24 de marzo de 2012

Contrastes marroquíes



El viaje a Marruecos significa ir al encuentro de los contrastes. Comprende choques de todo tipo: predominan los culturales, que se traducen en los físicos. Sus ciudades tienen, cada una, un carácter peculiar, y Tánger, Fez y Marrakech en nada se parecen una a la otra.

Ubicada sobre un mar que significa el encuentro del Atlántico y el Mediterráneo, Tánger fue lugar de tránsito de europeos que de una u otra manera se iban del continente pero deseaban la cercanía. Políticos en desgracia, espías de todo origen, aventureros, artistas, han dejado en la ciudad un toque europeo. Sobre todo en su larga avenida de hoteles y departamentos frente al mar. Muy distinta es su Medina. Toda ciudad marroquí tiene su corazón en el barrio antiguo, o Medina, donde se encuentra la Kasbah, o viejo sitio de defensa de la ciudad. Los edificios de la Medina de Tánger son de incierta antigüedad, sus calles angostas apenas permiten el paso de los transeúntes, y subiendo a lo alto de la Kasbah puede verse el inmenso mar azul. 


Y allí el contraste capital, constituido por el afuera y el adentro. En la ciudad de Fez –o Fes, ciudad del interior- por ejemplo, la Medina ha sido consagrada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, por constituir un fenómeno arquitectónico y social. Gran parte de sus apretados edificios son medievales, y en sus estrechas callejas no existen los vehículos a motor, por lo que las mercaderías son trasladadas a lomo de burro, y filas de ellos compiten con los peatones en los peligrosos pasajes. Nada hay que indique la actualidad, la globalización no ha llegado a Fez. Muros altos, puertas antiguas cubiertas de herrajes ocultan el interior. Traspasar esas puertas es entrar en otro mundo, cuidadosamente oculto. Construida alrededor del patio, la casa marroquí está preparada para los terribles calores del verano. La fuente central, que evoca la del paraíso, está rodeada de jardines, rosales, árboles frutales, y las habitaciones asoman –en las diversas plantas- a ese pulmón verde. Afuera era imposible imaginar ese mundo interior fascinante.


El Islam prohíbe a sus arquitectos la reproducción de todo lo viviente, por lo cual la decoración de casas y mezquitas desarrolló durante siglos una elaborada geometría decorativa llevada a cabo con mosaicos. Todo tipo de combinaciones de forma y color de mosaicos conforman las guardas decorativas que rodean puertas y ventanas, cubren rincones de salones, culminan columnas y muros interiores, y cubren las fuentes. Fuentes, fuentes. Los árabes han hecho un culto de la higiene corporal: desde épocas en que los europeos desconocían el baño diario –muchos de ellos aún no lo conocen-, ellos hacían de su higiene personal un rito. Cuando muchas casas carecían de pozo de agua, cada barrio de Fez tuvo su fuente, de donde el pueblo obtenía el agua y donde acudían a lavarse. Se sabe que también cada mezquita tiene su fuente para las abluciones por donde pasan los fieles varones antes de cada oración. Todas ellas –como sucede también en las medersas, o escuelas del Corán- lucen bellísimos mosaicos. Artistas exquisitos dejaron su impronta en toda Andalucía, región que dominaron durante varios siglos. También son asombrosas las delicadas filigranas elaboradas en el metal, que dejan pasar la luz tenue en lámparas y faroles.


Frente al silencio de Fez, el bullicio de Marrakech. Aquí estamos en una ciudad globalizada, híbrida, llena de turistas, que acuden a asombrarse a la gran plaza donde se reúnen encantadores de serpientes, contadores de historias, músicos, mujeres que practican tatuajers bereberes en manos y brazosy los souks, o mercados de artesanías.


Tanto en Fez como en Marrakech, muchas de aquellas casas señoriales –o riads, en alusión al jardín- han devenido hoteles de encanto, con 6 ó 7 habitaciones, donde se puede gozar del infaltable té de menta junto a la fuente, de un baño exfoliatorio en el hammam, o de una siesta en la terraza. Delicias de Oriente, en ese país tan especial que es Marruecos, que sabe unir lo árabe, lo europeo y lo africano.

Josefina Sartora

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