19 de junio de 2019


Los clásicos modernos

Josefina Sartora

La puesta en escena de una obra clásica siempre tiene su atractivo especial, así como despierta ciertos temores. ¿Cómo interpretar un clásico en el siglo XXI? ¿Qué vigencia posee hoy?  ¿Atrae a públicos contemporáneos? Los teatros oficiales han decidido asumir este desafío programando clásicos en su temporada 2019. Tanto el Teatro Nacional Cervantes bajo la dirección de Alejandro Tantanian como el Teatro Municipal San Martín con su director Jorge Telerman proponen clásicos de todos los tiempos.


Edipo Rey de Sófocles, con dirección de Cristina Benegas según la versión que dejaran Alberto Ure y Elisa Carnelli, demuestra el peso contemporáneo del mito, en una puesta tan fiel al original como de candente actualidad. La obra no sólo investiga la tragedia de la historia familiar, los vínculos sanguíneos, sino que es también, y sobre todo, una reflexión sobre el poder. Llevado por su deseo de poder, Edipo va hundiéndose más y más en las oscuras profundidades de su propio destino, que desafía de manera temeraria. Tanto Guillermo Angelelli como Elvira Onetto en los roles protagónicos dan lo mejor de sí para plasmar el mito que hoy sigue acompañándonos. A su lado, el Creonte de Carlos Defeo no está a la altura del personaje tiránico que debía interpretar, enorme en sus posteriores decisiones tan arbitrales como asesinas, que han servido como modelo a las tiranías contemporáneas. Pero lo más logrado de la puesta es el coro y la música de Carmen Baliero, donde Banegas desarrolla toda la creatividad y originalidad de la puesta, con una coreografía abstracta y timbres musicales fascinantes.


El Hamlet de Rubén Szuchmacher, trasladado a la modernidad, casi atemporal, pone a prueba una vez más la ductilidad de las obras de Shakespeare para trasponerlas a la vida contemporánea, como prueba de que sus temas, sus conflictos, sus batallas, son inherentes a la naturaleza humana, en cualquier época y lugar. Nuevamente aquí se ponen en crisis los valores familiares, los conflictos filiales, y la lucha por el poder. Si bien Joaquín Furriel logra una excelente performance con este personaje tan transitado, tan gastado en el bueno y mal sentido, otorgándole una fuerza que no siempre se le atribuye, la obra no logra cobrar todo el vuelo que merece, se estanca en una puesta monocorde, falta de dinamismo para las tres horas de esta versión completa, con una escenografía majestuosa pero estática. Junto a Furriel, el Polonio de Claudio Da Passano quedará en la memoria. Y Belén Blanco, con su fuerte personalidad, aporta carácter a una Ofelia a veces desdibujada.


También del siglo XVII es la última obra de Molière, El enfermo imaginario. El teatro San Martín la presenta en colaboración con el Centre Dramatique National Nncy-Lorraine, el Théâtre National de Strasbourg, el Théâtre de Liège y el Théâtre de Lyon y la Embajada Francesa. Molière fue un maestro del humor y la comedia, y tomó elementos de la Commedia dell’arte para su obra. La puesta francesa es de una frescura y ligereza admirables, y logran que esta obra resulte un divertimento para todos. Dinámica, ágil, la farsa se desarrolla con una crítica a los abusadores, y una sátira sobre los médicos y los hipocondríacos, tan obsesivos como ingenuos. El protagonista, Argan, está a cargo del director de la obra, Michel Didym, y a su lado se destaca Elizabeth Mazev quien se roba la obra como su contracara: la criada que despliega todo el sentido común del que carece su patrón. Como en la versión original, se incluyen números de ballet y canto, todo a cargo del un elenco mínimo, que desarrolla todos los papeles.

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