12 de junio de 2018

Tu cuerpo y tu sangre, hijo mío


Tiestes y Atreo
Dramaturgia y dirección: Emilio García Wehbi a partir de Tiestes de Séneca
Teatro Cervantes

Josefina Sartora



No hay mayor muestra de cariño
que comerse a sus propios niños,
porque no hay asunto más prolijo
que devorarse a todos los hijos.

La fascinación que ejerce el mito reside en su permanente actualidad, su tratamiento de pasiones humanas que trascienden límites, orígenes o nacionalidades, su atemporalidad y al mismo tiempo, su eternidad. Cuesta concebir que hace 2.500 años, y más, hombres y mujeres hayan concebido historias que resultaron eternas y universales. Esta esencia del mito redunda en otra fascinación: su actualización. El teatro y el cine, también la literatura, no cesan de abrevar en aquellos mitos clásicos -que por algo son llamados así- poniéndolos en acto en historias contemporáneas.

Las tragedias de Séneca pocas veces se llevan a escena, el escritor hispano-romano no goza del mismo poder de convocatoria de sus colegas griegos. Es por eso llamativa esta oportunidad para asomarnos a su obra. Pero el interés no radica sólo aquí. Tiestes es una de las tragedias más crueles de la Antigüedad, por tratar el tema del odio fratricida, el filicidio y la antropofagia, sin atenuantes. Y sobre todo, porque Emilio García Wehbi le otorga una dimensión contemporánea.

Tiestes y Atreo eran hermanos gemelos. Atreo, fundador de la dinastía y rey de Micenas, padre de Agamenón y Menelao, ejercía un gobierno tiránico. Al parecer, Tiestes sedujo a la esposa de su hermano y se apoderó del vellocino de oro que poseía Atreo. Decidido a vengarse, Atreo convoca a Tiestes a hacer las paces en un banquete. Este acude, algo desconfiado. Al finalizar, Atreo le manifiesta que le ha servido el cuerpo descuartizado y cocido de sus dos hijos, y su sangre mezclada con el vino. Con ese acto aberrante Tiestes cercena su propio linaje. Esta historia de antropofagia de la descendencia ha sido elaborada por otros artistas, notoriamente por Shakespeare en Tito Andrónico. Pero García Wehbi le imprime un sello totalmente personal, fuera de toda tradición: su puesta no está centrada en esa comida macabra precisa sino en lo que sucede del lado de las víctimas; y si la tragedia de Séneca tenía sólo personajes masculinos, aquí el elenco es totalmente femenino.


La obra consta de dos actos y un entreacto, continuos. En su primera parte, pone en escena un mundo postapocalíptico, surreal, de detritus postindustriales, con un personaje algo monstruoso, un grupo de niñas y otro de dragones y variados monstruos, inspirados en el cine de Hollywood. Se trata de una fábula infantil contemporánea. Julieta Potenze ha concebido una escenografía excelente, y combinada con la caracterización de los monstruos y la excelente actuación de esas actrices infantiles, el resultado es de un efecto alucinante, estupendo. Las niñas se rebelan contra las violencias establecidas y su acto revolucionario, por supuesto, termina mal.

Escila y Caribdis eran dos míticos peñascos en Sicilia, animizados, que significaban un peligro para los navegantes, un umbral, una prueba a atravesar porque de lo contrario eran devorados por esos monstruos. Cada uno de los actos toma el nombre de uno de ellos. El segundo acto pone en escena el banquete de Séneca, pero en versión García Wehbi: un grupo de mujeres encarnan a esos hermanos en conflicto, cada uno con sus justificaciones, su posición ante la vida, y con ellos, sus hijos. Los personajes no dialogan: toda la obra está estructurada en base a monólogos, y para ellos cuenta con la valiosa interpretación de dos actrices de primerísimo nivel, dos maestras de la actuación: Maricel Álvarez y Analía Couceyro son Atreo y Tiestes, junto a un elenco homogéneo que no queda atrás, y por eso hay que nombrarlas a todas: Florencia Bergallo, Carla Crespo, Érica D’Alessandro, Verónica Gerez, Cintia Hernández, Mercedes Queijeiro, Jazmín Salazar, Mia Savignano, Lola Seglin y Lucía Tomas. Ellas tienen a cargo elaborados –tal vez demasiados- monólogos sobre la moral, el deber, la vida y la muerte, junto a la intervención de un mensajero o Mercurio que narra la tragedia, en una muy exigida performance interpretativa.

Lo peculiar de la puesta, más allá del atractivo visual, que es muy grande, reside en que García Wehbi revierte el mito: el acento no está puesto en el acto de los padres, sino en la consecuencia que recae sobre los hijos. La civilización siempre ha devorado a sus hijos, dice la obra, desde los mitos griegos, el cristianismo cuyo Dios Padre entrega su Hijo al sacrificio, las guerras en las que los padres envían a sus hijos a la muerte, hasta el genocidio llevado a cabo en nuestro país. Cada generación devora la siguiente –de manera simbólica pero también, literal-. No es en vano que en el segundo acto, el del banquete, la mesa esté presidida por una versión grotesca del cuadro de Goya de Saturno (o Cronos, el tiempo) comiéndose a sus hijos, que quieren negar la ley paterna. Aquí Tiestes y Atreo se igualan en el ritual del canibalismo. Para ese momento culminante de la ingesta, García Wehbi concibió una coreografía bestial. Ese hijo víctima, ese rebelde a la autoridad patriarcal que quiere diferenciarse, busca su autonomía, su propia individualidad, es equiparado en esta versión a todas las víctimas del patriarcado, a las minorías, y en primer lugar, las mujeres y también las niñas.


Pero todo no termina allí: la mujeres por momentos dejan la escena y pasan a conformar un conjunto musical, con cantante incluida, aunque lamentablemente sus canciones sean en inglés y sin subtítulos. Allí está Tom Waits, por ejemplo. Y en el entreacto, Couceyro y Alvarez tienen un número de rap con todas las de la ley: vestidas con las típicas ropas raperas, gorra incluida, ellas y una niña admirable bailarina performan un número con una canción espeluznante, cuyo estribillo cita el epígrafe de esta nota. Y al final de la obra, un anticlímax con un cuento del sueco Stig Dagerman.

Es interesante que en el programa acompañe un texto de Nicolás Prividera, cuya obra fílmica está dedicada también al sacrificio de las minorías y toda ella reflexiona sobre la patria, o Tierra de los padres.

Emilio García Wehbi ha trabajado el mito en varias ocasiones, como así también otros textos clásicos. Practica un proceso de reapropiación y reescritura de materiales previos, trasladando los restos a un contexto diverso, y esos textos devienen otros, contemporáneos. Y dotados de mayor ambigüedad. Así procedió recientemente con su elaborada revisión del Orlando de Virginia Woolf. El tema del poder es relevante en toda su obra y en esta oportunidad abre la polémica para la reflexión y el diálogo, con la puesta en acto del hecho sacrificial en la evidencia de la rabiosa actualidad del mito. Provocando, sí, sacándonos del lugar cómodo de espectadores pasivos. Es loable la valentía de Alejandro Tantanian, un varón que desde la dirección de un teatro oficial osa poner en escena un mito trágico que en su eterno retorno posee una rabiosa actualidad en nuestro país.


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