27 de diciembre de 2011

La prehistoria del arte

La cueva de los sueños olvidados (Cave of Forgotten Dreams)
Werner Herzog
Francia/2010.  



Las cuevas de Chauvet albergan en su interior una de las obras de arte más relevantes de la humanidad. Son cuevas angostas con una longitud de unos 400 metros, y sus paredes irregulares han atesorado durante más de 32.000 años un conjunto de pinturas rupestres que representan la abundante y variada fauna que habitaba Europa durante el Paleolítico. El ser humano no cesa de lamentar la falta de registros que testimonien la vida en la Prehistoria, antes de que la escritura como la entendemos hoy fuera inventada. Por ello, todo resto de representación es extremadamente valorado. Cuando dichas cuevas fueron descubiertas en 1994 las pinturas estaban en perfecto estado de conservación, y después de las experiencias de Altamira y Lascaux, donde la presencia de numerosos turistas deterioró las pinturas allí encontradas, el gobierno clausuró las cuevas de Chauvet a los curiosos. Sólo se permite la entrada a un limitado número de investigadores -durante un corto período del año y por unos pocos minutos-, quienes deben transitar por un angosto sendero elevado construido para proteger los rastros de animales –osamentas y huellas de patas de osos cavernarios- y el delicado suelo de la cueva.

Werner Herzog es el más inquieto, el más original del grupo de directores alemanes surgidos en los ´70, en el movimiento que se llamó Nuevo Cine Alemán. Su obra abarca una variedad de registros, desde la ficcionalización de mitos americanos y europeos, experiencias con hipnosis, a un variado rango de documentales: desde el inefable, inorgánico e inclasificable Fata morgana, pasando por los que se ocupan de seres marginales, como Grizzy Man o País del silencio y la oscuridad, o de lugares inexplorados como En la salvaje azul lejanía, Encuentros en el fin del mundo y éste, dedicado a las cuevas de Chauvet-Pont-d´Arc.

Herzog se introduce por el estrecho canal de acceso a las cuevas con su fotógrafo Peter Zeitling y allí, a pesar de las restricciones naturales y las impuestas, construye otro viaje hacia lo maravilloso. Sería absurdo describirlo, el film hay que verlo, pero baste mencionar que allí hay toda una representación de la vida animal del abundante bestiario que habitó Europa durante el Paleolítico, cuando estaba cubierta de glaciares, las temperaturas eran bajísimas y el ser humano habitaba en las cavernas: osos, leones  sin melena, rinocerontes lanudos, caballos, hienas, mamuts, mariposas y otros insectos están dibujados con una técnica que parece actual. En gran parte realizados con carbón, los (¿las?) artistas han aprovechado las irregularidades de las superficies para sugerir el movimiento de las bestias. Entre tantos animales, una única figura humana: el pubis de una mujer figura asociado a un bisonte, en lo que se interpreta como la primera representación –prehistórica- del mito del Minotauro.

Porque Herzog no cesa de indagar sobre el alma de aquellos artistas rupestres: la posible función religiosa de esa cueva, cómo fue la vida de los artistas y sobre todo, cuáles habrán sido sus sueños. Para ello, entrevista a arqueólogos, paleontólogos y artistas relacionados con el estudio de esas cuevas. Sin embargo, poco es lo que los científicos pueden agregar a la elocuencia y el poder de las imágenes. En un momento, el guía propone callar, para escuchar el silencio de la caverna y percibir el sonido de los propios cuerpos. Herzog, siempre ávido, no lo soporta, e introduce una música que quiebra la magia de esa penumbra.

Como su colega y compatriota Wim Wenders en su documental Pina, Herzog utiliza la filmación en 3D para dar mayor realismo, sensualidad y espectacularidad al registro de esas superficies sinuosas, y logra el mayor efecto en las tomas en el exterior, en los meandros del río Ardèche, junto al acantilado que se desmoronó en parte hace miles de años, clausurando la entrada a esa cueva. Lo cual hace pensar en un tema no menor: cómo se habrán iluminado los artistas, pues la entrada original no aportaría la luz necesaria para iluminar el fondo de la caverna. Pero además de las pinturas y los restos de osamentas, la cueva alberga un fascinante bosque de estalagmitas, formadas a lo largo de los siglos, después de que la cueva fuera clausurada, y los cristales de esas formaciones espejean en medio de esa galería de arte.

El film tiene momentos de humor, algunos casi ridículos, como la demostración de caza de un arqueólogo, o la interpretación musical ¡del himno yanqui! con una flauta prehistórica de hueso, y otros inquietantes, como el ambicioso epílogo. Fiel a sí mismo, Herzog explora la magia oculta tras las imágenes.

Josefina Sartora

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