30 de junio de 2011

París siempre es una fiesta

Medianoche en París
Dirección y guión: Woody Allen
USA-España/2010.





Los primeros minutos de la última creación de Woody Allen son extraordinarios: varias tomas fijas de lugares emblemáticos de París, lo más parecido a la tarjeta postal para turistas, gloriosas, espléndidamente fotografiados por Darius Khondji. Woody sigue el itinerario de los últimos años, que ha recorrido Londres en dos oportunidades, Barcelona y ahora París, donde contó con la colaboración de la primera dama Carla Bruni, que practica un cameo como guía en el Museo Rodin. Pero no se trata sólo de un paseo turístico financiado por la ciudad, como podría resultar el de Vicky Cristina Barcelona, sino también un nostálgico homenaje a la cultura francesa.

El protagonista –una vez más, alter ego del director- es un exitoso escritor de guiones que desea triunfar como novelista, y está acompañando a su novia y los padres de ésta en una visita a París. Son esa clase de norteamericanos millonarios que alternan los negocios con indefinidas estadías en el exclusivo hotel Bristol, visitas a los restoranes famosos, cata de vinos, fines de semana en el Mont Saint Michel, compras de antigüedades caras, etc. Y para colmo, republicanos. En cambio Gil (Owen Wilson, afortunadamente, no imita demasiado los gestos del director) es un intelectual que no se siente en sintonía con su novia (Rachel McAdams) ni con su época, y busca románticamente el París de los años 20 y su prolífica cultura. La ciudad le permitirá cumplir ese deseo nostálgico: a medianoche, caminando por Montmartre, un antiguo coche lo recoge y lo traslada al núcleo de aquella mitológica vida parisiense. Acompañado por la guitarra de Django Reinhardt, Gil conoce a Hemingway, a Gertrude Stein, Picasso y a cuanto artista se destacó en esa época, y a Adriana, la joven musa y amante de casi todos ellos -interpretada por Marion Cotillard-, bajo cuyos encantos sucumbe. Siguiendo la figura arquetípica tan transitada de un americano en París, Woody confronta ambas culturas: mientras los franceses viven el frenesí de los años locos, Gil, un pragmático, aprovecha este viaje en el tiempo para pedir consejo a quienes saben, para mejorar su novela. Así se van sucediendo los días en los pasajes cotidianos entre el hoy y el ayer, pero tampoco en esa época los artistas estaban conformes con el tiempo en que vivían. Entonces, cuando el recurso parece gastarse, se da una vuelta de tuerca, y Gil y Adriana pasan a la Belle époque, en los finales del siglo XIX, cuando se reúnen con Toulouse–Lautrec, Gauguin y Degas.

La nostalgia de Woody no sólo abarca París sino las épocas doradas idas; con la edad, Woody parece sentir que todo tiempo pasado fue mejor, aunque afirme que hay que vivir el presente. El director no teme caer en el cliché y reitera temas de su cinematografía: la insatisfacción del intelectual, la elección entre el excitante mundo de la fantasía y el banal de la realidad y sobre todo, la materialización del mundo mágico, como en La rosa púrpura del Cairo, o como en aquella escena de levitación memorable junto al Sena, de Todos dicen te quiero, que me arrancó lágrimas la primera vez que la vi. Asimismo, incluye un antagonista de Gil, un personaje tan exitoso y pedante como aquel de Crímenes y pecados, que también se entromete en su pareja. Pero así es Woody: coherente consigo mismo, ha realizado un nuevo opus, que algunos consideran el mejor de los últimos años. Aunque yo encuentro algo reiterado el recurso, es éste un film para disfrutar.

Josefina Sartora

2 comentarios:

  1. Acabo de verla y realmente la disfruté muchísimo.
    Totalmente de acuerdo con todo lo que escribíste.-Pasé un momento muy muy agradable, aunque no sea preciamente una experta en la obra de W.A.-.Me encantó y voy a buscar la peli que nombrás que te emocionó tanto. .
    Prima M

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  2. no es la mejor pelicula de Woody Allen, pero entusiasma por su romanticismo. Es verdad, es una pelicula para disfrutar, y olvidar la frialdad, banalidad, superficialidad del Siglo XXI.

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