6 de junio de 2018

De monstruos y ángeles


El motoarrebatador
Dirección y guión: Agustín Toscano 
Argentina-Uruguay-Francia/2018

Josefina Sartora


Agustín Toscano juega en las ligas mayores, sus películas se exhiben en Cannes, privilegio para pocos. Ya había presentado Los dueños, en la que, en tono de farsa, planteaba una situación de usurpación de la propiedad por parte de los empleados a sus patrones. Ahora presenta una variación sobre aquel tema, no exenta de humor pero en tono más dramático.

Miguel (Sergio Prina) es un ladrón categoría ratero, un motochorro (diría el Presidente) o motoarrebatador, eufemismo utilizado en Tucumán, donde opera con su socio, quien conduce la moto. En uno de sus atracos, arrastra a una mujer, dejándola inconsciente en la calle. Sobreviene entonces una secuela ambigua: Miguel busca, con culpa, a su víctima en el hospital, y cuando se da cuenta de que ella sufre amnesia, le manifiesta que es su locatario. Por otra parte, Miguel vive en la calle, de manera que no vacila en invadir la casa que, por su parte, imaginamos la mujer habría ocupado turbiamente. Y con él lleva a su hijito. Se establece entre Miguel y su víctima una relación tan insólita como efectiva para ambos, seres solitarios y carenciados. Miguel traspone un límite, y se le abren otras oportunidades. El mismo Toscano declaró que su nombre no es casual: es el de San Miguel, arcángel patrono de la ciudad, figura que sobrevuela la historia.

Toscano traza en esta tragicomedia mínima y personal un cuadro que la excede, presentando el estado social de la ciudad como microcosmos y así, del país todo. Familias desintegradas, conflictos gremiales, ausencia policial, descontento y estallido social que deriva en saqueos, una situación conocida y de gran actualidad.

Con actores tucumanos que saben trasmitir las emociones de solidaridad y cariño que trascienden las grietas, en esta coproducción argentino-uruguaya tiene un secundario Mirella Pascual, la gran actriz de Whisky, Mi amiga del parque, etc. Con algunas hesitaciones debidas tal vez a las varias reescrituras del guión y a los cortes del montaje, a película ignora esquemas y prejuicios sociales, resulta inquietante a la vez que provocadora, no abre juicio moral y se apoya en el humanismo que subyace en las relaciones, por contradictorias que estas sean.

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