29 de julio de 2019


Festival Barenboim 2019
Recital de sonatas de Beethoven

Josefina Sartora


Ya parece un clásico: el Festival Barenboim que se desarrolla en julio y agosto, desde hace varios años. El maestro Daniel Barenboim regresa a su país de nacimiento cada año acompañado por su orquesta Divan, compuesta de músicos palestinos e israelíes, y no pocas veces con la compañía estelar de Marta Argerich. Este año la pianista también está presente en dos de los conciertos que se brindarán en el Centro Cultural Kirchner. También se presentan en distintos conciertos la violinista alemana Anne-Sophie Mutter, el tenor mexicano Rolando Villazón y el violinista Michael Barenboim, hijo de Daniel y la pianista Jelena Bashkirova. Paralelamente, habrá encuentros de reflexión con distintos pensadores sobre el diálogo entre las diferentes culturas y la posibilidad de la paz, tema que siempre inquieta al músico. Hombre preocupado por la realidad contemporánea, en un encuentro con la prensa dijo que siempre vuelve a Buenos Aires porque es una de las pocas ciudades de América donde judíos y árabes conviven pacíficamente. Por otro lado, en 2020 volverá aquí con la Filarmónica de Viena a festejar sus 50 años en los escenarios, pero lo hará en junio, porque en julio tiene programado presentarse en África, en una contribución para difundir la música entre culturas que están viviendo una diáspora dramática.


El Festival abrió con tres recitales de Barenboim al piano como solista con las sonatas de Beethoven. El músico alemán compuso 32 sonatas para piano, consolidando un género musical que se había iniciado en el clasicismo, con Mozart como paradigma. Barenboim ha hecho de esas sonatas un culto personal, tocándolas en todos los escenarios y en grabaciones antológicas. Las interpreta de memoria, casi a ojos cerrados, y en cada ocasión aporta algo de su personalidad como instrumentista. Es inolvidable la versión integral que hace años Barenboim brindara en el teatro Colón. En esta oportunidad pudimos asistir al concierto del 26 de julio, cuando el maestro ejecutó las sonata Nº 2, la misteriosa Nº 17 –La tormenta-, la número 10 y la 26 -Los adioses. En todas ellas esa noche Barenboim desplegó su extraordinaria técnica, pero además le imprimió una intensidad que se reflejaba en los contrastes, de ritmo e intensidad, sobre todo en la Nº 17, que es la más dialéctica.


Hubo unas cuantas groserías que debimos soportar durante el recital: en primer lugar, del principio al fin, esas toses desaforadas, nunca sofocadas, hasta groseras, que distraían la atención de músico y público. En segundo lugar, entre el tercero y cuarto movimiento de la sonata Nº 2, primera que ejecutaba el pianista, algunos inadvertidos aplaudieron, creyendo que había acabado. El maestro levantó la mano, pidiendo silencio. Pero entonces, un malón de rezagados que habían quedado arriba entró a la sala y no solo eso: a pesar de que el solista seguía tocando, avanzaban en tropel por los pasillos buscando su asiento. Vergüenza ajena. Y por último, pero no menos vergonzoso, a pesar de que antes de comenzar se recordó que no estaba permitido tomar fotos durante la función, los flashes molestaron durante toda ella.  No solo en el público estábamos molestos: era evidente el fastidio del pianista, y al final de los bravos, del aplauso cerrado en una sala llena y de pie, pidió silencio y dijo que estaba prohibido tomar fotos, que le hacía daño a la vista. No es de extrañar que no haya tocado ningún bis, después de semejantes faltas de respeto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario