24 de noviembre de 2017

Festival de Mar del Plata 2017. 1a nota

Una mirada sobre la Competencia Internacional

Josefina Sartora

Promediando el Festival, ya puede decirse sin dudas que se trata de la mejor edición de los últimos años. Por lo menos en cuanto a la programación, que es lo que yo cubro desde hace 17 años. Para los críticos que no hemos viajado este año a los festivales europeos, es la gran oportunidad de ver grandes películas de directores consagrados y a descubrir, que en pocos casos tendrán estreno comercial en nuestro país. Todo está cumpliéndose según lo anunciado, y excepto los dos penosos cortos institucionales del festival, no hay grandes fallas.

Por supuesto, siempre está la siempre segura sección Autores, con los directores que hoy conforman el Parnaso: Mathieu Amalric, Hong Sang-soo, Vérena Paravel, Richard Linklater, Agnès Varda, Frederic Wiseman, Wang Bing, hasta Jean-Luc Godard y varios más.


Pero es en la Competencia Internacional donde se producen los encuentros con películas que superan la calidad de competencias anteriores. Desde un film clásico y brillante, como Les gardiennes, de Xavier Beauvois, tal vez el film de la historia que mejor retrata la situación de la mujer en la guerra, en este caso la primera mundial, cuando fueron ellas las que debieron hacerse cargo del funcionamiento del país entero, en este caso el rural. En un film que tiene mucho de espiritual y sugerente, Beauvois presenta un cuadro de situación dramático, y a la vez muy pictórico, de esas mujeres aguerridas que asumieron las tareas que antes desarrollaba el hombre, cuya guerra queda fuera de campo. Con la presencia de una actriz emblemática del cine francés: Nathalie Baye como la matriarca guiada por una fría determinación. A la par del cambio de la situación social de la mujer, asistimos a los cambios tecnológicos que trajo la guerra, y habrían de modificar también las costumbres en la posguerra. No es menor el detalle de cómo la llegada de “los americanos” corrompe la armonía local, que puede interpretarse también global. Basada en una novela de Ernest Pérochon.


Hasta Columbus, una suerte de cine indie americano-coreano, opera prima dirigida por el coreano Kogonada. Interesante planteo que tiene un poco de historia individual sobre los temas que ama el cine indie –conflictos madre-hija, padre-hijo- que pasa a un segundo plano, y un mucho de planteo sobre la importancia del espacio. Siendo Columbus, en el estado de Indiana, una ciudad con importante patrimonio arquitectónico –Eero Saarinen, James Polshek, Deborah Berke son evocados-, los personajes recorren esos espacios con cierto laconismo y melancolía, produciéndose una corriente fluida entre el espacio y los sentimientos. Simetría, asimetría, armonía y caos son algunos de los temas que desarrolla el film, y la arquitecura está fotografiada de manera espléndida, deslumbrante.


Escandinavia se impone en Thelma, del noruego Joachim Trier, un thriller psicológico que desde un comienzo ominosos se complejiza con el factor sobrenatural, porque la protagonista –una joven que llega a la ciudad para estudiar, llena de contradicciones internas- posee dones psíquicos especiales que al principio utiliza inconcientemente, de manera (auto)destructiva. Sexo, religión, represión y una sombra familiar que se abate sobre la chica son tratados de manera gélida, quirúrgica, implacable, con un suspenso subrayado por una música un tanto obvia, en un film que si decae en un final previsible de todos modos tiene otros aspectos a favor.

La opera prima de Alvaro Aponte-Centeno, El silencio de viento, muestra una realidad poco conocida de Puerto Rico: el tráfico humano de inmigrantes que huyen de Haití en una lancha clandestina en condiciones muy precarias. Los protagonistas son miembros de una familia que tiene armada una organización casera para esta tarea muy peligrosa, tanto en tierra como en el mar. Ajena a todo color local, con buenos planos secuencia, la película maneja muy bien los tiempos, sobre todo en su primera y última partes, revelando un nuevo realizador.

Este festival tiene una programación en donde abundan las penurias: enfermedades, adicciones, agonías varias, no puede decirse que muestre la alegría de vivir. Pero de todo hay en la vida, y también es verdad que muchas películas programadas tienen final feliz. La ucraniana 5 Therapy de Alisa Pavloskaya no es la excepción, al contrario. En un grupo de rehabilitación de adictos, un personaje cuenta su vida marginal, atrapado en su adicción a las drogas fuertes que lo llevaron por el camino del crimen y la prisión. Casi una visión documental, basada en novelas autobiográficas de Stas Dombrowski, quien se interpreta a sí mismo, carga un poco las tintas con un tema tan transitado.


Ramiro, del portugués Manuel Mozos, resulta más amable y positiva. Su protagonista es un escritor que hace tiempo vive un bloqueo en su poesía, y deambula sin rumbo o atiende su librería de viejo. Arquetipo del perdedor, enfrentado a los convencionalismos, crítico de sus colegas exitosos, el film acompaña su cotidianeidad, sus relaciones, su frustración y su rutina con empatía con ese personaje querible, uno de los hallazgos de la Competencia Internacional.


Brillante cuadro de situación de la crisis social y laboral global, de la reconfiguración del trabajo en todo el mundo, A fabrica de nada de Pedro Pinho encarna en una suerte de microcosmos este tema de candente actualidad. A partir de un desmantelamiento realizado de noche y en secreto, una fábrica de ascensores habla de reajustes, relocalización, indemnizaciones en un lenguaje que los obreros traducen como despidos. La otra cara de Toni Erdmann, cuya protagonista se ocupaba de practicar esos “reajustes”, el film enfoca la familia laboral, cuyas vidas se ven afectadas por este estallido, y deberán tomar decisiones drásticas. Un grupo de sociólogos y políticos discute en paralelo los cambios que están produciéndose en plena crisis del sistema capitalista, en el que el trabajo humano ha devenido insustentable y obsoleto, en una discusión que tiene mucho de parodia. Impactantes imágenes casi congeladas de las fábricas abandonadas, las máquinas paradas, los obreros inactivos en medio del silencio dicen mucho más que todas las palabras. Incluso la vida sexual de los afectados se ve transformada. Argentina está presente en el film con el recuerdo de Zanon, la presencia del director Daniele Incalcaterra y una frase antológica: “si no destruimos a los gorilas, los gorilas nos destruirán”, muy aplaudida.



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