26 de septiembre de 2018

Hasta la victoria, siempre


Lucky
Dirección: John Carrol Lynch
Guión: Logan Sparks y Drago Sumonja
Estados Unidos/2017

Josefina Sartora


Prender un cigarrillo. Es la primera de las ceremonias del ritual matutino de Lucky, que repite cada día. Le seguirán las abluciones, los ejercicios de flexión y estiramiento –sin dejar de fumar-, la vestimenta (su guardarropas tiene camisas todas iguales, y varios jeans).  Caminata hasta el café a hacer su crucigrama diario, la compra de su litro de leche, y volver a tiempo para ver sus programas de concursos. Al final del día, al bar a tomarse su bloody Mary y charlar con los habitués, haciendo un poco de filosofía.

Hasta que un día, Lucky tiene un desvanecimiento y cae al suelo. A partir de ese turning point, Lucky está alerta: toma conciencia de su vulnerabilidad y se plantea la proximidad de la muerte. Harry Dean Stanton es Lucky. Con sus 90 años, en uno de sus últimos trabajos antes de morir en 2017, encarnó este personaje que podría ser espejo de sí mismo, un rol escrito para él, seguramente muy cercano a su propia personalidad. El film, que trataba sobre la cotidianeidad de un ser solitario, deviene una reflexión sobre la cercanía de la muerte, tratada sin reblandecimiento, sin patetismo.  Su cuerpo surcado de pliegues lo dice a gritos: somos frágiles, y después no habrá nada. Realismo es una palabra clave en sus crucigramas, y aceptar una situación y asumir las consecuencias de esa realidad es la definición sobre la que Lucky volverá repetidamente.


Una noche aparece David Lynch en el bar. Es un amigo, angustiado porque su tortuga, su compañera, se ha ido. Las escenas entre ambos son soberbias. Stanton y Lynch tuvieron una relación profesional más que interesante: Stanton actuó en Twin Peaks, y hay aquí una escena onírica que la homenajea. También Lynch había abordado el tema de la vejez y la muerte en Una historia sencilla, película en la que Stanton tuvo un secundario. No casualmente el film abre y cierra con la imagen de la tortuga, símbolo de longevidad, que puede vivir 200 años.


En un pueblo ignoto de la América profunda, un pueblo de Arizona rodeado de cactus donde aún hay vestigios de las paradas de diligencias, con el sonido de la armónica que constituye el timbre ideal para la música country. Allí todos se conocen, todos respetan a Lucky, y hasta lo quieren. Hay un momento mágico, cuando Lucky canta un conmovedor Volver, volver, rodeado de la comunidad mexicana. Una escena que resume las emociones de este film aparentemente tan “realista”, que desborda humanidad y amor por todos sus personajes.

Film minimalista, casi sin tensión dramática, o con mucho de improvisación, opera prima del excelente actor (también secundario) John Carrol Lynch (Gran Torino, Zodíaco). Es como si la película se propusiera contradecir, fehacientemente, la remanida tesis de que repetición y rutina son aburridas. Y lo logra. Después de otra escena memorable, Lucky aprende del budismo: ante lo inexorable, lo implacable, o la nada, lo único que queda es la sonrisa. Y con mirada a cámara. Nada menos.


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