamental de Ofelia en la tragedia.


En un escenario despojado, donde los elementos circulan y se reacomodan según evoluciona la acción, tiene lugar el drama. Cinco actores tienen a su cargo todos los roles,  y tres músicos-The Tiger Lillies- acompañan la acción: a manera de coro griego que comenta la peripecia con un humor negro, ironía y sordidez, Martyn Jacques canta con una voz andrógina, atiplada, con algo de contratenor, toca el acordeón, o el piano, acompañado por cuerdas y percusión, de extrema sutileza. Pero las letras no sólo se refieren a Hamlet, sino que constituyen una reflexión que lo trasciende, sobre las relaciones humanas. Una música que tiene mucho de circo, de vaudeville, mantiene un ritmo circular, hay algo como de permanente, cíclico, en lo que sucede en escena, que aunque no mantiene un ritmo sostenido, está potenciado por el logro de la imagen visual. Esta se logra mediante distintos recursos, no siendo el menor el de la imagen aérea, con encuentros entre Hamlet y Ofelia sostenidos en el aire, en una danza aérea de gran belleza. O la visión cuasi cenital, dislocada, del banquete nupcial, o el duelo entre Hamlet –Caspar Phillipson en una excelente actuación- y Laertes en cámara lenta. La escena de la aparición del espectro siempre es una prueba difícil de atravesar, y aquí la superan airosamente: la imagen del rostro del rey muerto es proyectada sobre los actores, con una fuerza que resulta poderosa.

38 SM – Shakespeare Material


El director francés Laurent Berger también entiende la obra de Shakespeare como un desafío, un material en bruto, y decidió poner en escena una peculiar adaptación de su obra completa, las 38 tragedias y comedias, apelando a distintos recursos escénicos. La puesta es resultado de una convocatoria que unió a Berger con el FIBA y el Teatro Cervantes, que fue respondida por numerosos actores de la escena porteña  y estudiantes de teatro.

En seis bloques o conjuntos de obras, de tres horas cada uno, el “material Shakespeare” es trabajado apelando a distintos lenguajes expresivos: la actuación teatral, la música, la danza, la performance, y sobre todo, con el apoyo de las técnicas audiovisuales. Tuve la posibilidad de ver el primer conjunto de cinco obras, llamado Episodio I La guerra es joven y llena de vida. Comienza con las 3 partes de Enrique VI, la más teatral, si bien la tragedia político-militar está vista a través de un canal televisivo de noticias, con cámaras que filman la acción e imágenes en pantalla que la duplican, transformando la sucesión al trono en una suerte de Gran Hermano y quién-se-queda-en-la-casa. Si este episodio, de hora y media, está apoyado en la palabra y la imagen proyectada audiovisual, el siguiente, La fierecilla domada, es una suerte de danza performática sin palabras, en la que los vaivenes y rebeldías las protagonistas se traducen en luchas guerrero-eróticas de gran exigencia física. Para Los dos gentilhombres de Verona Berger vuelve a apelar a la imagen técnica, con fotografías subtituladas proyectadas en la pantalla que van narrando la acción, apenas traducida por los actores en vivo. En Romeo y Julieta vuelve a recurrir a la destreza física, en una suerte de maratón de personajes que corren sin cesar alrededor de un centro, de la vida, o qué. Y por último, la palabra vuelve con Ricardo III, en un largo monólogo que relata la peripecia, con ocasionales intervenciones de dos personajes y del duque de Buckingham en la forma de un perro, que interpreta su personaje a la perfección.


Para este (demasiado) ambicioso proyecto, Berger contó con más de veinte actores, algunos célebres como Gaby Ferrero, Iván Moschner, Luciano Suardi, Paloma Contreras y otros no tan, quienes ensayaron durante dos meses y pasan de una obra a otra con notable ductilidad. Este primer bloque aborda las diversas variante de la guerra, en distintos campos, que Berger supo articular. El resultado es muy desparejo, como era de esperar, a veces tedioso, a veces sorprendente, no siempre convincente. Puristas, abstenerse.

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Josefina Sartora

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