17 de abril de 2011

Cine argentino en el Bafici 2011

El Bafici siempre se constituye como la tradicional vidriera del último cine argentino. Allí se han presentado por primera vez directores de las nuevas generaciones, allí han logrado su reconocimiento y después han seguido su trayectoria en otros ámbitos internacionales. Si bien algo similar ocurre en el Festival de Mar del Plata, allá se presentan películas más cercanas al INCAA, mientras que las que programa el Bafici suelen ser más arriesgadas, independientes en algunos casos, en otros apoyadas por la FUC.

Este año la selección de la Competencia Argentina no tuvo un alto nivel. Fueron mayoría las películas que apostaban a cierto minimalismo, tal vez como el modo en que los jóvenes realizadores evitan el costumbrismo argentino, mala palabra para las nuevas generaciones. No tengo nada en contra del minimalismo, por el contrario, suelo disfrutar con mucho de él, pero ya me cansan las películas de jóvenes aburridos o lacónicos que no saben qué hacer en su vida, retratados durante 90 minutos. Películas que no tienen nada para decir, ni contar, ni mostrar, y una carencia de toda tensión narrativa y/o dramática. Y aquí encontré más (o menos) de lo mismo. Por lo que vi en la Competencia Argentina –que no fue todo-, no es éste un buen año para el cine nacional. A diferencia de la Competencia Internacional, cuya selección fue una de las mejores de los últimos años bajo la dirección de Sergio Wolf.


Hermes Paralluelo

No es un dato menor que las dos mejores películas argentinas presentadas en el Festival, Yatasto de Hermes Paralluelo y El estudiante de Santiago Mitre, muy superiores al resto, estuvieran programadas en la Competencia Internacional, donde fueron premiadas: Yatasto cosechó el premio a la mejor película argentina en la Competencia Internacional, el premio UNICEF a la mejor película en dicha sección y una mención en el premio FEISAL, y El estudiante obtuvo el Premio Especial del Jurado (suerte de segundo premio) en la competencia oficial, el premio FEISAL y el premio ADF a sus Directores de Fotografía. A ambas películas excelentes ya me he referido en una nota anterior.




El premio de la Competencia Argentina fue para La carrera del animal, de Nicolás Grosso, salido de la FUC, reino a ultranza del minimalismo. Pero la diferencia de las películas presentadas este año es que los alumnos de Filippelli y Llinás incursionan en lo político, como pudimos ver en El estudiante y en ésta. La película de Grosso trata el conflicto que se desata cuando una fábrica del conurbano cierra, y los hijos del dueño se ven enfrentados por los empleados que resisten el cierre. Bastante artificiosa, el protagonista anda desorientado, y es uno de los tantos personajes algo autómatas del Festival. Con fotografía en blanco y negro y una imagen sucia, el film está demasiado cercano al cine de Hugo Santiago, con sus conspiraciones, relaciones algo dementes, y recorridos urbanos. Sin embargo, es significativo que el premio haya recaído en un film donde hay una intención narrativa.

Por el contrario Las piedras, de Román Cárdenas –quien ganó el premio al mejor director- muestra a una pareja que ya nada tiene para decirse, aunque viven todavía juntos en una casa en el Tigre, ella viajando todas las mañanas al centro a trabajar en una tarea mecánica, él (el mismo Cárdenas-tratando de escribir algo frente a su computadora, sin que se le ocurra una sola idea. Una buena fotografía, pero no mucho más. O sí: él visita a un amigo –que suponemos lleva una vida tan zombie como él- y juntos dan vueltas en moto por las mismas calles, durante horas, sin una línea de diálogo.

Igual de aburrida está la protagonista de Ostende, de Laura Citarella –productora de Historias extraordinarias y Castro, su opera prima como directora ganó el premio de la Asociación de Cronistas Cinematográficos-, quien llega a ese balneario por haber ganado un concurso. Mientras espera a su novio, distrae su tedio observando a otros tres pasajeros del hotel, e imagina una historia sórdida entre ellos, llevando el film hacia el thriller. Técnicamente muy cuidado, lo mejor del film son las imágenes del mar y el cielo, y un momento preciso: el empleado del hotel, sabiendo que ella está relacionada con el cine, le presenta una idea para una película, el principio de una historia de terror, y entonces el film se pone interesante, tal vez porque todo se desarrolla en nuestra imaginación, tal vez porque el actor Julián Tello sabe narrarla. El final, muy pretencioso, deja a la cámara como protagonista y confirma que la muchacha se había quedado corta con sus macabros temores.


Iván Fund
 Iván Fund es un director lleno de buenas ideas y ansias de experimentar con ellas. Los labios, que dirigió junto a Santiago Loza, fue a mi juicio la mejor película argentina, las más jugada y original del Bafici de 2010. La risa tenía una buena idea, pero no tan bien realizada, y este año regresa a su pueblo natal a filmar a su gente en Hoy no tuve miedo. En verdad, se trata de dos films unidos: el primero sobre tres chicas, muy frescas, sus vidas de jóvenes, sus amistades, trabajos, familia con perro incluido, y el segundo es una suerte de making of, en el que Fund y su equipo aparecen filmando otros personajes de ese pueblo, ahora también masculinos, en un registro más documental: sus encuentros en el bar, sus vínculos, etc. Fund experimenta visual y auditivamente, eliminando sonido por momentos, deteniéndose en los amaneceres, pero sobre todo trabaja sobre su material humano, sobre todo un campo social del interior argentino. Si bien se prolonga demasiado en ambos films, con lo que pierden tensión y densidad, Fund demuestra es uno de los talentos (muy) jóvenes.

En cambio en Enero, de Cynthia Grabenja y Marcelo Scoccia, el talento está ausente. Sí hay deseo de experimentar con la imagen –fuera de foco, primerísimos planos, luces de colores, imágenes subacuática- y el sonido, pero la narración no se sostiene. Un hombre funciona en automático, zombie (otro más) a fuerza de pastillas, por algún motivo que vamos adivinando: va de compras, tiene diálogos lamentables con un único amigo, con su cuñada. Músico bloqueado, sale del marasmo ante el pedido de la nieta de su maestro, Mauricio Kagel, para que componga un réquiem para su funeral. Deus ex machina forzado para el final feliz de una película paupérrima, sin una idea interesante. Gastón Solnicki ya había realizado un notable homenaje al músico. Me pregunto: ¿el equipo de Enero no aprendió nada de süden?


Simpático documental crepuscular resulta Novias, madrinas, 15 años dirigida por los hermanos Diego y Pablo Levy, sobre la sedería que su padre tiene en el Once desde hace décadas. Actividad en vías de extinción por la venta masiva de ropa ya confeccionada, la venta de telas para vestidos de fiesta está reivindicada aquí por todos los empleados, unos personajes queribles que hablan de su relación con su oficio y sus compañeros con espontaneidad y frescura. Sin pretensiones, con la tensión justa, y conocimiento del tema, constituye una suerte de homenaje a la vejez y a cierta tradición. Los personajes hablan contra un muro cubierto por telas espectaculares, lo cual debe de haber sido estímulo para que Hans Hurch -director de la Viennale y fetichista de la seda- ya la haya invitado al próximo festival de Viena.

Por fin, la película de apertura, Vaquero, dirigida por el actor Juan Minujín, fuera de concurso: un fiasco en toda la regla. Minujín interpreta a un actor mediocre, un ser bastante miserable que se pasa toda la película maldiciendo a todo el mundo: sus compañeros, los directores, las mujeres, en fin, él es el único que se salva de su hartante misantropía. Mientras Leonardo Sbaraglia tiene un rol secundario, Minujín está presente en todos los planos, lo cual es bastante grosso tratándose de director-actor. Además, su historia se desarrolla a través de monólogos, pero todos dichos en off, en ningún momento se juega con un parlamento en cámara. En contraste, grande es la actuación de Pilar Gamboa, como siempre, pero ella no puede salvar una película indigna de abrir el Bafici.

Josefina Sartora

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