13 de octubre de 2018

Una trama cultural


Dovlatov

Dirección: Aleksei German

Guión: Aleksei German y Yulia Tupikina

Rusia-Polonia-Serbia/2018


Josefina Sartora


Podría entenderse Dovlatov como un documento sobre la historia de la censura en la Unión Soviética post stalinista. Una crónica sobre la situación del escritor bajo un sistema no sólo represivo sino también selectivo: el talentoso Dovlatov (el serbio Milan Maric) no puede publicar sus libros en tanto no se afilie al Partido y lo acepten en la Sociedad de Escritores, y mientras tanto, languidece con un oscuro trabajo periodístico, en la era Brezhnev. Pero la historia no termina en él, sino que la película es un ejemplo del cine post glasnost, que revisa hoy la oscura época represiva, sacando aquellas historias a la luz. Incluso puede pensarse también en algún paralelo con la realidad que se vive en la Rusia contemporánea.

Puede leérsela también como una crónica de la vida bohemia, que no difiere demasiado de tantas otras historias de artistas. En noviembre de 1971, en Leningrado, grupos de escritores se reúnen a beber, escuchar jazz y conversar sobre arte y lo que logran saber del mundo exterior, todas verdades turbias o que llegan tergiversadas, como el nombre del kiwi.


Sergei Dovlatov (1941-1990) fue un casi ignoto escritor, judío de origen armenio, amigo del posterior Nobel Joseph Brodsky, dueño de una aguda ironía, quien sólo alcanzó el reconocimiento cuando logró emigrar a los Estados Unidos y pudo publicar su obra (en Rusia, sólo después de su muerte). Pero la historia no se detiene en Dovlatov. Es inevitable parangonar la trayectoria del escritor con la del padre del propio German, también llamado Aleksei, un gran director de cine casi ignorado en vida, quien debió esperar la perestroika de fin de siglo para recibir su merecido reconocimiento.


German Jr continúa su revisión crítica de la historia soviética que viéramos en Soldado de papel (2008), película con la que Dovlatov tiene puntos en común, y Bajo nubes eléctricas (2015). Concebido también como una historia coral, de esa bohemia frustrada y melancólica, con elaborados planos secuencia que ponen en escena ese accionar –o vegetar- de ese cuerpo social en una cuidada coreografía, fotografiada en borrosos tonos neutros, sepias y beige muy altos, desteñidos, como la realidad del tiempo.

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