Petróleo
Grupo Piel de Lava
Teatro Sarmiento
Josefina Sartora
Piel de Lava es el nombre que eligieron
las mujeres para su grupo creativo. Ellas son cuatro artistas: Elisa Carricajo,
Valeria Correa, Pilar Gamboa, Laura Paredes, y juntas desde hace años vienen
realizando un teatro desprejuiciado, innovador, irreverente, incluso conceptual.
También actúan individualmente en teatro, en cine, separadas o grupalmente,
como en la reciente La flor de Mariano Llinás. y dirigen (Paredes en Todo
lo cercano se aleja, de su autoría). Como Piel de Lava, las cuatro
escriben, dirigen y actúan sus propias obras, aunque en sus dos últimas puestas
colabora Laura Fernández en la dirección.
El teatro Sarmiento, nuevamente bajo la
dirección de Vivi Tellas, convocó a este colectivo como parte de un plan de
trabajo con grupos de teatro alternativo. Allí tuvieron su propia
retrospectiva, con sus piezas: Colores verdaderos, Neblina,
Tren
y Museo,
y ahora la enriquecen con el estreno de Petróleo.
En estos días se debate sobre la pertinencia
o no de que varones encarnen mujeres en el teatro, o mujeres asuman roles
masculinos. Como si nos olvidáramos de que la tragedia griega sólo tenía
actores varones, y lo mismo regía para el teatro isabelino: Julieta, Desdémona
y Ofelia estaban interpretadas por hombres. Pero las gestiones oficiales, generalmente
manejadas desde la ideología del patriarcado, ya se sabe, van en general hacia
atrás y no hacia delante, y rechazan todo aroma de sexualidades difusas. Lo más
reciente, la suspensión de los ensayos de Esperando a Godot porque los
curadores de la obra de Beckett no admiten que mujeres encarnen roles
masculinos. Como si nunca hubiera tenido lugar la puesta de Leonor Manso, en la
que Alicia Berdaxagar entregara su memorable performance como Lucky.
Y sin embargo. El teatro Sarmiento es
oficial, y la característica más curiosa de Petróleo es que sus
cuatro personajes, masculinos, están interpretados por las chicas (o ya no tan)
de Piel de Lava. Esto no es lo habitual. ¡Y qué masculinos! Cuatro hombres que
desarrollan una actividad dura: la extracción de petróleo en la Patagonia,
viviendo en un tráiler en la absoluta soledad, donde la luz y la calefacción
siempre están es estado de zozobra. Con un agravante: el petróleo casi no se
brinda en ese pozo seco, la explotadora patronal está ausente en todo sentido.
Piel de Lava construye en escena este mundo masculino, de hombres a la espera, que
se ve alterado por la llegada de uno nuevo, quien casi sin querer disputa el
liderazgo del Carli (Gamboa). El nuevo, Palladino -el Paya- (Carricajo) es más fuerte, más
inteligente, más original y sutil, más instruido que el Carli, y la competencia
resulta inevitable. Pero limitarse a eso sería el cliché, el lugar común para
la testosterona. Lo que ponen en práctica las Piel de Lava es una
(de)construcción de un otro masculino en el escenario, con sus peculiares
formas de transformismo. Sus barbas y pelucas ridículas, sus voces construidas,
sus gestos varoniles estereotipados, la confesión de sus miedos proponen un
nuevo masculino, y más allá va el personaje del Paya, con su ambigüedad sexual,
sus ropas femeninas, su cabellera. Se abre entonces un mundo de sensibilidades
y placeres desconocidos, negados. Las líneas se han quebrado, las oposiciones
no son tales, los estereotipos estallan en pedazos.
Obviamente, Montoya (Paredes) no puede
–ni quiere- ocultar su feminidad, la delicadeza que subyace bajo esa voz
cascada, y esto suma. Por su parte el Formo (Correa) es el más eléctrico, el
más dúctil, y llega un momento en que el espectador olvida su género. Todo/as ponen
el cuerpo e imprimen vitalidad a esa vida entre paréntesis, y en parte se logra
a través de la escenografía móvil que concibió Rodrigo González Garillo, totalmente
consubstanciado con la propuesta de Piel de Lava, igual que su iluminador
habitual, Matías Sendón. Ambos consiguen plasmar la significativa importancia
entre el afuera y el adentro en la
estepa patagónica, el vacío del día y la noche atemorizante.
Teatro político que inquieta, que
incomoda, que alegoriza sobre el poder, la explotación y el uso de los recursos,
además del mensaje antropológico sobre género. A pesar de las condiciones de
vida deplorables y en soledad, todo está surcado por un humor sorprendente, que
contagia al espectador y nunca se burla de sus personajes, ni del varón en
general.
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