Josefina Sartora
Finalizó una nueva versión del Festival
Barenboim, que cada año viene realizándose en Buenos Aires. En esta
oportunidad, contó nuevamente con la presencia de Marta Argerich –quien por lo
visto ha decidido regresar cada año a dar su música a Argentina-, la violinista
Anne-Sophie Mutter, y el tenor Rolando Villazón, todos con la orquesta Divan,
cuyo violín solista, Michael Barenboim, tuvo también su momento estelar. Los
conciertos se escucharon en el rebautizado Auditorio Nacional (ex Ballena Azul)
del Centro Cultural Kirchner, porque este año no hubo acuerdo con el Teatro
Colón, al parecer por motivos económicos.
Este último tema ha dado que hablar,
porque por primera vez los conciertos en el CCK no fueron gratuitos: las
entradas costaron entre cuatrocientos y dos mil pesos, lo que dio lugar a
algunas protestas. Por otro lado, el Estado destinó gran parte de su exiguo
presupuesto de Cultura a traer, alojar y pagar a semejantes artistas, mientras
se niega a organizar y promover otras actividades por la falta de fondos. No
queda claro cuáles son los criterios políticos y estéticos de una inoperante y
penosa Secretaría de Cultura, y mucho menos, de la Secretaría de Medios y Contenidos
Públicos. Recuerdo muy bien cuando este Gobierno decía que no es haciendo
espectáculos como se genera cultura… Si por un lado tuvimos este excepcional
festival, por otro se elimina el Ministerio de Cultura, la Orquesta Sinfónica
Nacional atraviesa una situación crítica, sus músicos no cobran lo debido, se
cierran los centros culturales… la lista es muy larga.
De todas maneras, el Festival fue
espléndido, y se desarrolló paralelamente un foro de reflexión y discusión de
pensadores sobre la paz, tema que a Barenboim –un artista en el mundo, al cual
nada de lo que sucede internacionalmente le es ajeno- le interesa
particularmente.
Hubo momentos destacables, como cuando en
la conferencia de prensa cada vez que alguien hacia una pregunta sobre un tema
musical el Maestro llevaba la respuesta al ámbito de lo social, o de la
actualidad. Por ejemplo, cuando se le preguntó por sus planes para el año
próximo, dijo que vendría en julio, porque en agosto hará una gira por África,
región que está sufriendo una extrema migración, y él busca con esa gira paliar
en alguna medida, dentro de sus posibilidades, las carencias culturales de su
población.
Otro momento gozoso los constituyó el
ensayo abierto que brindó con la orquesta Diván y Argerich. Este año no hubo
concierto en la calle, como en otras ocasiones, sino que la música llegó en
forma gratuita en ese ensayo y en un recital que la orquesta dio en Tecnópolis.
Hay que aclarar que todo el repertorio de esta gira consistió en su gran y mayor
parte en temas musicales muy transitados, bastante populares, si se puede
hablar así. En el caso del ensayo del concierto que dieron el domingo, la
orquesta ejecutó la Sinfonía Nº 8 Inconclusa
de Schubert, y el concierto Nº 1 para piano de Chaikovsky con Marta Argerich.
Dos obras que suelen ser caballitos de batalla, que el público –en general con
poca experiencia de conciertos en vivo- conoce, generadoras del aplauso
espontáneo. Una de las pocas excepciones en esa elección de repertorio fue el
Concierto para orquesta de Witold Lutoslawski, una obra del siglo XX,
fuertemente rítmica y de gran riqueza tímbrica. Siempre resulta interesante
asistir a “la cocina” de una obra, ya sea teatral o musical: verlos ejecutar
por turnos los distintos instrumentos, repetir una frase, corregir una entrada,
o un tempo, conocer los requerimientos del director.
Por último, otro momento brillante fue el
concierto de cámara. Marta Argerich fue la estrella, tocando junto a solistas
de la Divan –un conjunto que no tenía experiencia previa pero que salió airoso
del encuentro-, la inspirada Obertura
sobre temas hebreos de Prokofiev, una obra poco escuchada. Nuevamente, se
descartó un programado Dimitri Shostakovich para optar por dos obras más
populares de Schumann, y en la segunda parte brillaron Argerich primero
acompañada por Barenboim hijo al violín y con el padre en el Andante con variaciones, en una
brillante ejecución de dos solistas que se conocen, se entienden, y establecen
una peculiar comunicación y empatía.
Resta esperar el regreso de estos
notables artistas, en lo que seguramente ha de constituir una especial
celebración de los cincuenta años de Daniel Barenboim en los escenarios
musicales.
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