Los
clásicos modernos
La puesta en escena de una obra clásica
siempre tiene su atractivo especial, así como despierta ciertos temores. ¿Cómo
interpretar un clásico en el siglo XXI? ¿Qué vigencia posee hoy? ¿Atrae a públicos contemporáneos? Los teatros
oficiales han decidido asumir este desafío programando clásicos en su temporada
2019. Tanto el Teatro Nacional Cervantes bajo la dirección de Alejandro
Tantanian como el Teatro Municipal San Martín con su director Jorge Telerman proponen
clásicos de todos los tiempos.
Edipo Rey de Sófocles,
con dirección de Cristina Benegas según la versión que dejaran Alberto Ure y
Elisa Carnelli, demuestra el peso contemporáneo del mito, en una puesta tan
fiel al original como de candente actualidad. La obra no sólo investiga la
tragedia de la historia familiar, los vínculos sanguíneos, sino que es también,
y sobre todo, una reflexión sobre el poder. Llevado por su deseo de poder,
Edipo va hundiéndose más y más en las oscuras profundidades de su propio
destino, que desafía de manera temeraria. Tanto Guillermo Angelelli como Elvira
Onetto en los roles protagónicos dan lo mejor de sí para plasmar el mito que
hoy sigue acompañándonos. A su lado, el Creonte de Carlos Defeo no está a la
altura del personaje tiránico que debía interpretar, enorme en sus posteriores decisiones
tan arbitrales como asesinas, que han servido como modelo a las tiranías
contemporáneas. Pero lo más logrado de la puesta es el coro y la música de
Carmen Baliero, donde Banegas desarrolla toda la creatividad y originalidad de
la puesta, con una coreografía abstracta y timbres musicales fascinantes.
El Hamlet de Rubén Szuchmacher,
trasladado a la modernidad, casi atemporal, pone a prueba una vez más la
ductilidad de las obras de Shakespeare para trasponerlas a la vida
contemporánea, como prueba de que sus temas, sus conflictos, sus batallas, son
inherentes a la naturaleza humana, en cualquier época y lugar. Nuevamente aquí
se ponen en crisis los valores familiares, los conflictos filiales, y la lucha
por el poder. Si bien Joaquín Furriel logra una excelente performance con este
personaje tan transitado, tan gastado en el bueno y mal sentido, otorgándole
una fuerza que no siempre se le atribuye, la obra no logra cobrar todo el vuelo
que merece, se estanca en una puesta monocorde, falta de dinamismo para las
tres horas de esta versión completa, con una escenografía majestuosa pero
estática. Junto a Furriel, el Polonio de Claudio Da Passano quedará en la
memoria. Y Belén Blanco, con su fuerte personalidad, aporta carácter a una
Ofelia a veces desdibujada.
También del siglo XVII es la última obra
de Molière, El enfermo imaginario. El teatro San Martín la presenta en
colaboración con el Centre Dramatique National Nncy-Lorraine, el Théâtre
National de Strasbourg, el Théâtre de Liège y el Théâtre de Lyon y la Embajada
Francesa. Molière fue un maestro del humor y la comedia, y tomó elementos de la
Commedia dell’arte para su obra. La puesta francesa es de una frescura y ligereza
admirables, y logran que esta obra resulte un divertimento para todos.
Dinámica, ágil, la farsa se desarrolla con una crítica a los abusadores, y una
sátira sobre los médicos y los hipocondríacos, tan obsesivos como ingenuos. El
protagonista, Argan, está a cargo del director de la obra, Michel Didym, y a su
lado se destaca Elizabeth Mazev quien se roba la obra como su contracara: la
criada que despliega todo el sentido común del que carece su patrón. Como en la
versión original, se incluyen números de ballet y canto, todo a cargo del un
elenco mínimo, que desarrolla todos los papeles.
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